Notas al programa
De Do a do #
Parece este programa reivindicar la siempre directa y clara tonalidad de Do. Del radiante Do mayor que recurre Prokófiev para su más tonal y clásico concierto para piano, al más oscuro Do sostenido utilizado en su -también- más tonal y romántica sinfonía. Sólo medio tono más, pero todo un abismo desde el punto de vista de la sonoridad y el color instrumental. Abismo que se convierte en otro mundo al establecer la modalidad menor, siempre más oscura, siempre más dramática, más melancólica y triste. Como preludio y pórtico de este programa en Do, el reiterativo pero siempre diferente Bolero de Ravel, una de las más logradas y conocidas páginas orquestales, cuya excepcional orquestación se basa en dos temas, que -en sintonía con el programa de hoy- se presentan uno en Do mayor y el otro en do menor. ¡Cosas del Do!
Prokófiev: Concierto para piano número 3, en Do mayor, opus 26
Como virtuoso del teclado y compositor de fuste, la obra pianística de Serguéi Prokófiev figura ente los grandes monumentos del repertorio para teclado. Sus nueve sonatas, cinco conciertos y las innumerables piezas de muy distinto tipo que dedicó al piano rezuman esta característica dualidad que también marca la obra de compositores-pianistas como Albéniz, Chopin, Liszt o Rajmáninov. De sus conciertos para piano, es el tercero, el que hoy protagoniza Alba Ventura en su nueva actuación junto a la Orquesta de Extremadura y Álvaro Albiach, el más popular y “accesible”. No por el hecho convencional de ser el único en el que Prokófiev respeta la forma tradicional en tres movimientos, sino por ser, el mejor acabado, el más “clásico” en cuanto a su bien equilibrado entramado interior. También el concierto en el que más abierta y desenfadadamente aflora la intensa vena lírica que, detrás de todo, tanto distingue y siempre subyace en el novedoso lenguaje del agazapadamente romántico compositor ruso.
Sus primeros esbozos son contemporáneos de la Sinfonía clásica, compuesta entre 1916 y 1917. Pero sus orígenes son aún anteriores, ya que se remontan a algunos apuntes y bosquejos de 1911 y 1913. Cuando comenzó a trabajar sobre este material, pensando ya en el concierto que hoy toca Alba Ventura, hubo de interrumpir los trabajos cuando en 1918 abandonó la Unión Soviética para instalarse en París. Finalmente, los retomó en el verano de 1921, quedando concluido poco después. El estreno tuvo lugar el 16 de diciembre de ese mismo año, en Chicago, interpretado por el propio compositor al teclado, que fue acompañado por la Sinfónica de Chicago y la batuta de Frederick Stock. Desde entonces, y “aunque el público no entendió nada en el estreno, aunque lo aplaudió con ganas” según cuenta Prokófiev, el concierto ha gozado siempre del favor de todos los auditorios. También del público soviético, que lo acogió con verdadero entusiasmo antes incluso del definitivo regreso de Prokófiev a su país. El crítico ruso Boris Asafiev escribió, tras calificar el concierto como “radiante y vigorizador”, que se trata de una perfecta “afirmación y glorificación del Do mayor como una disposición de ánimo”.
Nada mejor que las líneas escritas por el propio Prokófiev para el programa de mano del estreno en Chicago para explicar sus pentagramas. “El primer movimiento”, anota el compositor, “se inicia silenciosamente con una breve introducción en 4/4 y tempo Andante. Inmediatamente el clarinete solista introduce el tema principal sin acompañamiento, que es recogido por los violines durante algunos compases. Poco después, el tempo cambia a un Allegro, donde tras un pasaje de semifusas a cargo de las cuerdas, el tema principal irrumpe en el piano. El desarrollo transcurre de modo muy vivaz, teniendo tanto el piano como la orquesta numerosas intervenciones destacadas, tanto conjuntamente como por separado. Unos acordes en solitario del piano conducen al segundo tema, de carácter más expresivo, y presentado por el oboe sobre un fondo en pizzicati de las cuerdas. Inmediatamente el piano recoge este segundo tema, que es sometido a un extenso desarrollo. En el clímax de esta sección, reaparece el Andante inicial, y la orquesta toca de nuevo el primer tema, en fortísimo. El piano solista se agrega, para someterlo a un amplio tratamiento armónico. Tras reaparecer el Allegro, ambos temas -el principal y el secundario- son desarrollados con creciente brillantez, que conduce y concluye en el agitado crescendo que cierra el movimiento”.
