Notas al programa
En este programa de abono les invitamos a subir a un DeLorean con la Orquesta de Extremadura y a venirse de viaje por el tiempo. Visitaremos épocas y lugares distantes pero conectados de una u otra forma. Nuestra travesía comienza a principios del siglo XXI, hará poco más de veinte años. El zaragozano Jesús Torres recibe el encargo de componer una pieza para el Concurso Internacional de Dirección de la Orquesta de Cadaqués, por lo que su cometido implica escribir una obra cuya dificultad sirva para medir la destreza de los aspirantes. Torres sorprende con Movimiento, dedicada a Llorenç Caballero. La obra, que se despliega desde el comienzo en un endiablado entramado rítmico y dinámico cambiante de compases irregulares, pone a prueba las capacidades expresivas de cualquier intérprete al combinar lo anterior con pasajes cargados de sonoridades enigmáticas en las que parece que el tiempo se detiene y fragmentos en los que la textura deviene en una estructura transparente y luminosa. Con esta obra de Jesús Torres la OEX aborda por segunda vez en esta temporada la obra de un galardonado con el Premio Nacional de Música.
A continuación, volvemos a embarcarnos en la máquina del tiempo que en unos instantes nos traslada a las postrimerías del siglo XVIII. Mozart se encuentra ya al final de su corta vida y se dispone a escribir su celebrado Concierto para clarinete. El destinatario de la obra es Anton Stadler, virtuoso al servicio del Káiser a cuya relación con el genio de Salzburgo debemos algunas de las más relevantes páginas escritas para clarinete, en sus facetas como solista y como integrante de la orquesta o de distintos grupos de cámara. Por lo demás, Stadler trasciende la figura del mero intérprete y se implica en el desarrollo constructivo de un instrumento que en estos momentos es aún relativamente joven. Hace sólo unos pocos años ideó junto al constructor Theodor Lotz el clarinete di bassetto, que amplía la tesitura del instrumento original en el registro grave. Es para este novísimo instrumento para el que Mozart levanta su concierto, a pesar de que a lo largo de la historia lo habitual ha sido su interpretación con el clarinete en la. En los tres movimientos clásicos la obra comienza con uno de los más eminentes ejemplos mozartianos de equilibrio entre la elegancia y la brillantez. El movimiento lento, que los habitantes de esta época a caballo entre los siglos XX y XXI identificarán con la célebre Memorias de África, nos sumerge en un remanso de paz y lirismo casi operístico. Con el rondó final vuelve ese punto exacto que nadie nunca logró como Mozart, a medio camino entre el refinamiento medido y lo abiertamente jubiloso.
De nuevo al DeLorean. 140 km. por hora y nos ponemos en 2011 en un abrir y cerrar de ojos. Un grupo de varios compositores reciben un singular encargo: escribir sendas fanfarrias destinadas a preludiar las cuatro sinfonías de Brahms. El público de la OEX tal vez recuerde una de ellas, la Brahmsiana de Laura Vega, que sonara como antesala de la Sinfonía n.º 3 allá por 2022. En la que nos ocupa en esta ocasión, el maestro Rafael Frühbeck de Burgos realiza una breve pieza para metales y percusión que nos anuncia la Sinfonía n.º 4. No hay ambigüedad en su inicio: enseguida nos topamos con el tema del comienzo del segundo movimiento que se desarrolla, junto a otros motivos del mismo, hasta que el trombón enuncia las inconfundibles terceras descendentes del comienzo de la sinfonía. El juego entre estas ideas es la base fundamental de este aperitivo para la gran obra de Brahms.
Pero, antes de volar hasta el momento de la génesis de la Sinfonía n.º 4, nos podemos permitir una parada técnica en nuestro periplo espacio temporal. Viajamos hasta 1853, año en el que un Brahms de veinte añitos visita al matrimonio Schumann, para quienes interpreta al piano alguna de sus primeras piezas. Ambos quedan fascinados por ese joven cuya escritura para piano desborda los límites del instrumento. Así lo describe Robert algún tiempo después: «hacía del piano una orquesta de voces de lamento o enérgico alborozo». Hasta tal punto se percata de la mente sinfónica de Brahms que, certero, vaticina: “Si algún día señala con su varita mágica el lugar donde las masas corales y de la orquesta le presten sus fuerzas, presagiamos maravillosas visiones del mundo de los espíritus».
