Notas al programa
“El genio rústico” es el título de la biografía de Bruckner escrita por Werner Wolff. Y es que este hombre sencillo representa todo lo contrario al estereotipo de genio como individuo sofisticado, portador de un talento precoz, excéntrico y de vida disoluta.
Bruckner nació en un pequeño pueblo de Austria, y trabajó durante mucho tiempo como organista, primero en el monasterio de San Florián y más tarde en la catedral de Linz, que por aquellos entonces no pasaba de los treinta mil habitantes. Fue un hombre de profundísima fe católica (“creía como un medieval”, se ha dicho de él), de modales agrestes, con una extraña relación con la muerte (tenía un retrato del cadáver de su madre en su aula) y cargado de manías e inseguridades, como atestiguan las múltiples revisiones que realizó de sus sinfonías o el hecho de que estuvo asistiendo a clases de composición hasta los cuarenta años, porque sentía que aún tenía muchas carencias. No está nada mal para el que hoy se considera uno de los mayores sinfonistas de la historia de la música.
Rondaba ya los cuarenta y cuatro cuando se trasladó a Viena a ejercer como profesor en el conservatorio. La capital del imperio lo recibió con hostilidad. Su atuendo austero, su acento y sus maneras le granjearon el desprecio de no pocos prohombres de los ambientes intelectuales capitalinos, que lo consideraban un paleto. Viena era además escenario de lo que se llamó la guerra de los románticos, que enfrentaba, por un lado, a los representantes de la Nueva Escuela Alemana, partidarios de Richard Wagner, con los llamados conservadores en torno a Brahms. Aunque Bruckner admiraba mucho a Wagner y podemos trazar cierta influencia de éste en su música (algunos procedimientos orquestales, la monumentalidad, algunos giros armónicos, uso de los metales…), resulta problemático caracterizarlo como un wagneriano por muchos motivos. Para empezar, Bruckner era un escritor de sinfonías, género que a Wagner no le interesaba demasiado. Sin embargo, cometió el error de dedicar a Wagner su Tercera Sinfonía, lo que hizo que las hordas de antiwagnerianos fanáticos se le echaran encima sin misericordia, capitaneadas por el eminente teórico y crítico Eduard Hanslick. Hanslick no sólo lo destrozó en todas sus críticas, sino que incluso maniobró para tratar de impedir que Bruckner impartiera clases en la universidad en 1875. Esta hostilidad se proyectó incluso hacia los alumnos de Bruckner. Hans Rott, uno de los más destacados, “un genio” a decir de Gustav Mahler, no aguantó la presión: fue detenido por haber causado un escándalo en un tren proclamando a gritos que Brahms lo había llenado de explosivos. Acabó sus días en un psiquiátrico a los veinticinco años, después de haber empleado los manuscritos de todas sus brillantes composiciones para menesteres que el mínimo decoro impide referir en unas notas al programa.
En este ambiente urbanita adverso, Bruckner escribe su Quinta Sinfonía, añorando su época más calmada como organista. Así se lo escribió a Moritz von Mayfeld: «Mi vida ha perdido toda alegría y entusiasmo y todo para nada. ¡Cómo desearía poder volver a mi antiguo puesto!” Ideó la obra, según su concepción del arte, a mayor gloria de Dios. Era habitual que sus sinfonías adoptaran el esquema básico de la Novena de Beethoven, pero en esta ocasión tal correspondencia abarca una dimensión mayor. Si Beethoven, como nos relata Swafford, idea su obra como un trayecto para preparar la culminación del último movimiento con los versos de Schiller, Bruckner construye su sinfonía como una catedral gótica, desde los pilares de su introducción hasta el pináculo más alto que se alcanza con el glorioso coral del movimiento final, que es como un solemne “Amén”. Los cimientos del comienzo lento abren una atmósfera casi de paseo monacal, para cortarse abruptamente con un fortísimo de las cuerdas que culminan los metales en un pasaje coral que resuena como un gran órgano en las paredes de un templo. «Ninguna sinfonía se inició jamás de esta manera», proclamó Robert Simpson. Después el Allegro, con tres ideas musicales principales que se combinan, como es común en sus sinfonías según algunos analistas, en referencia a la Trinidad. El segundo movimiento, Adagio, comienza de nuevo con pizzicati al modo de pasos calmados que sostienen la melodía melancólica del oboe. El segundo tema es una melodía desgarrada de enorme profundidad romántica. La construcción de la nave central de esta catedral se remata con el Scherzo, que se basa en elaboraciones de materiales que habían aparecido en los movimientos anteriores y referencias al Ländler austriaco. La bóveda del Finale arranca con un recuerdo del comienzo de la sinfonía, se despliega en una intrincada elaboración contrapuntística de maestría insondable hasta culminar con las sonoridades poderosas de los metales.
Bruckner no llegó a escuchar su construcción colosal interpretada por una orquesta. Su estreno no tuvo lugar hasta la tardía fecha de 1894, pero su autor estaba ya muy enfermo para asistir. No tenemos muy claro que hubiera disfrutado de la versión de Franz Schalk, que mutiló la sinfonía y la reorquestó por completo. Los que se atrevían a darle consejos y enmendar las obras de aquel buen señor de provincias se contaron por decenas. Hoy nos causa vergüenza ajena que sus suntuosos desarrollos o sus innovaciones formales fueran tomadas como signos de incompetencia por parte de estirados académicos y artistas urbanitas cuyo recuerdo se perdió en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Incluso un estudioso de Bruckner como Werner Wolff proclama que “su vida exterior no tuvo ningún efecto aparente sobre su trabajo”. Como si fuera una especie de anomalía histórica el hecho de que personas sencillas realicen tareas trascendentes. Pues aquí les va una muestra de dimensiones ciclópeas.
© Santiago Pavón
Violinista de la Orquesta de Extremadura y Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración. Es divulgador y presenta las charlas previas a los conciertos de la temporada de la Orquesta de Extremadura.
Álvaro Albiach
Álvaro Albiach es principal director invitado de la Orquesta de Extremadura.