Notas al programa
Pese a haber nacido ambos en 1824, en realidad Carl Reinecke y Anton Bruckner parece que sean de dos generaciones diferentes. Ambos siguen los principios básicos del Romanticismo, pero difieren en sus respectivos proyectos estéticos. Reinecke, autor prolífico que en sus tiempos fue toda una institución, se quedó siempre instalado en una versión más bien clasicista del Romanticismo; sus referentes eran Mendelssohn y Schumann, y de alguna manera debió considerar que su igual era Brahms, un poco más joven que él. Bruckner, en cambio, se convirtió en una extraña mescolanza entre los grandes nombres del pasado (de Bach a Schubert, pasando por la santísima trinidad vienesa) y Wagner, aunque su wagnerianismo es más bien peculiar y discutible. El vínculo más visible entre ellos fue Liszt, con quien Reinecke llegó a estudiar, y de quien aprenderían ambos. Pero Bruckner pronto empezó a aprovechar los aspectos vanguardistas y progresivos de la línea Liszt-Wagner, aderezados con un respeto reverencial hacia la solidez de las formas tradicionales. Reinecke, en cambio, pese a mostrar cada vez más interés por algunas armonías atrevidas y sorprendentes, nunca dejó de ser un romántico burgués y moderado. Desde una perspectiva histórica, las obras maestras sinfónicas de Bruckner hallaron en seguida su lugar en el canon y en el gran repertorio, mientras que la música afable y fresca de Reinecke pasó a un lugar meritorio pero secundario. Aunque ambos ejercieron la docencia, Reinecke tuvo una vida social mucho mayor (como director de la Gewandhaus de Leipzig y profesor del conservatorio): estrenó obras capitales como el Réquiem alemán de Brahms, y tuvo entre sus estudiantes a Grieg, Albéniz, Bruch y Janáček. Bruckner fue un fenómeno aislado, mientras que Reinecke simboliza el fin de una época.
No deja de ser curioso que las dos obras más conocidas de Reinecke sean piezas de referencia en el repertorio para flauta: la sonata “Undine” op. 167 (1882) y el Concierto en re mayor op. 203 (1908). En esta última obra, permeada de principio a fin por un lirismo cálido y sincero, Reinecke muestra su cara más “moderna”, con algunas modulaciones a tonalidades relativamente alejadas. (Tomemos aquí el adjetivo moderna con mucha precaución, e incluso con un punto de ironía: cabe recordar que el amable Concierto de Reinecke fue compuesto dos años después que la Sinfonía de cámara núm. 1 de Schönberg, tres años después de El mar de Debussy, y uno antes de la Electra de Strauss…). El carácter escandalosamente melódico de la obra nos retrotrae, en efecto, a la música de Mendelssohn, pero medio siglo después. El diálogo entre el solista y la orquesta tiene lugar en todo momento en condiciones de igualdad y de equilibrio, en un ambiente de una cierta cortesía mutua. El primer movimiento, en forma sonata, se desarrolla en un suave 6/8 ondulante y cantable, e invita al solista a propinar una bella exhibición de expresividad; no es casualidad que instrumentistas como Nicolet, Rampal, Galway o Pahud otorguen tanta importancia al aspecto lírico de este movimiento. El Lento e mesto que sigue ofrece una melodía melancólica sobre una especie de ostinato lúgubre en el bajo. Hace poco, en una entrevista con Andreas Blau, Pahud decía que en esas notas del timbal y de la cuerda grave se percibe una especie de latido del corazón, con un cierto aire fúnebre; su predecesor en Berlín le respondía aludiendo al carácter extremadamente nostálgico de esta bella música. Pero añadía: “Por suerte, en el tercer movimiento aparece algo más ligero y más positivo”. En efecto, el Moderato que cierra el concierto constituye una pieza de bravura para el solista. Sin exagerar en las exigencias de virtuosismo técnico, y sin apartarse tampoco demasiado de la vis lírica de los movimientos precedentes, este rondó aporta el contrapeso de luminosidad que da proporción y mesura a la obra.
El Concierto para flauta en re mayor, op.283 de Carl Reinecke ha sido interpretado por la OEX una sola vez anteriormente el 28 de julio de 2018 en el Castillo-Fortaleza de Marvâo (Portugal), dirigida por Álvaro Albiach y por la solista Adriana Ferreira.
La Sexta sinfonía es tal vez la más enigmática de Bruckner. Su autor nunca pudo oírla entera, puesto que en vida solo se interpretaron los dos movimientos centrales (1883, Musikverein). La primera interpretación digamos “entera” de la obra estuvo a cargo de Mahler, que la mutiló sin contemplaciones (1899). Durante casi medio siglo la sinfonía nunca sonó tal como es, hasta que en 1935 Paul van Kempen dirigió la edición crítica de Robert Haas. Es la única sinfonía que no pasó por el típico proceso tedioso de revisiones y versiones que Bruckner aplicó a todas las otras (y que dio resultados maravillosos, por otra parte). Para su autor, que la consideraba “la más descarada” (“Die Sechste, die keckste”), esta sinfonía era una de sus preferidas; algo parecido a la gran estima que Beethoven profesaba a su Octava, siempre vista como una “obra menor”. No obstante, la Sexta es tal vez la menos interpretada en concierto, y la menos grabada, de las sinfonías de madurez de Bruckner, incluso menos que la exigente —y no demasiado popular— Quinta. ¿A qué se deben tanta excepcionalidad y tanta rareza?