No sabemos si estos halagos dotarán de confianza al joven Brahms o contribuirán a cargar un poco más su mochila de responsabilidad. Al fin y al cabo, nadie después de Beethoven puede ponerse a componer una gran obra orquestal sin sentirse abrumado. “Nunca escribiré una sinfonía… No sabéis lo que se siente al oír a un gigante marchar detrás de uno”, escribirá Brahms años más tarde. Y lo cierto es que tardará en sentirse preparado para ello, pues su primera sinfonía no verá la luz hasta una fecha tan tardía como 1874.
Pero continuemos. Un pequeño salto de varias décadas hacia delante. Año 1884. Un Brahms ya cincuentón prepara la que será su última sinfonía. Se encuentra de vacaciones en Mürzzuschlag y, pese a que se trata de uno de los más firmes representantes de la llamada música absoluta, aquélla que no remite a ningún elemento extramusical, parece que le asalta cierto temor de que su obra reciba el influjo del entorno en el que está siendo creada: “Temo, en concreto, que tenga sabor al clima de aquí: aquí las cerezas no se ponen dulces, nadie las comería”, le escribe a Hans von Bülow.
Brahms intuye que está levantando una obra que quizás no será del todo comprendida por sus contemporáneos. Sus sospechas parecen verse confirmadas tras una primera audición, en reducción para dos pianos, que organiza para sus amigos cercanos. Clara Schumann se queda sin palabras. El crítico y erudito Eduard Hanslick sentenciará: “Durante todo el primer movimiento me sentía como si estuviera siendo rotundamente derrotado por dos personas terriblemente inteligentes”. Kalbeck, por su parte, le insta a no publicar la obra y su talentosa amiga Elisabet von Herzogenberg añade que tal creación parece “en exceso pensada para el ojo que mira a través del microscopio” y que sus tesoros no están “al alcance de cualquier observador”, sino sólo al del “pequeño mundo de los perspicaces y doctos”.
Brahms aún no lo sabe, pero está escribiendo para el público del futuro. Schoenberg será quien, en el siglo XX, para sorpresa de muchos, reivindicará al supuestamente conservador Brahms como el verdadero progresista que “abre las puertas a un lenguaje sin restricciones”. Schoenberg admirará de Brahms esa asombrosa capacidad de “unir ideas con ideas”, de no repetir sino “siempre evolucionar” a través de lo que se ha dado en llamar variación evolutiva o en desarrollo. Una idea musical simple, a veces nimia, se transforma en algo ligeramente diferente. Y ese nuevo material se convierte en la materia prima de nuevas transformaciones que van construyendo el discurso. Uno de los ejemplos más elevados de esta forma de componer lo tenemos precisamente en la Sinfonía n.º 4. El primer movimiento comienza con una de esas ideas nimias: una tercera descendente, que se replica en varias ocasiones (con algunos cambios de octava), como bajando unas escaleras de dos en dos. Un comienzo aparentemente tan simple que, en la pretenciosa Viena, donde la sinfonía se interpretó después de su exitoso estreno en Meiningen, algunos músicos de la orquesta escribieron en sus particellas al lado de esta melodía “¡Se ha vuelto a quedar sin ideas!”. Nada más lejos de la realidad. Ese material constituye una de las bases para el desarrollo de este primer movimiento, junto al inspirado segundo tema que exponen los violines tras una breve fanfarria. El segundo movimiento discurre solemne, a ratos arcaizante y a momentos lúgubre. El tercer movimiento, de enérgico carácter scherzante, se construye y se desarrolla también sobre una rudimentaria base: un motivo a partir de segundas descendentes (escalones que se bajan de uno en uno, esta vez). Y en el último número, Brahms realiza un despliegue de creatividad apelando al espíritu antiguo de la chacona y la passacaglia: con un tema enunciado en acordes, más de treinta gloriosas variaciones y una coda para la historia el gigante alemán se despide para siempre de la ardua tarea de escribir sinfonías.
Acomódense en sus butacas, activen el condensador de fluzo y disfruten del viaje. Y recuerden que, adonde vamos, no necesitamos carreteras.
