Notas al programa
Cartas de despedida
A quince minutos en lancha de Lucerna, en el pueblo de Hertenstein, rodeado de palmeras, castaños y orquídeas, Serguéi Rajmáninov (1873-1943) decidió resucitar su juventud. Comprando un pequeño terreno y reformándolo por completo, el compositor erigió de nuevo su casa de los veinte años, su Bohemia particular en Ivanovka, que había sido destruida en el 17 durante la Revolución de Octubre. La nueva finca se llamó Villa Senar —un acrónimo del nombre de su mujer y el suyo propio—, y sirvió como refugio del mundo desde 1932 hasta el inevitable exilio a EE.UU., poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Allí, mirando al siempre cálido lago de los Cuatro Cantones, Rajmáninov encontró la libertad suficiente para crear la Rapsodia sobre un tema de Paganini en la menor, op. 43, una de las piezas más ferozmente personales de toda su obra.
Aunque todo puede parecer candidez en los primeros compases de la partitura, el compositor ruso consigue crear una obra con tres niveles de escucha: el formal, el espiritual y el utópico. Formalmente, la obra es un tema con variaciones donde un motivo es rehecho y reimaginado de distintas formas. Las variaciones fueron una de las representaciones más claras de la creatividad romántica, y se convirtieron durante el siglo XIX en las fórmulas preferidas de los compositores europeos para demostrar su talento para el contraste. Rajmáninov riza el rizo usando una variación de Paganini para crear su propia serie de 24 variaciones, formando una especie de mise en abyme, de reflejo perpetuo musical. Sin embargo, la obra no se llama “Variaciones” sino Rapsodia, otra forma musical mucho más abierta y que simbolizó en su día la mayor de las libertades creativas. Son variaciones, en definitiva, con espíritu de rapsodia, creadas bajo el amparo librepensador de la Villa Senar y a refugio de una Europa cada vez más polarizada.
El último nivel lo completa Rajmáninov al crear una división interna en la obra y permitir que las variaciones se agrupen según su atmósfera. Tenemos así, casi susurrados, tres movimientos con sus respectivas personalidades: el primero (variaciones 1 a 10), el segundo (11 a 18) y el tercero (19 a 24), configurando un utópico concierto para piano donde la modernidad formal, la libertad de concepto y la capacidad creadora del compositor quedan reivindicadas en su justa medida. Resumiendo, Rajmáninov crea una serie forma de variaciones con espíritu de rapsodia y mirando al horizonte del concierto. Dentro de esta estructura de tres cabezas, como el perro Cerbero, todos los extremos del sentimiento humano están representados, desde la alegría virtuosa del capricho original de Paganini hasta la despedida del mundo que supone la secuencia medieval Dies irae perteneciente a la liturgia católica y que aparece en varias ocasiones.
La Rapsodia fue estrenada por el propio compositor el 7 de noviembre de 1934 en Baltimore, con el mítico Leopold Stokowski dirigiendo a la Philadelphia Orchestra. El éxito de la obra la hizo habitual de los escenarios en diversos formatos, como en su versión coreografiada por Michel Fokine que se pudo ver poco después en Londres. Este canto a la libertad se convirtió en su despedida de una Europa a punto de ser devorada por la rabia. Le quedaban dos obras en el tintero, la Tercera Sinfonía (1936) y las Danzas sinfónicas (1940), piezas que constituyen juntamente con la Rapsodia un testamento optimista donde lo torturado desaparece casi por completo y se abren los postigos de la composición para que entre la luz.
