En el cuarto programa de la temporada, la Orquesta de Extremadura presenta de la mano del Maestro Víctor Pablo Pérez un inspirador programa con obras de Gabriel Fauré y Gustav Mahler. ¿Qué tuvieron estos dos hombres en común? Ambos formaron parte de familias numerosas, siendo seis hermanos en la familia de Fauré y… ¡¡14!! en la de Gustav. Los dos tuvieron la suerte de tener unos padres para quienes la cultura no era un lujo sino una prioridad, y que no escatimaron en esfuerzos para hacer de sus hijos hombres de provecho. También es destacable el hecho de que ambos compartían el hábito de componer casi exclusivamente en verano, dadas sus apretadas agendas, uno como director del Conservatorio de París y, el otro, como uno de los directores de orquesta más importantes de su época. Pero poco más une a dos personalidades que llevaron caminos separados en el terreno profesional, musical, y personal. Y es que, aunque París y Viena fueron sin duda los dos grandes baluartes de la cultura europea durante las décadas finales del siglo XIX, las tendencias y corrientes artísticas de ambas ciudades circulaban por caminos diametralmente opuestos.
La segunda mitad del siglo XIX trajo de la mano un amplio renacimiento de la música francesa, que tras la muerte de Couperin, Lully y Rameau había atravesado un periodo sombrío y había perdido peso en el panorama europeo. La llegada del nuevo siglo trajo consigo el nacimiento de artistas como Berlioz, Gounod, Offenbach, Saint-Saëns, Bizet, Massenet… y finalmente en 1845, Fauré.
A pesar de todos estos magníficos compositores, no sería hasta la década de 1870 cuando se empezaría a consagrar la idea de lo que hoy concebimos como “música francesa”, y ésta partiría ni más ni menos que de la pintura. En el año 1874 el por aquel entonces joven Claude Monet presentaría en París (¡dónde si no!) nueve de sus cuadros de reciente creación, entre los que se incluiría el revolucionario Impresión, Sol naciente. La libertad en el trazo y en las ideas, la suave fusión de colores, la ambigüedad de las formas y los conceptos plasmados, todo ese nuevo universo de sensaciones supondría la génesis de la nueva “identidad artística francesa”, que bajo el nombre de “Impresionismo” trascendería el pincel para adueñarse de cualquier forma de expresión artística de la época. En el terreno musical recogería el guante otro Claude, en este caso Debussy, quien trasladaría estos conceptos al pentagrama dando lugar a nuevas armonías y escalas, nuevos timbres y nuevas formas estructurales.
Cuando Debussy (quien, dicho sea de paso, detestaba que se le calificase como “impresionista”) aún era un estudiante y apenas estaba comenzando a desarrollar su estilo propio, fue cuando tuvo lugar la composición de esta Misa de los pescadores de Villerville, en el año 1881. Por tanto, sería más oportunista que veraz el calificarla como una obra impresionista. Sin embargo, sí empiezan ya a intuirse algunas características del estilo emergente, como la predilección por las armonías suaves, las texturas instrumentales siempre cálidas, y la ausencia de grandes culminaciones.
Tras la derrota de su país en la Guerra Franco-prusiana, Fauré (que había formado parte activa del servicio militar por voluntad propia) huyó a Suiza en el año 1871. Durante este breve periodo en el extranjero, se ganó la vida gracias a la docencia musical, teniendo como primer alumno a un joven André Messager de tan solo 17 años. De esta forma nació una buena amistad que se conservaría de por vida entre dos grandes músicos discípulos del maestro Saint-Saëns. Esta estrecha relación y esta concordancia de ideas musicales quedarían patentes años después en la Misa, fruto de la colaboración compositiva entre ambos artistas. Mientras disfrutaban juntos de unas vacaciones en la región costera de Villerville, decidieron componer y dedicar una misa a las mujeres del lugar, varias de las cuales habían perdido recientemente a sus maridos pescadores debido a una desafortunada tormenta. Fauré compuso el grueso de la obra, haciéndose cargo del Gloria, el Sanctus y el Agnus Dei, mientras que Messager daría vida al Kyrie y al O Salutaris.
La obra fue estrenada a finales de ese mismo verano, el día cuatro de septiembre. Originalmente escrita para coro, violín y harmonium, fue posteriormente completada en versión orquestal, aunque manteniendo tanto la presencia del harmonium como el protagonismo del violín solista a través de la figura del concertino.
