Notas al programa
La centralidad de Wagner en la música de la segunda mitad del siglo XIX es de tal magnitud que parece entrar en el terreno de lo trivial. Empezó su carrera como epígono de Carl Maria von Weber e intentando contribuir al desarrollo de la ópera nacional alemana, pero con sus primeras obras maestras, a principios de los años 1840, Wagner mostró que no iba a ser un compositor anecdótico. Con Tristán e Isolda (1865), puso la semilla del colapso de la tonalidad clásica, y mostró el camino que seguirían todos los compositores germanófonos después de él. Las grandes obras posteriores al Tristán, en un intento constante de revolucionar la música escénica intentando una especie de retorno a los parámetros de la tragedia clásica griega, no hicieron sino engrandecer cada vez más la figura de Wagner.
Su importancia se ve mejor, sobre todo, si lo ponemos en contraste y en conexión con la música que por entonces se hacía fuera del entorno germánico, en el que era una referencia que mediatizó toda la música posterior. También fue fundamental en ámbitos culturales como el francés, pero precisamente, por lo contrario: porque la consigna fue en muchos casos precisamente de alejarse lo más posible del wagnerismo, con lo que no dejaba de ser un ejemplo, aunque fuese en negativo. El Romanticismo francés fue en parte wagneriano, e intentó dejar de serlo; su influencia se hizo notar en Franck, y más todavía en Chausson, pero la resistencia estuvo siempre presente. El Posromanticismo wagneriano no echó raíces en Francia, donde se pasó directamente al impresionismo aumentando los aspavientos wagnerófobos —como lo atestiguan, por ejemplo, algunos artículos de Debussy—. Aun así, el cromatismo wagneriano tuvo su influencia en los compositores franceses de la época.
Algunos wagnerianos puristas desprecian la costumbre —inmemorial en el mundo de los conciertos— de oír oberturas, preludios, interludios, fragmentos, pasajes, extractos y selecciones de las óperas de su venerado autor. No vale la pena este desprecio, por dos razones. Primera, porque ya el mismo Wagner lo hacía: la obertura de Los maestros cantores que oiremos hoy se estrenó, bajo la batuta del autor, en 1862… cinco años antes de finalizar la ópera. Y en segundo lugar, porque la mayoría de los fans de sus dramas escénicos suelen haber quedado prendados, primero, por el Wagner fragmentario. Vale la pena, pues, disfrutar sin remilgos de estas joyas, auténticas piezas de orfebrería musical que invitan a sumergirse en el Wagner de gran calibre.
Los maestros cantores de Núremberg es la ópera más larga de su autor, y también la única que escribió en forma de comedia. Narra una historia de rivalidades entre cantores en el siglo XVI, a la que, por supuesto, se le superpone una historia de amor. El preludio u obertura presenta cuatro de los temas más frecuentes en toda la ópera. Los dos primeros —una marcha y una fanfarria— están vinculados al gremio de los cantores, y aparecen cada vez que se menciona el gremio o los maestros. La bellísima melodía del tercer tema procede de la canción con la que el joven caballero Walther ganará la competición. El cuarto tema está acoplado a una versión sarcástica del tema inicial, aquí imitado de manera irreverentemente pedante por los aprendices, con un contrapunto minucioso. En la sección final de la obertura, Wagner ensambla los cuatro temas con una habilidad colosal, en un clímax orquestal de un contrapunto maravilloso, lleno de alegría de vivir, de grandeza y de luminosidad. No nos extraña la enorme popularidad de la que ha gozado siempre esta pieza en Alemania. Vale la pena ir y verlo.
Anteriormente la OEX interpretó una sola vez el preludio de Los maestros cantores de Núremberg el 31 de mayo de 2008 en el Portimão Arena, dirigida por Cesário Costa.
Wagner empezó a componer la música del tercer acto de Sigfrido en 1869, y realizó en 1871 la revisión final de la obra. La pieza sinfónica conocida como Idilio de Sigfrido fue el regalo de cumpleaños para su mujer, Cósima, el día de Navidad de 1870. Eso significa que trabajó casi simultáneamente en el Idilio y en el final de la ópera, en el que introduce una parte del material de esta pieza. Se trata de un pequeño poema sinfónico, que aprovecha una obra de cámara inacabada e incluso incorpora el tema de una antigua canción de cuna, y que originalmente estaba destinado a un conjunto de 13 instrumentistas. La calidez, la ternura de esta “música de la escalera” (Treppenmusik, llamada así por el lugar desde el que lo tocaron los instrumentistas por primera vez) desmiente rotundamente la fama de brutalidad que se atribuye a Wagner, y encaja con la imagen de Cósima despertándose suavemente mucho mejor que con la escena de una valquiria saliendo del sueño en medio de una roca inhóspita. Por necesidades financieras, años después Wagner arregló la pieza para un conjunto orquestal, a fin de que se vendiese mejor.
La OEX ya interpretó el Idilio de Sigfrido el 3 de noviembre de 2011 en el Palacio de Congresos de Badajoz, dirigida por Miguel Romea, y por última vez el 11 de octubre de 2012 en el Teatro Carolina Coronado de Almendralejo, con Miguel Guerra Arévalo como director invitado.