En el otro lado de la balanza se encuentra la segunda obra del programa, una de las mayores influencias de Rajmáninov. A pesar de la oscuridad que planea sobre la partitura, cuando Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) pone la última nota entre las líneas del pentagrama de su Sinfonía n.º 6 en si menor, op.74, «Patética», pocos podían pensar que era su canto de cisne, su carta de despedida a un mundo que a menudo dolió más que lo que le hizo sonreír. La Sexta es la quintaesencia de lo que el Romanticismo puede ofrecer: una obra a menudo se entiende como premonitoria, con un compositor torturado, cuya dedicatoria se centra en un amor imposible y a pocos días de un “accidente” que le costó la vida. Tiene, en resumen, todos los elementos para entrar en la categoría de leyenda, aunque en realidad sean pocos los hechos y muchas las narrativas voluntariosas que ha propiciado. Para Chaikovski las crisis siempre habían sido territorios extraordinariamente fértiles para lo creativo, donde el espíritu de supervivencia se vestía con las mejores galas. Algunas de sus obras maestras surgieron de los momentos más comprometidos, como ese Concierto para violín esbozado con incandescencia poco después de su penoso intento de suicidio arrojándose al gélido río Moscova a consecuencia del fallido matrimonio con su antigua alumna Antonina Milyuko.
Pero en el principio, en la mitad y en el final de su carrera es su compromiso total con la creación lo que le salva —“…mi corazón tiene sed de derramarse en la música”, dirá—. Chaikovski llevaba ya algunos años jugando con la idea de lo programático, viendo hasta qué punto una música se podría beneficiar en lo dramático de un relato explícito ajeno a lo musical. Sinfonías como Manfredo o incluso la Quinta se acercan a ese mundo de sinergias vitales. Pero lo que valió para estas obras no vale para la Sexta, que sí quiere seguir claramente un programa pero de carácter tan íntimo que dibuja siluetas que no explicita. Las palabras que escribe Chaikovski a su sobrino Vladimir Davidov (el dedicatario de la obra) en febrero de 1893 sirven de clave de bóveda para entender el estado anímico y febril del compositor:
«Al iniciar mi viaje me vino la idea de una nueva sinfonía. En esta ocasión con un programa, pero con un programa que será un enigma para todos; déjenlo adivinar a quien pueda. La obra se titulará: “Sinfonía programática (n.º 6)”. El programa está imbuido de sentimientos subjetivos. Durante mi viaje, mientras la componía en la mente, lloré con frecuencia. […] Habrá muchas cosas nuevas en cuanto a la forma de esta obra. Por cierto, el final no será un allegro ruidoso sino un adagio de dimensiones considerables. No te imaginas la alegría que siento ante la convicción de que mi tiempo no se ha terminado y de que aún puedo lograr mucho».
Podemos solo presumir ese programa enigmático —una especie de aquelarre de aquellos fantasmas que acosaron al compositor durante su vida— si se miran las concomitancias con algunas tonalidades previas, el uso de una tímbrica realmente oscura (en particular en el último movimiento) o la apuesta por romper las convenciones formales. La obra comienza a componerse en febrero de ese mismo 1893 a una velocidad fulgurante, acabando el primer movimiento en cuatro días y abocetando el resto antes de finales de marzo. El proceso de orquestación se alargará hasta finales del verano. Se estrenó bajo su dirección el 16 de octubre de 1893 en San Petersburgo, con moderado éxito y lejos de la mitificación de la que sería objeto pocas semanas después.
La obra está dividida en los arquetípicos cuatro movimientos aunque traiciona un lenguaje tan codificado como el sinfónico y juega al despiste: el primero es un largo poema sinfónico encubierto; el segundo se disfraza de tercero, e ironiza convocando en el escenario un falso y melancólico vals; el tercero es en realidad el cuarto, con un final apoteósico que parece invitar al aplauso pero que se convierte en un silencio espeluznante que propicia un último movimiento que es aquel segundo que no tuvimos. Este puzle responde no a capricho de genio sino a un discurso emocional: solo de esta manera la dramaturgia interna de la obra funciona y permite acabar no con la catarsis orquestal habitual de cualquier sinfonía sino con el dolor abrumador de los compases finales. Si Chaikovski quería dejar la tristeza acomodada en el paladar de sus oyentes, la única forma de hacerlo era con una estructura tan rompedora como esta.