“El segundo movimiento”, prosigue Prokófiev, “es un tema con cinco variaciones. El tema, andantino, es anunciado por la orquesta en solitario. En la primera variación el piano presenta el tema de un modo casi sentimental, que se resuelve en una sucesión de trinos. En la segunda, el tempo cambia a Allegro, y en la tercera el piano tiene una brillante serie de acordes, mientras que pequeños detalles del tema principal son introducidos sucesivamente por la orquesta. En la cuarta variación, Andante, piano y orquesta se explayan en el tema de forma suave y meditativa. La quinta, Allegro giusto, tiene carácter enérgico y vehemente, y conduce sin interrupción hacia la reexposición del tema por parte de la orquesta, mientras el piano realiza unos delicados acordes”.
“El Finale”, concluye el compositor, “es un Allegro ma non troppo en tiempo de 3/4, que se inicia con un tema en staccato, que pronto es interrumpido por la violenta entrada del piano. La orquesta mantiene el motivo inicial, que posteriormente es retomado por el piano y lo desarrolla ampliamente. Posteriormente, un tema secundario es introducido por los instrumentos de madera. El piano lo replica con un nuevo tema que mantiene e incluso incrementa el mordaz humor que marca el concierto, que concluye con una brillante coda”.
Ravel: Bolero
Una de las ideas más inmediatas que tradicionalmente se asocian a la música de Maurice Ravel es la exquisita y sabia opulencia de su orquestación. Su célebre Bolero, construido en 1927 sobre un diseño rítmico y melódico que se repite de modo obsesivo a lo largo de los aproximadamente 17 minutos que se prolonga la partitura, constituye perfecto ejemplo de esa bien difundida y más que justificada cualidad de la perfecta orquesta raveliana. El propio compositor desentraña en palabras las claves de esta celebérrima obra, convertida en uno de los fragmentos sinfónicos más populares de la historia. “Mi intención”, escribe Ravel, “fue repetir insistentemente el tema exento de cualquier desarrollo, graduando lo mejor posible la orquestación y las dinámicas”.
La obra se estrenó en la Ópera de París, el 28 de noviembre de 1928, bailada por la famosa Ida Rubinstein, que se la había encargado un año antes. La coreografía era de Bronislava Nijinska (hermana del gran bailarín Vaslav Nijinski) y la orquesta estuvo dirigida en el foso por Walter Straram. Fue un éxito colosal, pese a que un sector del público se quedó atónito ante la sorprendente construcción de la novedosa composición. Tres años después, en 1931, cuando el Bolero era ya universalmente célebre, su creador matizaría algunos detalles. “Deseo enormemente que no haya confusiones con respecto a mi Bolero”, escribe Ravel en una carta publicada en el Daily Telegraph de 16 de julio de 1931. “Es una experiencia”, prosigue la misiva, “en una dirección muy especial y muy limitada, por lo que no debería suscitar la sospecha de que intenta lo que no es. Antes de la primera representación hice publicar una advertencia precisando que había escrito una pieza de 17 minutos que consistía únicamente en un tejido orquestal sin música, en forma de un largo y progresivo crescendo”.
El Bolero –para el que Ravel se basó en la popular danza española derivada de la seguidilla, en tiempo de 3/4, y cuyo origen se remonta a mediados del siglo XVIII- consta esencialmente de dos temas, sobre los que se articula todo el proceso evolutivo, en un ininterrumpido crescendo que culmina en una explosiva orgía de color y ritmo en el que los dos motivos –uno en Do mayor y el otro en su relativo de Do menor- se cruzan en un verdadero alarde del brillante talento orquestador que distingue toda la obra del compositor vasco-francés.
Prokófiev: Sinfonía número 7, en do sostenido menor, opus 131
Enamorado del orden y la meticulosidad -con frecuencia hasta la exageración en su vida privada-, Prokófiev desarrolla cada una de sus composiciones con rigurosa planificación, desgranando los momentos musicales de sus piezas con rara y progresiva inteligencia unificadora. Compuesta a principios de 1952 y estrenada el 11 de octubre de este mismo año en Moscú, dirigida por Samuel Samosud, Prokófiev deja de lado en su séptima y última sinfonía el sarcasmo y la punzante acidez de obras precedentes (como la Sexta sinfonía, estrenada en 1947), para recurrir a un lenguaje más sencillo y alejado de conflictos, “que acerque esta nueva composición a los jóvenes auditores”. Se trata del último periodo creativo -Prokófiev fallecería pocos después del estreno, el 5 de marzo de 1953, exactamente el mismo día que Stalin-, fase en la que se explaya en una manera creativa más sosegada y calma que la que caracterizó toda su carrera. La conclusión del ligero y desenfado Vivace final, en un pianísimo precedido de un largo diminuendo, y que tanto recuerda los grandes finales de la Tetralogía de Wagner, esencializa este nuevo -y último- lenguaje prokofieviano.