La historia que abarca la gestación la primera sinfonía de Mahler es la de la formación personal y profesional de un músico que reinventaría el género. “Una sinfonía debe ser como el mundo, debe contenerlo todo” acabará afirmando Mahler en una de sus citas más célebres. Pero el proceso de autobúsqueda no fue ni sencillo ni corto. Beethoven había dejado el listón demasiado alto, sinfónicamente hablando, con su Novena. Sabemos el infierno que supuso para Brahms la composición de su primera sinfonía, en la que empleó casi 20 años. “Usted no se imagina lo que es, cada vez que me pongo a componer, sentir a un gigante como Beethoven persiguiéndome por detrás” le escribiría, tras varios intentos fallidos, a su amigo el director Hermann Levi. También sabemos del poco éxito que habían tenido inicialmente las primeras sinfonías de Bruckner. El propio Mahler, que desde joven ya era un gran admirador del “Organista de San Florián”, había sido testigo directo de cómo la gran parte de la audiencia e incluso algunos músicos de la orquesta habían abandonado el teatro durante el estreno la tercera de las sinfonías de Anton. Aquel día de 1877, en Viena, probablemente Mahler no era aún consciente de que a él también le esperaba un arduo camino para encontrar su propia voz en la vertiente sinfónica. O quizás sí que lo empezaba a ser, puesto que es sabido que antes de su definitiva Primera ya había trazado y posteriormente eliminado más de un boceto sinfónico, alguno de los cuales muy probablemente hubiese compuesto durante su etapa de estudiante en Viena.
“Poema sinfónico en dos partes”, “Titán, Poema sinfónico en forma de sinfonía”, “Titán, Sinfonía” y finalmente “Sinfonía en Re Mayor”. Este fue el proceso vivido desde el estreno de la obra en Budapest en 1889, hasta que en el año 1896 el propio Mahler dirigiría en Berlín su obra finalmente sin el amparo de ningún título o sobrenombre más que el de “sinfonía”. Es bien sabido que cuando Gustav comenzó la composición de lo que terminaría siendo el primer movimiento de su segunda sinfonía, lo haría bajo el término de “poema sinfónico”. Y al igual, el primer planteamiento de su colosal tercera sinfonía fue el de componer un poema sinfónico a gran escala. Sería en 1901-02 con la composición de su quinta sinfonía cuando Mahler, desprendiéndose de una vez por todas de la influencia de su amigo Richard Strauss, abrazase definitivamente el género sinfónico como un ente completo en sí mismo, apartándose ya de la sombra del poema sinfónico o de diseñar un programa interno para las obras. Quizá el motivo de que este proceso fuera tan largo residía en que, antes de poderse ceñir puramente al formato sinfónico, Mahler necesitase readaptar ese molde para dar cabida a su propio mundo vital interior.
El género sinfónico demostró ser para Gustav siempre un medio y nunca un fin. Una necesidad de expresión de su propio ser, de sus experiencias, de sus miedos, de sus creencias, de su dolor, de sus supersticiones, de su amor… en definitiva, las sinfonías de Mahler nos ofrecen el mejor reflejo de lo que fue Mahler no solo como músico, sino como ser humano. En una sinfonía de Mahler todo es posible, simplemente porque también lo fue en su propia vida. Desde bien niño, Gustav demostró una especial sensibilidad hacia todo lo que le rodeaba, empapándose continuamente de vivencias para luego poder compartirlas a través de su arte. De esto sin duda es un gran ejemplo su primera sinfonía.
Gustav Mahler nace en el año 1860 en Kalischt, localidad del antiguamente denominado Reino de Bohemia, perteneciente al Imperio Austrohúngaro, aunque pronto la familia se mudaría a la cercana ciudad de Iglau. La relación de sus padres, motivada por la conveniencia y no por el amor, nunca otorgó al joven músico una sensación de hogar, menos todavía teniendo en cuenta la brutalidad con la que su padre trataba a toda la familia, y en especial a su madre. Además, la pérdida de muchos de sus hermanos al poco de nacer contribuyó enormemente a dejar una herida emocional imborrable en lo más profundo del compositor, como décadas después acabaría reconociéndole al célebre psicoanalista Sigmund Freud. Durante su infancia y adolescencia, Mahler encontraría cobijo en sus paseos por la naturaleza, actividad que compartía con sus estudios musicales y con ayudar a su padre en su negocio como tabernero. Tanto en la taberna como en la fortificada ciudad de Iglau, Gustav se vería expuesto durante años a la influencia de la música de carácter popular, a los célebres Länder austríacos, a las fanfarrias y desfiles militares, a los sonidos de la naturaleza, al folklore checo y a las melodías judías.
