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«Desde la fotografía de portada, el virtuoso Ara Malikian, punta de lanza e imagen del sello Non Profit Music, se nos presenta como protagonista total de este enérgico programa dedicado a Khachaturian. El resultado es una grabación violenta, terrestre, plenamente romántica. Nunca hasta ahora había sonado el Concierto tan racial y danzabile como en el instrumento de su compatriota; lo mismo puede decirse de la suite de la teatral Mascarada, lujurioso banquete sinfónico servido con fuegos artificiales por la formación extremeña y Jesús Amigo», (José Velasco)

Aram Khachaturian

Aram Khachaturian podría representar muy bien el ejemplo acabado del músico soviético con todas sus contradicciones. Un georgiano —nació en Tiflis el 6 de junio de 1903— de padre armenio —encuadernador de profesión— que, según recuerda Richard Tarushkin, nunca vivió en Armenia pero que integró sabiamente en su obra la música popular de la tierra paterna tal y como correspondía a la exaltación de la unidad patria a través de la diversidad de sus “repúblicas” del Asia Central.

Un músico que se las vio con las purgas que el estalinismo dispuso especialmente para los intelectuales y protagonizó una de las más sonadas cuando fue puesto en la picota —junto a Shostakovich y Prokofiev— por Andrei Zhdanov en la campaña antiformalista de 1948, y eso a pesar de que había escrito un Poema a Stalin diez años antes.

Por cierto, Zhdanov moriría ese mismo año, seguramente por órdenes de un dictador, valga decir, celoso de su celo. Khachaturian protestaría en 1954 por las ingerencias de la política en el arte pero se le hizo callar. Luego vendría el éxito definitivo en occidente con Spartacus y un reconocimiento sin ambages en su propio país. Hoy la música de Khachaturian —que moriría en Moscú el 1 de mayo de 1978— es respetada y admirada por su inspiración directa y sin complejos —que corresponde además a su personalidad abierta y expansiva—, su buena integración de lo popular en las formas cultas y esa sinceridad —Shostakovich diría de él que era el más decente de sus colegas— que despierta la simpatía de los públicos y que, en su caso, no era sino la forma indispensable de ser fiel a sí mismo.

El Concierto para violín y orquesta fue estrenado en Moscú, el 16 de noviembre de 1940, por el gran David Oistrakh —su dedicatario— y bajo la dirección de Alexandre Gauk. La obra es una expresión clara de la sabiduría compositiva del autor con un uso inteligente de elementos de inspiración popular, un tratamiento muy consciente de la forma —por ejemplo, la vuelta del tema principal del primer movimiento en el último— y una escritura para el solista que le permite mostrar todas sus cualidades virtuosísticas. En el Allegro con fermezza los dos temas contrastan con eficacia el elemento rústico el y lírico, y ambos son un logro indudable en lo que tienen de pertinencia expresiva y en su capacidad indudable para atraer la atención del oyente. Ambos aparecen en la cadenza que sería modificada por Oistrakh, con la aquiescencia del compositor, para permitir un mayor lucimiento. El tripartito Andante sostenuto —verdadero eje expresivo de la pieza— es, según André Lischké, un “vals triste”, introducido por la entrada del fagot y desarrollado por el violín en una melancólica cantilena. El Allegro vivace era para el autor “unos fuegos artificiales violinísticos” que comienzan con una suerte de exaltación casi ceremonial hasta que el protagonista arranque con un tema que recuerda al inicial de la obra y que contrastará con la recuperación del segundo del primer movimiento. El solista volará literalmente sobre la orquesta en una afirmación permanente de la brillantez de su papel.

El encargo para componer la música incidental para Masquerade, de Mikhail Lermontov, data de 1939 pero la suite no se estrenaría en su versión para gran orquesta hasta 1944 en Moscú. La composición se abre con la que es junto con el Adagio de Spartacus y la Danza del sable de Gayaneh la pieza más famosa de Khachaturian, un vals apasionado que queda en la memoria del oyente desde la primera vez que lo escucha. El Nocturno hace honor a su nombre, con su carácter ensoñador sostenido en la melodía que corre a cargo del violín con el que dialogan por momentos las maderas. La Mazurca tiene un carácter festivo y luminoso al que aporta un plus de brillantez la graciosa y repetida llamada de las flautas. En la suave Romanza volvemos al clima del Nocturno de la mano de la melodía de la cuerda puntuada por las maderas a la que responderá suavemente la trompeta. Cierra la suite un brillantísimo Galop basado en dos temas y que incluye, como un respiro, una breve cadenza para clarinete.

© Luis Suñén