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Este proyecto, «Tres retratos con sombra», también en formato Super Audio CD, ofrece primeras grabaciones mundiales de los compositores madrileños, Julián Bautista, Ernesto Halffter y Rodolfo Halffter (el Grupo de Madrid), dentro de la poco a poco recuperada Generación musical del 27. Se trata de obras juveniles de tres autores que se revelaron al público filarmónico en los años veinte del pasado siglo, y cuya vida y obra se vio fuertemente alterada por la guerra civil.

Tres retratos con sombra. Evocación

Evocación de la música que pudo ser y no fue. Evocación de esa generación musical que Ramón Gómez de la Serna definió como “la nochebuena de la música española”, deseosa de renovar el lenguaje musical español y conectarse con las corrientes del pensamiento europeo.

La España musical de los años veinte y treinta mostraba la necesidad de un nacionalismo renovado, alejado del “folklore de la pandereta”, deseosa de utilizar el auténtico folklore musical, con toda su riqueza armónica, rítmica y melódica, como suministro para crear una música pura, objetiva, conectada con las corrientes del pensamiento europeo.

La vanguardia exterior había entrado en España a través del impresionismo: el símbolo de lo francés, de la libertad estética; pero también el neoclasicismo stravinskiano y el atonalismo de Schönberg influyeron en el pensamiento musical español anterior a la guerra civil.

El tricentenario de la muerte de Góngora, en 1927, fue una fecha simbólica: poetas, músicos, intelectuales de diferentes ramas asisten y participan en la celebración de múltiples homenajes hacia quien consideran una gloria olvidada; es la reafirmación de un sentimiento artístico nacional, pero con los ojos puestos en el futuro. De aquí surgirán no sólo actos conmemorativos, también referentes culturales tan importantes como la Revista de Occidente y, sobre todo, un fructífero momento de colaboración entre músicos, poetas y artistas plásticos, llenos de inquietud y entremezclados de tal manera que no podemos pensar en los unos sin acudir a los otros.

Ésta será la “Generación musical del 27”, tan íntimamente relacionada con la poética, deseosa de dar continuidad a la renovación de la música española representada por Albéniz,  Granados y Falla. Junto al grupo catalán (Mompou, Gerhard, Toldrá o Blancafort), muy cercano a la estética francesa, aparece en Madrid el llamado “Grupo de los ocho” o “de La República”: Rodolfo y Ernesto Halffter, Julián Bautista, Bacarisse, Pittaluga, Remacha, Mantecón y Rosita García Ascot, dando lugar a uno de los momentos más gloriosos de la música española.

España tuvo, pues, su vanguardia, “una edad de plata” que vio desvanecerse, con la guerra del 36, la esperanza de una nueva cultura española abierta al exterior. Músicos y poetas se dispersaron en lo que supuso el final de lo que pudo haber sido…

Aunque hubo antes otras iniciativas en el mismo sentido, podemos considerar 1930 como la fecha en la que el “Grupo de los ocho” se presenta oficialmente; es en el transcurso de un concierto con música de los ocho compositores en la Residencia de Estudiantes, precedido de una conferencia pronunciada por Gustavo Pittaluga cuya primera parte versaba sobre sus planteamientos estéticos, y la segunda se centraba en la presentación de los miembros del grupo (esta última publicada más tarde en Ritmo). El texto de esta conferencia está considerado como el manifiesto del grupo.

Contaba Mantecón que “el vínculo común que liga a los ocho compositores es únicamente su amor al arte de los sonidos; la necesidad de dar forma lírica a sus emociones y conceptos; en honor a la verdad no puede decirse que la misma estética o la misma técnica anime sus composiciones. Han preferido mantener la individualidad antes que someterla a las estrictas reglas de una especie de cenobio que, aunque daría más cohesión al grupo, restaría a sus músicas personalidad, autonomía, perfil propio”.

Sin embargo, si había una referencia firme en todos ellos, ésta era Falla; todos ellos estuvieron indiscutiblemente ligados a don Manuel, cuya sombra siempre planeó sobre el Grupo; en el caso de los hermanos Halffter, además, desde el magisterio directo. Falla se convirtió en el símbolo de las tres estéticas que definían a esta Generación del 27 musical: nacionalismo vanguardista, impresionismo y neoclasicismo. El tratamiento que Falla hace del folklore es determinante para ellos, consiguiendo lo que Unamuno llamaba “la hispanización de lo europeo”.