En 1875 Mahler deja atrás su infancia y deja atrás Iglau para irse a estudiar a Viena, etapa que fue crucial para continuar adquiriendo su propia identidad. El descubrimiento de la música de Bruckner, Wagner y de su joven amigo Hans Rott, entre otras, dejará una profunda huella en su estilo compositivo. Así mismo, las influencias filosóficas y humanistas que recibió, centralizadas en la doctrina de Nietzsche y Schopenhauer, cambiarían su forma de pensar y su visión de la existencia.
Todo este cóctel de experiencias, influencias y estadíos emocionales encontraremos sin excepción en su primera sinfonía. Para empezar, durante todo el primer movimiento y especialmente la introducción, podemos apreciar cantos lejanos de pájaros siempre con timbres diversos. Mahler anotó que debe ser interpretado “imitando los sonidos de la naturaleza”. Estos sonidos de la naturaleza se verán permanentemente interrumpidos por fanfarrias militares, que serán un elemento de aparición constante a lo largo de toda la sinfonía. En el tercer movimiento observamos como Gustav transforma la célebre canción infantil Frère Jacques en una marcha fúnebre, creando una atmósfera lúgubre que se verá paulatinamente contrapuesta a episodios de música popular judía. En el que originalmente era el segundo movimiento, titulado Blumine (en español, De las flores o Floral), Mahler dejó la inscripción “en las horas más felices” trazando la conexión entre esa música y los mejores momentos de su romance con Marion von Weber. Este movimiento fue al poco tiempo eliminado de la obra por el compositor. En el que acabó figurando finalmente como segundo movimiento, podemos encontrar en su base rítmica y en su carácter una fuerte influencia de las danzas populares austríacas que tanto amaba Gustav.
Además, como sería ya una simbiosis eterna, podemos encontrar ya la relación tan estrecha que tenían para Gustav el Lied y la sinfonía al apreciar la clara influencia que ejercieron las Canciones de un compañero de viaje sobre el primer y tercer movimientos de la sinfonía, perteneciendo ambas obras del mismo periodo compositivo.
La sinfonía acabará cantando triunfalmente el tema inicial y con una fuerte sensación de victoria del protagonista frente a todo y frente a todos. A pesar lo incomprendida que fue inicialmente la obra y de todas las críticas que recibió, hoy en día se interpreta frecuentemente en todos los lugares del mundo entusiasmando a las audiencias con esta catarata de ideas y revoluciones de un Mahler veinteañero. “Estoy realmente orgulloso de este ensayo juvenil”, afirmaría el compositor al final de su vida tras dirigir esta primera sinfonía con la Filarmónica de Nueva York. Y, como el tiempo se encargaría de demostrar, tenía motivos de sobra para estarlo.
La Sinfonía nº 1 «Titán», de Gustav Mahler, se interpretó por primera vez el 25 de abril de 2008 en el Gran Teatro de Cáceres por una OEX reforzada con músicos de la Orquestra do Algarve y dirigida por Jesús Amigo. Y por última vez, el 23 de julio de 2009 en el Palacio de Congresos de Badajoz, con Jesús Amigo dirigiendo a la OEX y a la OJEX actuando juntas.
© Jorge Yagüe
Jorge Yagüe (Madrid, 1996) es director titular de la Joven Orquesta Leonesa y del Ensemble Galilei. Se ha puesto al frente de agrupaciones de la talla de la Joven Orquesta Nacional de España, la Orquesta de Extremadura o la Orquesta Filarmónica de Málaga, actuando en escenarios como el Auditorio Nacional, el Palacio de Congresos de Salamanca, el Auditorio Ciudad de León o el Palacio de Congresos de Badajoz. Yagüe realizó sus estudios superiores en dirección de orquesta con el Maestro Borja Quintas, así como los de piano con la Maestra Nino Kereselidze, ambos en el Centro Superior Katarina Gurska.
Coro de Cámara de Extremadura
Nace en agosto de 2011 por iniciativa de los componentes del Coro de la Fundación Orquesta de Extremadura, con el fin de desarrollar y promocionar una oferta músico-coral de calidad. Acercar la música coral a todos los públicos y difundir el interés por el canto constituyen sus objetivos fundacionales.