La Sexta es una obra realmente extraña. Juega con las ambigüedades armónicas desde el primer compás, en el que los violines, durante más de veinte compases, hacen un papel rítmico mientras violonchelos y contrabajos (y el viento después) presentan una extraña melodía medio binaria medio ternaria que va cambiando de tonalidad. Entre las novedades que permite oír esta obra, hay que destacar que no encontramos en ella el famoso “trémolo Bruckner” de las cuerdas (solo las violas al principio del cuarto movimiento), ni los igualmente célebres corales del metal. Pero sí que oímos los típicos unísonos y silencios abruptos; y el habitual papel preponderante de los metales, que da a todo Bruckner su monumentalidad catedralicia, se mantiene intacto en esta sinfonía. Ya hemos insinuado que conviven en ella, casi hasta lo exagerado, ritmos binarios y ternarios, tal como suele ocurrir en Bruckner (con el consabido simbolismo religioso: tierra y cielo vs. Santísima Trinidad). Por tanto, no parece que haya nada de excepcional en la Sexta que justifique el hecho de haber quedado ensombrecida por la fama de otras sinfonías: incluso la Tercera se interpreta y se graba prácticamente el doble que la Sexta, a juzgar por los repertorios de John F. Berky. Por eso es un misterio. Bruckner le atribuía un descaro que, más allá de las ambigüedades tonales y de los arrebatos, no se ven por ninguna parte, tal vez como trasunto de una especie de intento de sentido del humor, que en Bruckner no aparece en ninguna sinfonía. En cambio, el oyente admirará en la Sexta la poderosa voluntad que se expresa en el primer movimiento, la tristeza elegíaca y casi fúnebre que destila el segundo (que involuntariamente casi cita la Heroica de Beethoven), la contundencia del tercero y la asertividad apoteósica con que el cuarto movimiento cierra la obra, no sin ciertos recovecos sinuosos entre las clásicas fanfarrias brucknerianas. Es decir, que este es un Bruckner puro y de muchos quilates, digno de las tres sinfonías que llegarían años después. Los oyentes lo perciben en seguida, sobre todo si es la primera vez que oyen esta sinfonía.
© Guillem Calaforra
Guillem Calaforra es doctor en lingüística por la Universidad Jaguelónica de Cracovia, especialista en sociología del lenguaje y análisis crítico del discurso. Realizó estudios de violín en el Conservatorio Profesional de Música de Valencia. Creó las primeras páginas web españolas sobre Bruckner y sobre Webern, ha traducido varios textos relacionados con obras musicales y es autor de un libro de ensayos sobre música (So i silenci. Barcelona, Riurau, 2010). Colabora escribiendo notas al programa para la OEX, según sus palabras, «desde hace… ya ni me acuerdo. Es para mí uno de mis máximos motivos de orgullo, y lo aprecio tanto como mi doctorado, o tal vez más».
Francisco López
Francisco López Martín es el solista de flauta de la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña y flauta principal en Oslo Philharmonic Orchestra. Hasta hace muy poco tiempo mantenía su plaza de flauta solista en la Ópera de Gotemburgo. Ha colaborado con orquestas como Gothenburg Symphony Orchestra, Danish Radio Symphony Orchestra, Swedish Radio Symphony Orchestra, Norwegian Radio Orchestra, Norwegian National Opera Orchestra, Orquesta de Cadaqués, Sydney Symphony Orchestra, Mahler Chamber Orchestra, Orquesta Sinfónica del Liceo, Orquesta Sinfónica Nacional de Cataluña y c/o Chamber Orchestra con las que ha hecho giras prácticamente por todo el mundo.
Ha recibido numerosos premios en el Concurso Internacional de Música ARD en Múnich (premio del público, BRklassik votación online, mejor interpretación de la obra compuesta por Salvatore Sciarrino para la competición y el segundo premio). También ha sido premiado en concursos internacionales como Ljungrenska Competition (Suecia), Andalucía Flauta y “Pedro Bote” en Extremadura. Además ha sido becado en diferentes ocasiones por la Fundación Caja Badajoz y el Gobierno de Aragón e Ibercaja.