Rodolfo Halffter, el mayor de los hermanos, fue capaz de fundir épocas pasadas con imágenes de tiempos modernos, enriqueciendo el repertorio musical español en muy diferentes géneros: ballet, música sinfónica, música de cámara o pianística.

Músico sin fronteras, cuya constante dedicación creativa prevaleció sobre las dificultades del exilio mexicano, su reconocimiento como figura intelectual es evidente en la vida cultural de aquellos años, colaborando con artistas como Alberti o Bergamín.

Durante los años veinte, época a la que corresponden su Suite para orquesta, op.1 y Marinero en tierra, su música se acerca, por un lado, al scarlattismo y el neoclasicismo que interesó a su generación, y, por otro, a la modernización del lenguaje a través de la asimilación de la herencia de Falla y del contraste con los modelos europeos de la época, no perdiendo nunca su inconfundible sabor a raíz española.

La Suite para orquesta op.1, escrita entre 1924 y 1928, fue estrenada por la Orquesta Filarmónica en marzo de 1928 (aunque ya había sido estrenada, parcialmente, en el mismo 1924); de ella diría Juan del Brezo (pseudónimo de Mantecón para su actividad como crítico periodístico) en La Voz al día siguiente al estreno: “Rodolfo fue de los primeros en perseguir de cerca los secretos e innovaciones de uno de los músicos que más expectación producen hoy en el mundo: Schönberg, y sus primeros ensayos fueron presididos por las influencias polifónicas de este compositor, influencias que se han ido clarificando bajo los auspicios de músicas más luminosas y mediterráneas, hasta dar como resultado esta Suite, en la que, a pesar de la clarificación, pueden percibirse, a lo lejos, aquellas referencias”.

Música ésta refinada, trabajada con esa meticulosidad que caracterizaba al compositor, hecha con el cariño que un miniaturista pone en su obra; música de recogidas sonoridades que, al tiempo, explota los timbres instrumentales con gran brillantez, plena de musicalidad; así es esta Suite.

Con una escritura cercana al neoclasicismo, que nos quiere evocar al padre Soler por momentos, la partitura muestra ya numerosos rasgos característicos de la limpia y nítida manera de escribir de Halffter, que camina entre el lirismo de la Nana inicial y de la Elegía central, de interesante contenido armónico pero de gran transparencia y belleza sonora, y un inconfundible acento danzable del Scherzo, que vuelve a aparecer en el Final, y que dota a ambos movimientos de donaire. La materia sonora queda filtrada por una orquestación que hace gala de una gran economía de medios en esta obra temprana llena de gracia y exquisitez.

Rafael Alberti obtuvo con su primer libro de poemas, “Marinero en tierra”, el Premio Nacional de Literatura en 1924; poesía nostálgica y evocadora de su querido mar Mediterráneo, que se apoya en las formas del cancionero tradicional.

Son los años en los que el poeta va relegando su inicial vocación pictórica para acercarse a la literatura; son los años de Madrid, donde, a través de la Residencia de Estudiantes, traba amistad con García Lorca, Dalí, Buñuel, Dámaso Alonso, Bergamín…En 1927 conocerá a Falla, y Alberti será uno de los activos participantes en los homenajes a Góngora en su tricentenario. Varios compositores pondrán música en estos años a la poesía de Alberti; dónde termina la una y comienza la otra es, en ocasiones, difícil de distinguir, tal es la musicalidad de su poesía, tal es la evocación poétca de nuestros músicos…

Rodolfo Halffter comenzó a escribir la música para cinco poemas de “Marinero en tierra” en 1925, aunque el estreno del ciclo completo no se produjo hasta 1961. A pesar de no haber respondido el músico a la convocatoria de Rafael Alberti y la comisión organizadora del homenaje a Góngora para escribir alguna obra inspirada en el poeta cordobés, sí mantuvo (al igual que su hermano Ernesto) una estrecha relación con todos los miembros del 27 poético, y, sobre todo, estableció una gran amistad con Alberti, que se traduciría en una fructífera colaboración poético-musical. Nos cuenta el compositor: “Eran los años de Ríos Rosas, cuando Gerardo Diego, Lorca y Alberti frecuentaban mucho mi casa; entonces éste último ganó el Premio Nacional de Literatura con su “Marinero en tierra” y pensé que sería bonito musicar estos textos…de este deseo, mi hermano Ernesto escribiría “La corza blanca” y “La niña que se va al mar”, Gustavo Durán haría “El Salinero” y yo escribí “Del cinema libre” y otros cuatro después”. De este modo nace uno de los mejores ciclos que se han compuesto sobre poemas de Alberti.

