Notas al programa
Töru Takemitsu. Réquiem para cuerdas (1957)
Corría el año 1959 cuando Igor Stravinski, ya por entonces consagrado y admirado en todo el mundo, visitó Japón. Durante su estancia le organizaron una visita a la sede de la NHK, la emisora estatal, donde le mostraron las instalaciones y pasaron para él diversas grabaciones de los más representativos compositores japoneses del momento. Tras un largo rato de escucha más bien pasiva, el maestro ruso se sobresaltó. Sus anfitriones interpretaron su abrupta reacción como un gesto de desaprobación y pidieron disculpas encarecidas: se habían confundido de cinta. Sin embargo, Stravinski transmitió a su intérprete su vivo interés por conocer al autor de aquel Réquiem que sonaba por los altavoces. A los pocos días se reunió con un joven menudo y de mirada viva. Su nombre era Töru Takemitsu y arrastraba fama de excéntrico en su propio país desde que había contribuido a fundar un peculiar grupo de artistas de distintas disciplinas denominado Jikken Kōbō («Taller experimental»). Aquel encuentro le abrió las puertas a una prolífica carrera internacional.
Takemitsu había entrado en contacto con la música occidental a través de los discos de su padre y de la emisora de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos durante la ocupación tras la II Guerra Mundial. Por la radio escuchó el jazz, pero también a Debussy y Messiaen. En un principio renegó de la música tradicional de su país porque le traía recuerdos nefastos de la guerra. Años después se reconcilió con ella y empleó sus recursos, pero no para fusionarlos, sino para oponerlos a los rasgos occidentales. De hecho, la música de Takemitsu está llena de oposiciones y simbolismos. El árbol, que “transforma el tiempo en espacio” y se erige orgulloso como la individualidad de los grandes genios de la música europea, frente a la hierba, que crece en extensión como la música no occidental. Pero también están presentes otras realidades confrontadas: el sonido ante el silencio o lo abstracto (onírico) frente a lo concreto (numérico).
Takemitsu había escrito su Réquiem para cuerdas en memoria de su admirado Fumio Hayasaka, compositor de cine del que Akira Kurosawa había confesado haber aprendido una nueva relación entre la música y la imagen. La obra, escrita bajo parámetros de la música occidental, está sin embargo imbuida del concepto japonés de Mono no aware. “El pathos de las cosas” suele ser su traducción más habitual. Pero no recoge todo su significado. Se trata de una suerte de sentido del asombro con respecto a la naturaleza. Un asombro que a veces deviene en temor y otras en la leve alegría melancólica que se experimenta al observar la belleza efímera de lo que nos rodea, la consciencia de la finitud que remite al hecho de que la vida y la muerte forman parte de la misma sustancia.
El Réquiem está estructurado en tres secciones: un comienzo lento en el que sentimos la constante respiración de notas tenidas junto a un motivo lamentoso; una sección central con un tempo más activo, desasosegado; y, finalmente, un recuerdo de la sección inicial. Un esquema que nos resulta familiar pero que nos transmite la sensación de un paseo en el que van apareciendo paisajes sonoros imaginarios. El propio autor lo explicaba: “Mi música está compuesta como si se juntaran fragmentos sin estructura, como en los sueños. Vas a un lugar lejano y de repente te encuentras de vuelta en casa sin haber notado el regreso”.
