El primer concierto de abono de la Orquesta de Extremadura en 2016 tuvo lugar anoche en el Palacio de Congresos de Badajoz.
Ambos artistas invitados, el director Miguel Romea y el violinista Alexandre Da Costa, son bien conocidos por los abonados de la orquesta y ofrecieron un concierto dinámico y lleno de pasión.
La primera parte comenzó con la obra “Pan y Echo”, opus 53 de Jean Sibelius. La pieza, aunque considerada una de las menores del compositor finlandés, se caracteriza por una gran sensibilidad. Los protagonistas son los solistas de flauta y fagot, que, seguidos del oboe entran en sintonía con la cuerda para crear un ambiente nórdico que posteriormente se consolidaría con el concierto de violín.
Alexandre Da Costa hacía entrada con un espectacular Stradivarius de 1727. El Concierto para Violín en re menor de Jean Sibelius es mundialmente conocido y una prueba de fuego para cualquier violinista.
Tal y como el propio intérprete asegura, las primeras notas de este reto son las más complejas, bellas y fundamentales.
La complejidad técnica no fue un problema para el violinista canadiense, quien interpretó la obra haciéndola parecer sencilla. Con vertiginosas escalas e infinidad de dobles cuerdas Alexandre ofreció una muy personal y romántica interpretación.
Tras un primer movimiento cargado de pasión y precisión llegó un sentido Adagio. Como en las profundidades de un bosque en plena Finlandia, los acordes del segundo movimiento fueron calmos y llenos de sensibilidad, tanto por parte del solista como por parte de la orquesta.
Finalmente, el Rondó comenzó con la reconocida melodía que caracteriza este movimiento y que tuvo un tempo ligero, lo que hizo, si cabe, más lucidos los difíciles pasajes del final.
La orquesta, en un exquisito segundo plano, construyó, gracias a la batuta del director, agradables y profundas líneas de acompañamiento.
Alexandre no defraudó a su público y tras una larga ovación aseguró que era “un grandísimo placer volver a tocar en Badajoz con los compañeros de la orquesta de los cuales muchos de ellos son amigos”. El bis, dedicado a “un amigo de la tierra”, fue «Manic Depression» de Jimi Hendrix, bajo la expectación del público, entre los que se escuchaban comentarios de asombro y satisfacción y quienes aplaudieron este magnífico fragmento de otro genio musical.
La segunda parte se abrió con el estreno de la Sinfonía nº6 de Antonio Cortés. El estudioso y descubridor de estas obras, Miguel Ángel Rodríguez Velásquez, quien además es el solista de contrabajo de la OEX, asegura que puede considerarse la más compleja dentro del corto repertorio de este misterioso compositor. Un reducido número de músicos tocaron esta partitura conformada por cuatro movimientos. Con un agradable comienzo la partitura se fue descubriendo a los asistentes tras estar oculta por más de 200 años. Melodías clásicas y fáciles al oído con una falsa complejidad armónica. Destacable el primer movimiento que podía recordar a una sonata de estilo vienés. El Minueto permitió un mayor protagonismo al viento, así como el final.
Considerada por muchos como la mayor obra de arte del compositor checo Antonín Dvorák, la Sinfonía nº7 en re menor cerraba el concierto de anoche. La fuerza de su comienzo marcaba el ritmo que iba a seguir el maestro Miguel Romea a lo largo de su ejecución. El director logró una sinfonía llena de matices y con un resultado magnífico por parte de los músicos, que estuvieron entregados de principio a fin.
La orquesta retuvo el tempo en los pasajes melódicos que, pese a la opinión de los más escépticos, están a la altura de los de las sinfonías octava y novena si se interpretan con la sensibilidad adecuada.
Muy notable el trabajo de las trompas en los diferentes solos, así como del viento en general.
El segundo movimiento tuvo un tempo no excesivamente lento gracias al cual se pudieron escuchar las líneas expresivas claramente. La efusiva dirección del maestro Romea dio como resultado unos matices muy marcados que enriquecieron la interpretación. La fuerza de los movimientos tercero y cuarto fueron claras, llegando a escucharse «bravo» tras el tercer movimiento y varios aplausos.
Marta Climent