Notas al programa
Las dos obras que componen este programa comparten una misma época, los años cuarenta del siglo pasado, y una experiencia histórica traumática, la Segunda Guerra Mundial. Pero responden a dos perspectivas muy diferentes, tanto en lo geográfico como en lo vital. Richard Strauss había mantenido una actitud bastante blanda ante el Tercer Reich, que lo había llevado desde la participación activa como presidente del Reichsmusikkammer a un discreto retiro de la vida pública, primero en Viena i después en Garmisch. Prokófiev, por su parte, había huido de su país tras la Revolución Rusa, pero volvió a él en 1936, y aunque se prestó a colaborar intensamente con el régimen comunista nunca se caracterizó por el entusiasmo soviético que Stalin hubiera deseado. El país donde nació Strauss perdió la guerra, mientras que el de Prokófiev fue uno de los principales ganadores. Y lo más curioso es que el horror de la guerra apenas se percibe ni en las Cuatro últimas canciones de Strauss (1948) ni en la Quinta sinfonía de Prokófiev (1944). Lo cual es más curioso en el caso del compositor ruso, que no pareció encontrar inspiración en aquel apocalipsis bélico, al contrario de lo que le sucedió a Strauss con sus Metamorfosis, obra un año posterior a la sinfonía de Prokófiev.
Las Cuatro últimas canciones de Strauss forman hoy en día un ciclo, una especie de obra unitaria que difícilmente nos podríamos imaginar que fuese diferente. Y sin embargo no siempre fue así. Inicialmente, Strauss se sintió atraído por el poema Im Abendrot (“En el ocaso”) de Josef von Eichendorff y por los poemas de Hermann Hesse, a seis de los cuales quería dar forma musical. Finalmente, en buena parte superado por las circunstancias y por su avanzada edad (84 años), Strauss convirtió en música solo tres de los poemas de Hesse (Frühling [“Primavera”], September [“Septiembre”] y Beim Schlafengehen [“Al ir a dormir”]). El compositor murió al año siguiente de acabar estas cuatro canciones, sin haber dejado ninguna instrucción para tratarlas como unidad. Esto no impidió a sus sucesores —en este caso su amigo Ernst Roth, editor de Universal Edition y de Boosey & Hawkes— reunirlas como ciclo y presentarlas como su última obra, o casi. Roth decidió no solo el título, sino también el orden en el que se publicarían, que no sigue el orden cronológico de composición. Con muy buen criterio por su parte, como veremos enseguida. Strauss destila en estas piezas todo su inmenso caudal de sabiduría en la orquestación, toda su complejísima técnica modulatoria, epítome de los logros conseguidos desde el Tristán hasta entonces. Decir que el tema general de estos Lieder es el final del trayecto vital es decir más bien poco. Con la excepción de Frühling, que evoca de manera muy lírica la estación florida de la vida, los otros tres poemas nos trasladan a la idea de lo otoñal, de una vida que siente cómo le llega su último suspiro y adquiere un cierto regocijo entre lo nostálgico y la aceptación del adiós. September, con una instrumentación de pura filigrana (más, si cabe), nos introduce en un ambiente crepuscular que simboliza una vejez llena de calma y de paz, y que se cierra con el que tal vez sea el solo de trompa más bello que se ha escrito jamás. Beim Schlafengehen es, en su inmensa melancolía, un canto a la serenidad y la expresión de un intenso deseo de infinito tras la muerte, con un solo de violín sencillamente inmortal. Y la despedida de este mundo, ahora de manera explícita, impregna el esplendor extático de Im Abendrot, una música que sería vano intentar describir con palabras. Dos flautines representan, con sus trinos, sendas alondras que en el poema no son sino las almas que buscan la vida eterna. La obra se cierra con un verso que nos atraviesa de parte a parte como una espada: “¿Es esto, tal vez, la muerte?”. Tal vez no haya manera más admirable de despedirse del mundo de los vivos.
En 1944, Prokófiev hacía ya 14 años que no había abordado el género de la sinfonía. Durante ese lapso de tiempo se había dedicado a otros géneros, lo que dio frutos como las dos primeras suites de Romeo y Julieta y las bandas sonoras de El lugarteniente Kijé, Alexander Nevski e Iván el Terrible. En aquellos años, y señaladamente entre 1939 y 1945, Prokófiev se mostró completamente inmune a cualquier tentación de ejercer como testigo de las realidades de su tiempo. Su creación se sitúa, en este aspecto, a las antípodas de su contemporáneo Shostakóvich, cuya voluntad “militante” impregna, al menos en apariencia, la práctica totalidad de sus obras de gran formato. No obstante, Prokófiev no dejó pasar la oportunidad de justificar su nueva sinfonía usando la neolengua del régimen en un artículo publicado en 1951 en la revista News: “Mi Quinta sinfonía fue pensada como un himno al Hombre libre y feliz, a sus poderosas fuerzas, a su espíritu noble y puro. La música había madurado en mi interior, había llenado mi alma. Esta es la música —o tal vez la idea— que de tan mal gusto parece a algunas personas en Utah [donde Maurice Abravanel había levantado polvareda al dirigir la obra en concierto]. Sin duda prefieren la música que rebaja al hombre, mitiga sus percepciones o deforma sus sentimientos más buenos”. Esta obra constituye tal vez el primer ejemplo de culminación de su estilo maduro, complejo y lleno de opuestos. Así, en el primer movimiento predomina una solemnidad no exenta de lirismo, con sus momentos de violencia. El segundo, un scherzo trepidante, es un auténtico derroche de energía al más puro estilo Prokófiev; el Meno mosso central no llega a alejarnos de esa especie de espiral incesante con toques demoníacos que caracterizan a todo el movimiento. El Adagio que lo sigue es una pieza llena de melancolía, con frecuentes incisos lacerantes a cargo de los violines en el registro sobreagudo. El clímax, en estentóreo tutti, alcanza cotas de gran dramatismo, pero se disuelve de nuevo en un tono elegíaco. Finalmente, el cuarto movimiento empieza con suavidad, citando el tema inicial del primer movimiento; pero enseguida se pone en marcha esa maquinaria tan extraordinariamente vital del ritmo y de la melodía cortante y saltarina, una forma de expresión que solemos asociar a los compositores rusos. Prokófiev lo maneja con un vitalismo y una gracia insuperables, convenientemente aderezados con el toque ácido tan típico de su brillante orquestación. Entre la percusión abigarrada y contundente, los metales contundentes y las piruetas de la cuerda, el movimiento avanza hasta una conclusión de desbordante alegría orgiástica. ¿Como una especie de victoria? Sí, es una interpretación posible…
© Guillem Calaforra
Guillem Calaforra es doctor en lingüística por la Universidad Jaguelónica de Cracovia, especialista en sociología del lenguaje y análisis crítico del discurso. Realizó estudios de violín en el Conservatorio Profesional de Música de Valencia. Creó las primeras páginas web españolas sobre Bruckner y sobre Webern, ha traducido varios textos relacionados con obras musicales y es autor de un libro de ensayos sobre música (So i silenci. Barcelona, Riurau, 2010).