El de Rodolfo es, seguramente, el más cercano al espíritu albertiano de todos los que se han escrito, porque en ambos, poeta y músico, el eco popular se va transformando en una expresión natural con aires de futuro. El primer poema al que el compositor puso música fue Verano, de corte popular, pero donde la comparación entre el mar y el cine, como expresión de la fantasía y la realidad creada, moderniza la imagen. En la primera edición del “Marinero en tierra” de Alberti apareció, al final del libro, la partitura de Rodolfo, junto a “La corza blanca” de Ernesto y la música de Durán.

Halffter guardaría este poema como germen del ciclo. El paralelismo entre la intención poética y la musical, más allá del lenguaje, es claro: Alberti se refiere en ellos a la nostalgia que la distancia de su mar gaditano le producía; el mar como interlocutor, como refugio, como infinito en Alberti…el desgarro, el abandono, y, al mismo tiempo, el encuentro con otros mares del mundo; es posible que Halffter, en su exilio mexicano, (donde por cierto fue muy querido y nunca se sintió desterrado, sino, como él decía, “transterrado”, ya que había encontrado una segunda patria), encontrara en los versos de Alberti su propia nostalgia por esa España perdida para siempre, y sintiera la necesidad de poner otros sonidos a esos poemas. Y así, en 1960, finaliza el ciclo, que será estrenado en México al año siguiente por Irma González y Salvador Ochoa.

Halffter escucha profundamente, en “Marinero en tierra” la melodía de los versos, los silencios, sus pausas, el acento…fundiendo en un todo sonoro la nostalgia interior.

Nacido cinco años después de su hermano, Ernesto Halffter fue, junto a Pittaluga y Rosita García Ascot, el benjamín del “Grupo de los ocho”; alumno predilecto de Falla, con quien trabajó desde 1923, tras ser recomendado por el crítico y musicólogo Salazar (figura esencial para comprender el devenir de esta generación musical), Ernesto conocerá rápidamente París, donde se dejará influir por la seductora orquestación de Ravel. Su matrimonio con la pianista portuguesa Alicia Cámara lo vinculará definitivamente con Portugal, donde se establecerá durante la guerra civil y en los años posteriores, hasta el punto de ser conocido como Halffter, el portugués para distinguirlo de Halffter, el mexicano.

Fue, para muchos, el más dotado, el más inspirado de su generación -recordemos que Ernesto ganó el Premio Nacional de Música en 1925 por su Sinfonietta, con tan sólo dieciocho años-, aunque su inicial entusiasmo creativo se vio empañado más tarde por una cierta pereza que, probablemente, hizo que su obra no fuera tan numerosa como debiera.

Durante sus largas estancias en Portugal, Halffter “el portugués” se identificó apasionadamente con el folklore y las raíces populares: “Admiro el fado por su profunda y bella esencia popular, inimitable, que expresa tan bien la marcada personalidad del pueblo portugués”, relataba el maestro. Y de este contacto surgirán obras como la Rapsodia portuguesa para piano y orquesta (1940) o las seis Canciones portuguesas (1943).

Capaz de miniaturas sonoras plasmadas con el mayor detalle y, al tiempo, de una arquitectura musical de grandes vuelos, la música de Ernesto es libre, espontánea y apasionada, sostenida sobre la mejor herencia de Falla y del francés Ravel. Neoclasicismo e impresionismo se funden junto a nuevas experiencias sonoras llenas de vitalidad y alegría.