Nueve días después, entre sospechas de suicidio inducido o de desafortunado accidente, moría Chaikovski en la cama con síntomas de cólera, rodeado de familiares. Su última obra se instituye entonces involuntariamente como una carta de despedida que, como en su música de juventud, capta tanto la embriagadora voz del pueblo como la multiplicidad de sus propios fantasmas, y que alterna la sofisticación de su paleta tímbrica de madurez con un lirismo que mira a los ojos al precipicio y sabe no apartar la mirada. Una música, en resumen, tan conmovedora y profunda que parece absolver de cualquier miedo e invita a una aceptación personal sin necesidad de testigos. Que la disfruten.
© Mario Muñoz Carrasco
Mario Muñoz Carrasco es musicólogo, gestor cultural y crítico musical. Cursa el Grado en Musicología en la Universidad Complutense de Madrid, finalizado primero de su promoción, así como el Máster en Música Española e Hispanoamericana. Desde el 2007 ejerce como crítico musical en distintos medios, tanto en radio como en prensa, colaborando con Ópera Actual, La Razón, Scherzo o ABC entre otros. En el campo de la gestión participa con las principales instituciones culturales (Teatro Real, Ayuntamiento de Madrid o Fundación Juan March) en actividades musicales de diversa índole relacionadas con la recuperación de patrimonio, la organización de conciertos o la coordinación técnica y artística de distintas orquestas. En el campo de la alta divulgación participa habitualmente con las más destacadas instituciones musicales como la Orquesta y Coro Nacionales de España, el Teatro Real, la Orquesta Sinfónica de Radio Televisión Española o el Centro Nacional de Difusión Musical, labor que compatibiliza con la docencia en distintas universidades.
Interpretaciones anteriores
La Orquesta de Extremadura ha interpretado antes las obras de este programa. La Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Rajmáninov, en solo una ocasión: el 17 de abril de 2009 en el Pavilhão do Arade, en Lagoa (Portugal), con Armando Mota como solista y dirigida por Osvaldo Carvalho.
La Sinfonía n.º 6, «Patética», de Chaikovski, sí ha contado con más interpretaciones. La primera vez el 19 de junio de 2009 en el Gran Teatro de Cáceres, con Jesús Amigo como director; la última el 12 de mayo de 2017 dirigida por Josep Vicent, en el mismo recinto.
Sin embargo, invitada por la OEX en un intercambio, la primera audición de la «Patética» para el el público en Extremadura fue a cargo de la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia, los días 17 y 18 de marzo de 2006, en el Gran Teatro de Cáceres y en el Teatro López de Ayala de Badajoz, respectivamente, dirigida por José Miguel Rodilla.
Versiones de referencia
Konstantin Scherbakov
En palabras del destacado crítico austriaco Peter Cossé, Konstantin Scherbakov es «uno de los músicos más capaces, atrevidos e interesantes de este tiempo». Pianista de renombre internacional, ocupa un lugar especial en el mundo del piano moderno gracias a su indiscutible contribución de forma inigualable al repertorio y al catálogo discográfico del piano, con un gran número de obras en su haber de gran exigencia técnica e interpretativa.
Durante toda su carrera ha afrontado retos y proyectos que pocos o ningún pianista han abordado con anterioridad. Ha tocado diversas obras completas para piano, de las cuales ha quedado constancia entre sus más de 60 grabaciones que incluyen las 32 sonatas de Beethoven y las transcripciones de Liszt de las nueve sinfonías, la obra de Godowsky (15 discos), la obra original para piano de Serguéi Rajmáninov, o la obra completa para piano de Shostakovich y la interpretación de la de Respighi. De la misma forma, del repertorio solista-orquestal ha registrado las obras para piano y orquesta de Medtner, Respighi, Chaikovski, Rajmáninov y Scriabin, de las cuales casi todas fueron grabadas, entre otros sellos, para EMI Classics, NAXOS, Marco Polo o Steinway & Sons. Muchas de estas grabaciones han sido galardonadas con importantes premios internacionales.