Cuatro últimas canciones
Frühling (Primavera)
In dämmrigen Grüften träumte ich lang von deinen Bäumen und blauen Lüften, Von deinem Duft und Vogelsang.Nun liegst du erschlossen In Gleiß und Zier Von Licht übergossen Wie ein Wunder vor mir. Du kennst mich wieder, |
En la gruta crepuscular soñé largamente tus árboles tus aires embriagadores tus olores y el cantar de tus pájaros.Ahora yaces descubierto con tus ornamentos resplandecientes pleno de luz como un milagro ante mi. Me reconoces de nuevo |
September (Septiembre)
Der Garten trauert, kühl sinkt in die Blumen der Regen. Der Sommer schauert still seinem Ende entgegen. Golden tropft Blatt um Blatt Lange noch bei den Rosen |
En el jardín enlutado cae gélida la lluvia sobre las flores. El verano se estremece mansamente esperando su final. Goteo dorado de hoja Moroso junto a las rosas |
Beim Schlafengehen (Al ir a dormir)
Nun der Tag mich müd’ gemacht, soll mein sehnliches Verlangen freundlich die gestirnte Nacht wie ein müdes Kind empfangen. Hände, laßt von allem Tun, Und die Seele unbewacht, |
Cansado del día debe recibir mi añoranza ansiosa amigablemente la noche como al niño fatigado. Manos, dejad los quehaceres, Y el alma sin vigilancia, |
Im Abendrot (En el ocaso)
Wir sind durch Not und Freude gegangen Hand in Hand; vom Wandern ruhen wir nun überm stillen Land. Rings sich die Täler neigen, Tritt her und laß sie schwirren, O weiter, stiller Friede! |
Hemos atravesado necesidad y felicidad cogidos de la mano; descansamos del camino en el campo silencioso. Alrededor, se inclinan ya los valles Ven y déjalas correr Lejana, calmada paz |
Ángeles Blancas, soprano
La constante presencia de Ángeles Blancas en los escenarios internacionales la convierten en una de las sopranos españolas más destacables de su generación. La suma de sus cualidades vocales y musicales, junto a sus grandes dotes escénicas han hecho de ella una artista habitual en muchas de las programaciones del panorama operístico.
Desde su debut en un concierto con Plácido Domingo, Blancas ha actuado en muchos de los teatros más importantes del mundo como el Royal Opera House Covent Garden (Londres), Opernhaus Zürich, Gran Teatro del Liceo (Barcelona), Teatro Real (Madrid), Ópera de Washington, Carneggie Hall (New York), Fenice di Venezia, San Carlo de Nápoles, Ópera de Roma, Ópera de Montecarlo y el Teatro Colón de Buenos Aires, entre muchos otros.
Die Zauberflöte marca la salida de una carrera que desde sus inicios llamó la atención tanto de la crítica com del público. Compañera de reparto de nombres como Plácido Domingo, Leo Nucci, Jonas Kaufmann, Marcello Giordani o Carlos Álvarez, su repertorio ha estado en constante evolución con títulos que van de La fille du régiment o Semiramide a más recientemente obras como La voix humaine (Barcelona, Leipzig, Venecia y Las Palmas), La Juïve (Zürich y Amsterdam), Simon Boccanegra (Oviedo), Die Gezeichneten (Palermo), Aida (Basilea), Adriana Lecouvreur (Londres) o Andrea Chénier (Bregenzer Festspiele).
Directores de orquesta como Antonio Pappano, Thomas Hengelbrock, Nello Santi, Marco Armiliato, Rafael Frühbeck de Burgos o Alberto Zedda, y de escena como Graham Vick, Robert Carsen, Calixto Bieto, Paco Azorín o Jonathan Miller han trabajado con ella y la han elogiado extensamente. Ángeles Blancas se ha prodigado también ampliamente en el terreno del concierto y el recital.
De entre sus proyectos recientes destacan Jenufa (Kostelnicka) en Bologna y Palermo, Vec Makropoulos en Venecia y Strasbourg, Il Prigioniero de Dallapiccola en Londres, Roma y Hamburgo, o su debut en el rol principal de Salome.