Carl Nielsen. Concierto para flauta y orquesta (1926)
Si el Réquiem de Takemitsu es un tributo a Hayasaka tras su muerte, Nielsen quiso rendir homenaje en vida a los músicos del Quinteto de viento de Copenhague escribiendo un concierto para cada uno de ellos. Fue precisamente la muerte (la propia) la que le impidió llevar a cabo tal labor en su totalidad. Sólo pudo concluir dos conciertos: el de clarinete y el de flauta, que ejecutará en este programa Stathis Karapanos junto a la Orquesta de Extremadura
Estamos en los años 20 del siglo XX y Carl Nielsen quiere huir del exceso de afectación que ha invadido el arte. Desde un lenguaje modernista, aboga por una vuelta a la sencillez: “Lo más fácil se ha vuelto lo más difícil de entender en estos días. Lo llano y simple se ha tornado misterioso porque el mundo del arte en su conjunto ha estado tan lleno de inquietud, estruendo, emoción y delirio por tanto tiempo que nuestros sentidos se han vuelto toscos”. Pareciera, opina el compositor, que no quedara “espacio para la gracia, la alegría y el humor”. Esa vuelta a la sencillez se representa en la idea de una suerte de lugar idílico primigenio, alejado de las turbulencias de la vida en el presente. Un espacio similar a tantos paraísos perdidos (y ahistóricos) como el locus amoenus, el estado de naturaleza rousseauniano o la Edad de Oro de Hesíodo. El instrumento protagonista de la obra se adapta perfectamente a este objetivo, como señalaría el propio autor: “La flauta no puede negar su propia naturaleza. Su hogar está en Arcadia y prefiere los estados de ánimo pastorales. Por lo tanto, el compositor tiene que obedecer su naturaleza gentil, a menos que quiera ser tildado de bárbaro”
Ryan Ross conecta tal vuelta a la Arcadia primigenia con el anhelo de Nielsen de escapar de una vida llena de preocupaciones y regresar adonde nada parecía complejo: la infancia. Las melodías inocentes que pueblan los dos movimientos de la obra serían muestras de ello. El comienzo es, de hecho, casi una cita de una de sus obras de juventud: Humoresque para oboe y piano. Cantinelas apacibles y pasajes tan ligeros como vertiginosos son elementos principales de la obra. Los fragmentos en diálogo entre la flauta y los solistas de la orquesta remiten al oficio camerístico del dedicatario del concierto. Apenas hay conflicto y cuando lo hay se torna en comedia, como la constante controversia entre la flauta y el trombón bajo, como la pugna entre un pajarillo y un elefante. La flauta siempre nos salva del exceso de gravedad: cuando la orquesta se despliega en pulsiones emocionales cuasi románticas, el solista embrida la fiera colectiva y la conduce de vuelta a Arcadia.
Edward Elgar. Variaciones sobre un tema original para orquesta, op.36, «Enigma»
Nielsen también escribió un Quinteto para los músicos de Copenhague, en el que retrata las personalidades de cada uno de ellos vinculadas a sus instrumentos. Algo así había hecho Edward Elgar muy a finales del siglo XIX con sus célebres Variaciones Enigma, en las que pone en música situaciones y rasgos relacionados con un buen número de personas allegadas. Todo surgió como un cómico juego de improvisación con su mujer pero acabó siendo su obra más celebrada. Para comenzar, el tema en sol menor representa, según escribiría el autor años después, “la sensación de soledad del artista”. A continuación, catorce variaciones etiquetadas con las iniciales de los nombres o con los apodos de amigos y amigas. Caroline Alice Elgar, escritora y esposa del compositor, es representada en la Variación I. Le siguen un pianista aficionado, con sus ejercicios de calentamiento al estilo de una tocata cromática; un actor amateur que había representado a un viejo cascarrabias en una función, encarnado por el fagot; el energético William Meath Baker; Richard Penrose, cuya Variación V emula sus conversaciones que alternaban lo solemne y lo cómico; Ysobel, construida sobre una suerte de ejercicio para el cambio de cuerdas en violas, que era su instrumento; su amigo Arthur Troyte, con quien sufrió una terrible tormenta en uno de sus paseos por el campo; Winifred Norbury, con la sugerencia de su risa. De seguido, la más reconocida de las variaciones, dedicada a August Jaeger, que había sido un gran apoyo para Elgar en sus horas bajas. Su apellido suena como “cazador” en alemán, por lo que la variación lleva el nombre de Nimrod, personaje del Antiguo Testamento descrito como “un poderoso cazador ante el Señor”. Luego, Dorabella (Dora Penny), seguida de la descripción de un cómico episodio en el que el perro de George Robertson Sinclair cayó al río y de la Variación XII, dedicada a un violonchelista. La XIII no lleva nombre, aunque se sabe que se trata de una mujer y que contiene una referencia a una travesía marina (tal vez una dama de alta alcurnia o, quizás, una antigua novia). Y para cerrar, EDU, como llamaba a Elgar cariñosamente su esposa.
El enigma viene dado por el hecho de que el verdadero tema principal, escribió Elgar, “un oscuro dicho”, nunca se interpreta, como una especie de protagonista oculto. Decenas han sido las soluciones formuladas, tanto en vida del autor como tras su muerte, para este misterio. Muchos propusieron melodías ocultas o sugeridas. Pero hay quienes aluden a una idea general inspiradora. No deja de ser revelador que una melodía, la del comienzo de la obra, que representa la soledad, sirva de base para retratar a más de una docena de amigos. Tal vez la solución al enigma fuera precisamente la amistad y la admiración. Como la que sentía Nielsen hacia los músicos de Copenhague o la que invadió a Stravinski al escuchar la música de aquel joven desconocido. Es más, la idea de mono no aware, que inundaba la obra de Takemitsu, reflejaba el sentido del asombro hacia la naturaleza inmensa, pero se proyectaba hacia un único elemento de esa naturaleza: un sencillo ser humano, su amigo Hayasaka. Una red tupida de admiraciones e influencias cruzadas entre simples humanos (ni dioses ni gigantes) sirve como base para que broten grandes obras de la creación. Porque ningún árbol, por imponente y orgulloso que sea, crece en un páramo completamente yermo. Incluso los más grandes genios requieren los nutrientes de la sociedad que les rodea. Dejémonos asombrar por las obras de quienes sintieron y recibieron esa forma de admiración que se forja y perdura a través del tiempo como el más poderoso de los aceros.
© Santiago Pavón
Violinista de la Orquesta de Extremadura y Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración. Es divulgador y presenta las charlas previas a los conciertos de la temporada de la Orquesta de Extremadura.
Interpretaciones anteriores
La Orquesta de Extremadura tiene un solo precedente con el Réquiem para cuerdas de Töru Takemitsu. Fue el 30 de noviembre de 2017 en el Palacio de Congresos de Badajoz y, al día siguiente, primero de diciembre, en el de Plasencia. Dirigió Álvaro Albiach.
El Concierto para flauta y orquesta de Nielsen fue interpretado por la OEX por primera vez el 23 de noviembre de 2007 en el Gran Teatro de Cáceres, con Jorma Panula y Magdalena Martínez como director y solista invitados. La interpretación más reciente de esta obra fue el 31 de enero de 2020 en el Palacio de Congresos de Plasencia, Cristóbal Soler dirigiendo y el flautista extremeño Francisco López como solista.
En cuanto a las Variaciones «Enigma» de Elgar, la primera vez fue el 24 de septiembre de 2015 en el Palacio de Congresos de Badajoz, por Álvaro Albiach. Y la última el 8 de febrero de 2016 en el Auditorio Nacional de Música de Madrid, también con Álvaro Albiach.
Stathis Karapanos
Stathis Karapanos nació en Atenas en 1996. Empezó a tocar la flauta a los cinco años. Estudió en el Conservatorio Nacional de Atenas. En 2018 se graduó con honores en la Hochschule für Musik Karlsruhe. Posteriormente continuó sus estudios con el profesor Philippe Bernold en el Conservatoire National Supérieur de musique et de danse de París.
Ha participado en clases magistrales dirigidas por Robert Winn, Georgi Spassov, Renate Greiss-Armin y Mathias Allin, Pirmin Grehl y Dejan Gavrić, entre otros.
Como solista ha sido invitado a actuar con la HR-Sinfonieorchester (Fráncfort), la Orquesta Sinfónica de Chicago, la Orquesta Sinfónica NHK (Tokio), la Orquesta Tonkünstler (Viena), la Orquesta del Centro Nacional de Artes Escénicas de China (Pekín) y la Orquesta Sinfónica de Gotemburgo, colaborando con la violinista Vilde Frang, el barítono Matthias Goerne, el violonchelista Nicolas Altstaedt, el violinista Daniel Hope, la soprano Marisol Montalvo, el pianista y compositor Tico Pierhagen, el guitarrista Richard Smith y el guitarrista y trompetista Vasilis Rakopoulos, entre otros músicos, al tiempo que interpreta tanto música clásica como obras de otros géneros diversos que van desde el free jazz hasta el hard rock.
En 2017 fue primer flautista de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Grecia, en Atenas, y de 2017 a 2018 fue líder de la sección de flauta de la Orquesta Estatal de Atenas.
Stathis Karapanos ha interpretado y grabado estrenos mundiales de compositores como Leonard Bernstein, Paul Hindemith, Krzysztof Penderecki, Mikis Theodorakis o Craig Urquhart.
Galardonado con el Premio LOTTO en el Rheingau Musik Festival (2019), el Premio Leonard Bernstein en el Schleswig-Holstein Musik Festival (2020), «Music: Landschaft Westfalen Festival Award»(2021), «Premio Karolos Koun para un artista joven y excepcional» de la Unión de Críticos Musicales de Grecia (2022). En 2021 fue aceptado en el programa de desarrollo de solistas de la Fundación Orpheum de Zúrich.
Andrés Salado
Andrés Salado es director titular y artístico de la Orquesta de Extremadura.