Comenzó sus estudios musicales en su ciudad natal Plasencia, de la mano de Juanjo Hernández en el Conservatorio “García Matos”. Continuó sus estudios superiores en Zaragoza en el Conservatorio Superior de Música de Aragón con los profesores Fernando Gómez y Antonio Nuez. Durante su tiempo en Zaragoza también recibió clases de Jaime Martín, a la vez que formaba parte de la Orquesta Joven de Extremadura y colaboraba con la Orquesta de Extremadura. También estudió en la Universidad de Gotemburgo, cursando el Máster en Estudios Orquestales en la Swedish National Orchestral Academy con los flautistas Havard Lysebo y Anders Jonhall. Ha formado parte de la Baltic Sea Youth Philharmonic durante dos años, con quien ha realizado giras por toda europa.
Francisco compagina su trabajo de músico de orquesta con una carrera muy activa como solista. A menudo da recitales de música de cámara. Ademas, ha tocado como solista con varias orquestas en Suecia, Alemania, Suiza y España como la Symphonieorchester des Bayerischen Rundkuns, Orquesta de Cámara de Múnich, Orquesta de la Ópera de Gotemburgo, Schleswig-Holsteinisches Sinfonieorchester, Collegium Musicum en Basilea, Orquesta de la Universidad de Gotemburgo, Camerata del CSMA y cuarteto Quiroga, c/o Chamber orchestra y la Orquesta de Extremadura.
Como docente ha sido profesor en el Curso de Anento de Flauta y ha impartido clases magistrales en el Conservatorio Superior de Música de Badajoz, Conservatorio Superior de Música de Aragón, Conservatorio Superior de Granada, Escola Superior de Música de Cataluña, Convención de Flautista de España, FLUTE ON festival of the Netherlands Flute Association, Barrat Due Institute of Music en Oslo y la Academia de Música de la Universidad de Gotemburgo.
Recientemente ha hecho su debut como compositor en su ciudad natal, estrenando su primera obra para orquesta “El Bailaero de las Gitanas”, drama folclórico para flauta, narradora y orquesta, siendo el primer concierto programado en el Auditorio del Palacio de Congresos de Plasencia, con gran éxito de público y crítica.
Álvaro Albiach
La obtención del Gran Premio del Jurado y del Premio del Público en la 46ª edición del prestigioso Concurso Internacional de Dirección de Orquesta de Besançon en 1999 supuso el punto de partida de la carrera profesional de Álvaro Albiach (Llíria —Valencia—, 1968), tras lo que vino su debut al frente de la Orquesta Nacional del Capitole de Toulouse en la Halle aux Grains. Desde entonces ha desarrollado una intensa carrera con invitaciones de importantes orquestas como la Wiener Kammerorchester, NDR Radio Philharmonie de Hannover, Trondheim Symphony, Orchestre d’Auvergne, Flemish Radio Orchestra, Würtembergische Philharmonie, Orquesta Nacional de Lyon, así como de las principales orquestas españolas.
Álvaro Albiach compagina su actividad sinfónica con una importante presencia en el campo de la ópera habiendo trabajado en teatros y festivales de la talla del Real de Madrid, Gran Teatre del Liceu de Barcelona, Festival Rossini de Pesaro, Teatro Comunale de Bologna, Teatro Comunale de Treviso, Schleswig Holstein Festival, Festival de Granada, Festival de Peralada, Festival de Verano de El Escorial, Teatro Campoamor de Oviedo, Teatro Villamarta de Jerez o en el Teatro de la Zarzuela de Madrid entre otros.
Álvaro Albiach inicia su formación musical en su ciudad natal y a la edad de quince años empieza su actividad como director. En su formación como director han intervenido Michael Gielen, José Collado, Antoni Ros Marbà o Jesús López Cobos. Obtuvo el Diploma en Dirección de Orquesta en la Accademia Musicale Pescarese con el maestro Gilberto Serembe.
En septiembre de 2012 fue designado Director Artístico y Titular de la Orquesta de Extremadura, done está desarrollando una intensa actividad de proyección de la agrupación, donde podríamos destacar las funciones de Salome de Richard Strauss en el Festival de Teatro Clásico de Mérida en el verano de 2.014, en relación a las cuales la crítica destacó el trabajo de la orquesta y la “dirección vibrante y precisa de Álvaro Albiach”, así como su planteamiento de la obra “con seriedad y rigor” (Juan Ángel Vela del Campo, El País, 9 de julio de 2014) o la actuación de la Orquesta de Extremadura en al Auditorio Nacional en Febrero de 2.016 en las que la crítica apuntó a la Orquesta de Extremadura como “una de las más destacadas de nuestro país” (José A. García y García, Scherzo, marzo de 2.016)
Junto a la Orquesta de Extremadura ha grabado para el sello Sony Classics la integral sinfónica de la obra de José Zárate. En mayo de 2.018 la Orquesta de Extremadura y Álvaro Albiach estrenan la Quinta Sinfonía de David del Puerto, dedicada tanto a la orquesta como a su director.
Entre sus próximos compromisos figuran la participación como jurado en el Segundo Concurso de Dirección de Orquesta “Antal Dorati” en Budapest, así como colaboraciones con la Filarmónica de Málaga, Joven orquesta de la Comunidad de Madrid, Orquesta de Valencia y Orquesta Sinfónica de les Illes Balears entre otras.