Su actividad artística lo ha llevado a actuar en los principales festivales de todo el mundo comoel Beethovenfest de Bonn, Lucerna, Frankfurt, Bregenz, Bodensee, Bad Kissingen, Lugano o el Festival de Salzburgo, así como a tocar en grandes salas de conciertos como la Gewandhaus de Leipzig, Konzerthaus Berlin y Konzerthaus Wien, Tonhalle Zurich, Gran sala del Conservatorio de Moscú, Wigmore Hall de Londres, National Center Hall en Taipei, Arts Center en Seoul, Casals Hall en Tokyo, Singapur, París, Munich, Nueva York, Sudamérica y Sudáfrica, las antípodas…
Con un asombroso repertorio de más de sesenta conciertos para piano y orquesta, Konstantin Scherbakov ha actuado como solista bajo la batuta de los directores Christian Thielemann (en el concierto de gala del 200 aniversario Liszt, retransmitido en vivo por ARTE TV), Kirill Petrenko, Yuri Simonov, Rudolf Barshai, Nello Santi, Christian Mandeal, Aldo Ceccato, Andrei Boreiko, Michael Sanderling y un largo etcétera, con orquestas como la Müncher Philharmoniker, Weimarer Staatskapelle, Orchestre Symphonique de Montréal, Orchestre d’Ile de France, Tonhalle Orchester Zürich, Bach Collegium Munich, New Zealand Symphony, Wiener Kammerorchester y un largo etcétera.
Debuta con tan solo once años con el Primer Concierto para piano y orquesta de L. v. Beethoven. De su Siberia natal se traslada a la capital para estudiar en el Conservatorio Tchaikovsky con la guía del que sería su Maestro, el legendario Lev Naumov, al cual asistiría al poco tiempo en su labor en el histórico conservatorio. En su haber cuenta con el primer premio en la primera edición del Rachmaninov Competition de Moscú en 1983, así como grandes premios en algunos de los concursos internacionales más prestigiosos del mundo como Montreal, Bolzano, Atenas, Roma o Zúrich. Su presentación en la escena internacional en la década de los ’90, coincidiendo con su cambio de residencia a Suiza, vino marcada por interpretar en cuatro recitales la obra completa para piano de Serguéi Rajmáninov en el Festival de Música de Cámara de Asolo (Italia), bajo la presencia y admiración del legendario pianista Sviatoslav Richter.
Paralelamente a su intensa actividad artística, desde hace más de dos décadas comparte sus conocimientos como catedrático de piano en la Universidad de las Artes de Zúrich, formando a pianistas muchos de los cuales han recibido premios en concursos internacionales de piano, entre los que destaca Yulianna Avdeeva, ganadora del Concurso Chopin de Varsovia en 2010. Igualmente imparte clases magistrales de piano por todo el mundo y participa regularmente como miembro de los jurados de algunos de los concursos más prestigiosos de piano a nivel internacional: ARD, Busoni de Bolzano, Franz Liszt Weimar, Beethoven Bonn, Antwerp, Río de Janeiro, Hamburgo, La Habana o Y. Tchaikovsky Seúl.
2023 marca su 60 cumpleaños y medio siglo sobre los escenarios, además de ser el año en que se presenta el último de los discos de una de sus más genuinas colecciones; la integral para piano de Leopold Godowsky.
Pero si algo destaca es el lanzamiento de uno de los proyectos culmen en su carrera: la grabación en 6 programas de la obra para piano de Serguéi Rajmáninov en el 150 aniversario de su nacimiento, y que será transmitida por televisión y plataformas digitales internacionales.
Andrés Salado
Andrés Salado es director titular y artístico de la Orquesta de Extremadura.