© Santiago Pavón
Violinista de la Orquesta de Extremadura y Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración. Es divulgador y presenta las charlas previas a los conciertos de la temporada de la Orquesta de Extremadura.
Interpretaciones anteriores
El primer antecedente del Concierto para clarinete de Mozart fue el 28 de abril de 2006 en el Teatro López de Ayala, interpretado por el solista Jonatan Rives; dirigía Jesús Amigo. La última vez fue el 28 de febrero de 2014 en el Gran Teatro de Cáceres, Miguel Espejo y Álvaro Albiach.
La Sinfonía n.º 4 de Brahms se interpretó por primera vez el 12 de marzo de 2004 en el Gran Teatro de Cáceres, con Jesús Amigo como director. La última, el 23 de mayo de 2019 en el Palacio de Congresos de Badajoz, con Álvaro Albiach.
Carlos Ferreira
Elogiado por su «magnética forma de tocar» (Cristian Macelaru), Carlos Ferreira es aclamado como uno de los más clarinetistas más importantes de nuestro tiempo.
Premiado en el Concurso Internacional ARD de Munich, en el Concurso Internacional de Ginebra Internacional de Ginebra y del Premio Solista WEMAG en el Festspiele Mecklenburg-Vorpommern, Ferreira cautiva al público con su arte, su sonido refinado y su presencia escénica.
Ha sido seleccionado como Estrella Emergente de la Organización Europea de Salas de Conciertos (ECHO) para la temporada 2024/25. Como tal, actuará en algunas de las salas de conciertos más prestigiosas de Europa.
Recientemente fue nombrado clarinete solista de la Real Orquesta del Concertgebouw, cargo que estrenará en agosto de 2025. En 2020, Carlos Ferreira se unió a la Orquesta Nacional de Francia como Clarinete Principal. Anteriormente el mismo puesto en la Philharmonia Orchestra de Londres y en la Orchestre National de Lille.
Además de sus compromisos con la Orquesta Nacional de Francia, disfruta de una extensa carrera internacional como solista y músico de cámara, actuando en los principales festivales y salas del mundo. del mundo.
Como solista ha actuado con la Orchestre National de France, la Münchener Rundfunkorchester, la Orquestra Filarmónica Portuguesa, la Orquesta Filarmónica del Estado «Transilvania», la Münchener Kammerorchester, la Orchestre de Chambre de Genève y el Collegium Musicum Basel, la Orquesta Filarmónica de Banatuç de Timisoara, la Orquestra Sinfónica do Porto Casa da Música y la Orquestra Gulbenkian, ofreciendo siempre interpretaciones profundamente emotivas.
Como músico de cámara ha trabajado con músicos de renombre mundial como Hilary Hahn, Alice Sara Ott, Emmanuel Pahud, Eric le Sage, Paul Meyer, Lise Berthaud, Pierre Fouchenneret, Sarah Nemtanu, Quatuor Hermès, Timothy Ridout, Frank Duprée, Nika Goric, Karen Gomyo, Julia Hagen y Sao Soulez-Larivière.
Miembro de la Academia de la Royal Concertgebouw Orchestra en 2016, Carlos Ferreira prosiguió su carrera orquestal primero con la Orchestre Philharmonique de Monte-Carlo como Principal Mi bemol Clarinete.
Nacido en Paredes, Portugal, recibió una beca de la Fundación Calouste Gulbenkian mientras estudiaba en la Escuela Superior de Música Reina Sofía de Madrid, en la clase de los profesores Michel Arrignon y Enrique Pérez Piquer. Más tarde, ingresó en el Conservatorio de Ámsterdam, en la clase de Arno Piters, y en la HEMU de Lausana, en la clase de Florent Héau. En Portugal, fue José Ricardo Freitas en la Academia de Música José Atalaya y en ARTAVE. Nuno Pinto en la Escuela Superior de Música y Artes Escénicas de Oporto (ESMAE).
Su primer álbum conjunto con el pianista y compositor Pedro Emanuel Pereira titulado «XX-XXI» fue en noviembre de 2022.
Carlos Ferreira es Artista Buffet Crampon y Artista Vandoren Paris.
Andrés Salado
Andrés Salado es director titular y artístico de la Orquesta de Extremadura.