La melodía, la claridad tonal y el muy cuidado refinamiento de las sonoridades orquestales son características de esta sinfonía de plenitud, sin duda la más abiertamente romántica, en la que, como también hace Strauss en sus últimas y clasicistas óperas, retrotrae la mirada a un pasado que ahora, tras los años de ruptura, parece percibirse con nostalgia y hasta cariño, como si se quisiera reivindicar lo que antes fue renegado. Que para el segundo movimiento –Allegretto– recurra a un tiempo de vals es toda una declaración de intenciones. Como también los hermosos efectos tímbricos que se suceden en los cuatro movimientos, con detalles tan significativos como el empleo combinado de piano y campanólogo.
Esta mirada al pasado, junto al hecho de que la sinfonía se estrenara en plena “Guerra fría”, y de que su autor hubiera retornado a la Unión Soviética en 1936 para establecerse definitivamente en el “Paraíso comunista” tras haber residido en Estados Unidos y Francia, fueron factores que influyeron en que los medios de comunicación occidentales recibieran con hostilidad la sinfonía del “desertor de Occidente”. Incluso un periódico tan riguroso como el New York Times no vaciló al tildarla como “música burguesa y conservadora”. Quizá para compensar tanta crítica “capitalista”, Prokófiev fue distinguido en 1957 -¡cuatro años después de su muerte!- con el prestigioso Premio Lenin por componer, precisamente, esta Séptima sinfonía entonces tan injusta y mal comprendida en el “corrompido” mundo capitalista.
© Justo Romero
Justo Romero (Badajoz, 1955) es una de las firmas más conocidas y reconocidas de la música española. Ha sido director técnico de la Orquesta Bética Filarmónica (1978-1981) y de la Orquesta de Valencia (1995-1998); fundador de la Orquesta de la Comunidad Valenciana (2005-2007), asesor artístico del Festival Albéniz de Camprodón (1999-2007) y del Auditorio de Alicante (2011-2017), y Dramaturgo del Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia (2005-2014). Fue crítico musical de los diarios El País, Diario 16 y El Mundo, así como en la revista Scherzo y otras publicaciones especializadas. Su extensa bibliografía incluye títulos como Sevilla en la ópera; Albéniz; El Gato Montés; Falla; El Padre Soler en el Archivo Ducal de Medina-Sidonia; Cristóbal Halffter, este silencio que escucho; Chopin. Raíces de futuro, y El piano 52+36. Ha dictado conferencias y dirigido seminarios en múltiples países y universidades. Desde 2016 es crítico del diario Levante.
Alba Ventura, piano
Nacida en Barcelona, debutó como solista a los trece años junto a la Orquesta de Cadaqués y N. Marriner en San Sebastián y en el Auditorio Nacional de Música. Desde entonces su carrera como solista no ha parado de crecer con invitaciones de auditorios como el Wigmore Hall, el Barbican y la Iglesia de St. Martin in the Fields, Concertgebouw, Musikverein, Cité de la Musique y la Sala Svetlanovsky de Moscú entre otras, habiendo tocado además de en las principales salas españolas, y en Bogotá y Auckland. Ha sido dirigida por personalidades como Antonini, Harth-Bedoya, Hogwood, Mas, Pons, Ros Marbà y Vásary, y ha colaborado con importantes conjuntos, como las orquestas Philharmonia y Hallé, Filarmónica Nacional de Hungría, la Sinfónica Nacional Checa, las principales orquestas españolas y con los cuartetos Brodsky, Takacs y Casals.
En la temporada 2013-2014 se presentó con gran éxito en China, y en Estados Unidos, donde fue invitada por la Sociedad Chopin de Connecticut y además de conciertos impartió una Master Class en la Hartt School. De sus últimas temporadas cabe destacar también recitales en el Reino Unido, Auditorio Nacional de Música, Palau de la Música Catalana y Auditori de Barcelona o Festival de Granada, así como conciertos con orquestas como los London Mozart Players, o las sinfónicas de Barcelona, del Gran Teatre del Liceu o de Castilla y León.
Alba ganó las audiciones internacionales del Young Concert Artist Trust (YCAT) y en la temporada 2009-2010 fue seleccionada por el programa Rising Stars que promueve ECHO. Recientemente le fue otorgado el Premio IMPULSA de la Fundación Príncipe de Girona. Sus últimos trabajos discográficos han estado dedicados a Rachmaninov y los Estudios y han sido recibidos de forma entusiasta por la crítica.
Alba Ventura es, además, profesora titular en el Conservatorio Superior de Música del Liceo.
Álvaro Albiach, director
Álvaro albiach es nuestro director titular y artístico desde 2012.