Desde la profunda nostalgia que late dentro del bellísimo fado que es Ai, que linda moça, de cautivadora melancolía, apasionadamente triste, Halffter ambienta Escolher noivo y Minha mâe me de um lenço, dotadas de ese guiño irónico tan habitual en los textos folklóricos y bucea hasta llegar a un Gerinaldo de inconfundible sabor judeo-español, reflejo de la intensa relación existente entre la tradición sefardí y la portuguesa. A través de todas ellas, pero dotadas de personalidad propia cada una, Halffter despliega ese refinamiento armónico y esa gracia inconfundibles que identifican su gran talento.

“La muerte entra y sale de la taberna…” reza el inicio de la Malagueña de García Lorca; la muerte forma parte del lenguaje simbólico del granadino, como lo son la luna, el agua o la sangre…la muerte entró para él un 18 de agosto de 1936, dejando huérfano el mundo de la cultura y una España conmocionada.

Julián Bautista, activo representante de su Generación musical y buen amigo de Lorca, había colaborado musicalmente con el poeta en numerosas ocasiones, incluido su grupo de teatro La Barraca y, consternado tras la muerte de éste, decide poner música a tres de sus poemas; Bautista, “el más músico de todos ellos”, decía Óscar Ésplá, escribe tres piezas que suponen su propia revelación como creador, encontrando su lenguaje, su acento personal, su color nacional en ellas. En la música de las tres ciudades, Málaga, Córdoba y Sevilla, la evocación de la música andaluza es simplemente sugerida, plasmada a través de unos recursos estilísticos que se estilizan y simplifican, y de los que surge un levísimo e inequívoco perfume popular, revelando la seductora personalidad del músico.

Dedicada a la memoria de García Lorca, y estrenada al año siguiente en Londres y Barcelona, la obra es una página de conmovedor homenaje y emocionada devoción hacia el poeta, hecha con un dominio del material sonoro particularmente sólido. Impulso dinámico y gran poder evocador conforman una música expresiva que, pese al modernismo de su vocabulario, está llena de emoción y conserva intacto el sabor popular.

La orquesta de Bautista se nos presenta aquí rica en contrapuntos sensualmente entrelazados, y sitúa a la perfección el paisaje sugerido por Lorca: hay algo de nocturno y misterioso en Malagueña y Barrio de Córdoba, mientras el ambiente de Baile, lleno de luz y ritmo, nos acerca al “duende” del que hablaba el poeta.

Sin duda es éste uno de los mejores legados musicales de Bautista, desde la atmósfera trágica de Malagueña, pero de aliento cálido y sensual, donde los ecos de la guitarra “entran y salen” con la muerte, pasando por la emoción contenida de ese nocturno Barrio de Córdoba, donde su lenguaje voluntariamente más sobrio y su acento oscuro la hace más impactante, para llegar al exaltado Baile sevillano, de pasión brava, tumultuosa, enriquecida con transformaciones temáticas de una belleza musical absoluta; es la culminación de un estado de ánimo.

Tres Ciudades fue la última obra que Bautista compuso y editó antes de dejar España para exiliarse en Argentina. Allí moriría en 1961.

Escrita por encargo de la Asociación de Amigos de la Música, su Sinfonía Breve fue estrenada en 1956 por la Orquesta del Teatro Metropolitan de Buenos Aires dirigida por Juan José Castro.

De rica elaboración contrapuntística, la obra no pierde, sin embargo, en ningún momento, su transparencia y espontaneidad. Creación bella e inteligente, está estructurada en tres movimientos. Su Allegro inicial es denso y de gran fuerza rítmica, incisivo en su comienzo; diálogos entre las maderas nos van arrastrando hacia lo que parece ser un desarrollo continuo que se va enriqueciendo por su elaboración contrapuntística y que da forma a un movimiento severo y de gran rigor constructivo. Moderato central de gran expresividad y dulcísimo inicio; sutiles melodías entrelazadas entre maderas y cuerdas van conduciendo a una progresiva densificación de la escritura. Finale animado que retoma la energía rítmica; de espíritu alegre, el movimiento, luminoso, juega con las sonoridades y los timbres, lleno de vigor, fuerza y tensión anímica, concluyendo la obra de forma brillante.

La Sinfonía Breve es un buen ejemplo del lenguaje y el credo musical de Bautista. Música pura, abstracta, que rinde homenaje a la perfección de la forma, pero también a unos ecos españoles transfigurados.

© Blanca Calvo