El (más o menos) wagneriano César Franck arriesgaba mucho cuando escribió su Sinfonía en Re menor. Para empezar, el género mismo hacía décadas que era poco atractivo para los compositores del ámbito francófono: ¿cuántas sinfonías francesas habían cosechado popularidad entre la Fantástica de Berlioz y la Órgano de Saint-Saëns? La sinfonía, como género, parecía haberse convertido en un artefacto un poco demasiado alemán… Por otra parte, tal como hemos recordado, en los aspectos melódico y armónico, a Franck le costaba sustraerse al influjo de Liszt y Wagner; el oyente lo captará enseguida en el tema inicial del primer movimiento con su oscura cuarta disminuida, en algunas modulaciones atrevidas, en la orquestación (¿acaso no tiene un aire “tristanesco” el corno inglés del segundo movimiento?). Claro que Franck recurría a una estructura cíclica, tan querida por sus contemporáneos franceses —con Saint-Saëns a la cabeza—, pero eso no le ahorró disgustos. El estreno de la sinfonía de Franck tuvo lugar en medio de una agria polémica, de reproches, de disensión y de escándalo patriótico. Y es que, desde la derrota desastrosa en la Guerra Franco-Prusiana, los ánimos estaban muy caldeados, y el nacionalismo francés lo impregnaba todo en los ambientes artísticos parisinos. Los instrumentistas de la Orquesta del Conservatorio prepararon el estreno sin sentirse involucrados lo más mínimo en la obra, y las reacciones (del entorno de Saint-Saëns, y hasta del mismísimo Gounod) hacia ésta oscilaron entre la displicencia y la hostilidad patente. Pero una década más tarde todo eso se había esfumado, y la sinfonía de Franck se convertía en un clásico consolidado e indiscutible.
El primer movimiento comienza con una introducción misteriosa, oscura y llena de belleza, que desemboca en un primer tema tormentoso. Con éste, y con otro más lírico, se irá creando un torbellino con varios clímax de gran dramatismo. El segundo movimiento, que se inicia con el solo de corno inglés antes citado, alterna las variaciones de ese tema con otros momentos más animados. El tercer movimiento convierte el Re menor del primero en un Re mayor triunfante y energético, no sin recaídas en la melancolía del segundo movimiento. Y es que, en virtud de su estructura cíclica, la obra recupera en este movimiento final varios de los temas de los precedentes, para llevarlos a una conclusión apoteósica que resuelve todos los conflictos que se habían planteado.
Amos Talmon dirigió a la OEX la primera vez que interpretó la Sinfonía en re menor de César Franck, el 24 de febrero de 2011 en el Palacio de Congresos de Badajoz. Y también la última al día siguiente, en el Gran Teatro de Cáceres.
© Guillem Calaforra
Guillem Calaforra es doctor en lingüística por la Universidad Jaguelónica de Cracovia, especialista en sociología del lenguaje y análisis crítico del discurso. Realizó estudios de violín en el Conservatorio Profesional de Música de Valencia. Creó las primeras páginas web españolas sobre Bruckner y sobre Webern, ha traducido varios textos relacionados con obras musicales y es autor de un libro de ensayos sobre música (So i silenci. Barcelona, Riurau, 2010).
Salvador Mas
Nacido en Barcelona, se formó musicalmente en la Escolanía de Montserrat, en el Conservatorio Superior Municipal de Música de Barcelona, donde estudió piano y órgano, y con Antoni Ros Marbà, con quien inició sus estudios de dirección de orquesta. Simultáneamente cursó estudios de filología románica en la Universidad Autónoma de Barcelona.
Becado por la Fundación Juan March y el Ministerio de Ciencia e Investigación austriaco, cursó dirección orquestal y coral con Hans Swarowsky, Karl Österreicher, Otmar Suitner y Günther Theuring en la Escuela Superior de Música y Arte Dramático de Viena, donde se graduó con las máximas calificaciones. Fue becado en dos ocasiones por la Fundación de Arte Castellblanch para estudiar en Salzburgo con Bruno Maderna y en Siena con Franco Ferrara.
Fue galardonado por la Fundación Española de la Vocación, por el Ministerio de Ciencia e Investigación austriaco y en el Concurso Internacional Hans Swarowsky de Directores de Orquesta, en Viena.
Salvador Mas Conde ha sido Director Titular y Artístico de la Orquesta Ciudad de Barcelona y del Orfeó Català; de la Orquesta Filarmónica de Württemberg, (Alemania); de la Orquesta Sinfónica de Limburgo, en Maastricht (Países Bajos); de la Orquesta Sinfónica de Dusseldorf, (Alemania), así como del Coro del Musikverein de la misma ciudad; y de la Orquesta de Cámara de Israel. Entre 2008 y 2012 ha sido Director Titular y Artístico de la Orquesta Ciudad de Granada.
Además de dirigir las principales orquestas españolas, es invitado periódicamente a dirigir la Orquesta de Cámara de Zúrich, la Filarmónica de Múnich, la Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín, la Orquesta de Cámara de Viena, la Orquesta de la Radio Austríaca, la Orquesta Sinfónica de la Radio de Hilversum, la Orquesta Sinfónica de Limburgo, la Orquesta Sinfónica de Dusseldorf, laOrquesta Sinfónica de la Radio de Saarbrücken, la Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt, así como la Orquesta Sinfónica de la Radio deLeipzig. Compromisos recientes incluyen conciertos con la Orquesta Sinfónica de Düsseldorf, Orchester der KlangVerwaltung al Herrenchiemsee Festspiele, Filarmónica Geroge Enescu de Bucarest o Sinfónica de Castilla y León. Entre 1990 y 1993, tuvo a su cargo, como Profesor Extraordinario, la clase de Dirección de Orquesta del Conservatorio Superior Municipal de Música de Barcelona. De 2005 a 2008, fue Director de la Escuela Superior de Música de Cataluña (ESMUC). Desde 1999 dirige en Viena, como sucesor del profesor Hans Swarowsky, la clase de Dirección de Orquesta de los WienerMeisterkurse.