Sus componentes son, en su mayoría, profesores o estudiantes de música, gran parte en la especialidad de Canto, y con una amplia experiencia sinfónica-coral, desarrollada con la Orquesta de Extremadura, que incluyen obras como Mesías o Dixit Dominus (Haendel), Réquiem (Fauré-Mozart-Cherubini), Magnificat (Bach), La Canción del destino (Brahms), Novena Sinfonía (Beethoven), Barberillo de Lavapiés (Barbieri), o Misa ”In tempore Belli” (Haydn). Ha interpretado Carmina Burana (C. Orff) en el Teatro Real de Madrid junto con el Coro y Orquesta de la Comunidad de Madrid, bajo la dirección de Víctor Pablo Pérez.
Cuenta también con un amplio repertorio en música antigua, (Monteverdi, Domenico Scarlatti, destacando Stabat Mater a diez voces), polifonía romántica (Schumann, Mendelssohn…) y del siglo XXI, la música americana, su repertorio navideño y un atractivo programa de zarzuela.
Ha estrenado obras contemporáneas de compositores como Luis Robles o el asturiano José María Martínez, cuya antología de Villancicos Pixuetos, se estrenó en noviembre de 2013. En este sentido, es sobresaliente el estreno de la obra Disparos de luz, del compositor extremeño José Ignacio de la Peña, junto a la Orquesta de Extremadura, dirigidos por el maestro Jordi Francés, en abril de 2018.
Sin duda, una de las actuaciones de mayor relevancia ha sido su participación en la ópera Samson et Dalila, de Saint-Saëns, en la inauguración de la 65ª edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida en 2019, bajo la dirección artística de Paco Azorín y la dirección musical del maestro Albiach al frente de la Orquesta de Extremadura, con críticas muy elogiosas a nivel nacional.
Entre sus últimos compromisos figuran la participación, en noviembre de 2019, en la ópera L’elisir d’amore, producción de Ópera Joven de Diputación Provincial de Badajoz y un nuevo Mesías como coro de escenario para la Obra Social la Caixa en diciembre.
Desde su fundación está dirigido por Amaya Añúa Tejedor.
Víctor Pablo Pérez
Víctor Pablo Pérez nace en Burgos y realiza sus estudios musicales en el Real Conservatorio de Música de Madrid y en la Hochschule für Musik de Múnich.
Señalado desde sus comienzos como uno de los grandes valores españoles en el campo de la dirección de orquesta, entre 1980 y 1988 es director artístico y titular de la Orquesta Sinfónica de Asturias y, entre 1986 y 2005, director artístico y titular de la Orquesta Sinfónica de Tenerife, agrupación que se convierte rápidamente en un referente en el panorama musical español.
En 1993 toma las riendas de la Orquesta Sinfónica de Galicia, labor que lleva a cabo hasta agosto de 2013, consiguiendo en ese periodo un reconocimiento unánime por el nivel de excelencia alcanzado por el conjunto.
Colabora de forma habitual con el Teatro Real de Madrid, el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, Festival Mozart de la Coruña, Festivales Internacionales de Música de Canarias, Perelada, Granada, Santander, Schleswig Holstein, Festival Bruckner de Madrid, Rossini Opera Festival, Festival de San Lorenzo de El Escorial y Quincena Musical de San Sebastián. Además de dirigir habitualmente la práctica totalidad de las orquestas españolas, es llamado como director invitado por diferentes formaciones internacionales como HR-Sinfonieorchester–Frankfurt, Berliner Symphoniker, Münchner Symphoniker, Dresdner Sinfoniker, Royal Philharmonic, London Philharmonic, Orchestra del Maggio Musicale Fiorentino, Orchestra dell’Accademia Nazionale di Santa Cecilia di Roma, Orchestra Sinfonica Siciliana, Orchestra Sinfonica RAI di Roma, Orchestra Sinfonica di Milano Giuseppe Verdi, Orchestre National de Lyon, Orchestre National du Capitole de Toulouse, Orquesta Sinfónica de Jerusalem, Orquesta Nacional de Polonia y Trondheim Symfoniorkester.
Sus distinciones han sido numerosas: Premio Ondas (1992 y 1996), Premio Nacional de Música (1995), Medalla de Oro a las Bellas Artes (1999), Director Honorario de la Orquesta Sinfónica de Tenerife (2006), Director Honorario de la Orquesta Sinfónica de Galicia (2013) y Académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid).
Víctor Pablo Pérez es, desde septiembre de 2013, Director Artístico y Titular de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid.