Notas al programa
Los cantos de la tierra
El Romanticismo trajo de la mano al nacionalismo. La misma fuerza que, desde finales del siglo XVIII, encumbró el poder del sentimiento y la expresión subjetiva de las emociones fue la que, acaso como reacción a la idea que habían defendido los ilustrados de una misma razón universal para todos los hombres, provocó el repliegue hacia lo propio, lo genuino, lo nacional. Fruto de esa ideología es el interés por la música folclórica, y poco importa que en la mayor parte de los casos, durante el siglo XIX lo que se consideraba popular en música no fuera sino una mixtificación, una falsificación interesada que buscaba fomentar una nostalgia hacia los valores locales o promover una ebullición emocional que permitiera, en cualquier caso, afrontar objetivos políticos más o menos confesables. La realidad es que por todas partes lo folclórico vendía, y los compositores clásicos también buscaron nutrirse de sus melodías como fórmula para imponerse en las salas de concierto.
Así, Felix Mendelssohn, posiblemente el más clásico de la primera oleada de compositores románticos. Aunque su música se asienta en unos principios formales claramente consolidados, no faltan en ella las alusiones de carácter localista. De sus vacaciones en Escocia en 1829 nacerá más de diez años después su Sinfonía Escocesa, la 3ª en numeración. De su viaje por Italia entre 1830 y 1831 germina la Italiana, que es la nº4 de sus sinfonías. Aquel viaje comenzó con una visita de dos semanas a Goethe en Weimar. Sería la última vez que Mendelssohn veía al poeta, quien, junto a su gran amigo y consejero musical Zelter, animaron al joven a visitar Italia, adonde el músico llegó en octubre. Aunque Roma fue el centro de su periplo, Mendelssohn pudo conocer también Venecia, Florencia, Nápoles, Génova y Milán para regresar a Alemania un año después, en octubre de 1831.
El 22 de febrero de 1831 el compositor había escrito a su hermana Fanny: “Una vez más he comenzado a componer con nuevo vigor, y la sinfonía italiana progresa rápidamente; será la pieza más feliz que jamás haya escrito, especialmente el último movimiento”. Sin embargo, ese impulso inicial se frenó y al año siguiente las muertes sucesivas de Goethe, Zelter y su amigo de la infancia y gran violinista Eduard Rietz parecieron sumirlo en una depresión que afectó a su trabajo. De aquel marasmo vino a sacarlo en noviembre de 1832 el encargo que la Sociedad Filarmónica de Londres le hizo para una nueva sinfonía, una obertura y una composición vocal; todo a cambio de cien guineas, una oferta extraordinariamente generosa.
La sinfonía estuvo lista para la fecha prevista del estreno, que tuvo lugar en la capital británica el 13 de mayo de 1833. Pese a que la acogida del público fue extraordinaria, Mendelssohn no quedó satisfecho con su trabajo y se puso casi inmediatamente a retocar la partitura. Tanto Fanny como su amigo el compositor Ignaz Moscheles, clave en el encargo de la obra, trataron de convencerlo de que los cambios no eran necesarios, pero en vano. El compositor estaba tan decidido a mejorar su sinfonía que prohibió que se interpretara en Alemania en su estado original. A su muerte en 1849 aún seguía trabajando en una nueva versión del primer movimiento, por lo que puede entenderse que, como dejó escrito, la Italiana le costara algunos de sus “momentos más amargos”. Ni los cambios introducidos en ese primer movimiento ni los esbozos de correcciones para los otros tres movimientos conmovieron lo más mínimo a los editores, que los obviaron todos cuando la partitura fue impresa en 1851.
La Italiana refulge con tanta limpieza y en tan fino equilibrio que resulta difícil entender qué no terminaba de convencer a su autor, quien ideó una progresión tonal sorprendente en pieza tan luminosa y tan vivaz: de la tonalidad de la mayor de partida a la de la menor del último movimiento, un recorrido (de mayor a menor) inverso al que muchos otros compositores habían ensayado ya. Es el colorido de la obra, la calidez de sus armonías, sus ritmos vivos y desenfadados los que sin duda se han relacionado con el viaje a Italia del músico. La obra resulta de una coherencia más que notable. El saltarelo del último movimiento está en realidad muy emparentado con la tarantela napolitana, que se está sugiriendo ya en el arranque, en ese primer tema en compás de 6/8 del Allegro inicial, finamente contrastado con la suavidad del segundo tema. El segundo movimiento es un Andante en re menor de tono nostálgico y trabajado contrapunto, para el que, según Moscheles, Mendelssohn se inspiró en un canto bohemio de peregrinos, aunque se ha sugerido también un desfile procesional por la calles de Nápoles. El Scherzo vuelve a la tonalidad principal de la mayor. Es un movimiento de gran elegancia, con un trío central introducido por las trompas en el que resuena ya lo que será el cautivador Nocturno de El sueño de una noche de verano. El Presto final es el movimiento más irresistiblemente italiano de toda la sinfonía: un auténtico perpetuum mobile en el que la cuerda se enrosca una y otra vez y que se cierra magistralmente con una coda en la que cuando parece que la orquesta se va a apagar lentamente (quedan los primeros violines en pianissimo sobre la cuerda grave), termina por rebotar en un crescendo implacable que conduce la obra a un final de rotunda brillantez.
Con la llegada del siglo XX y la aparición de los estudios etnomusicológicos de carácter científico, el tratamiento que los músicos académicos empezaron a hacer del folclore varió notablemente. A veces, algunos se dejaban llevar por las melodías originales recopiladas en cancioneros, que simplemente armonizaban a su manera, pero la mayoría trató de profundizar en el universo de la “música campesina” (la expresión es de Béla Bartók) para “asimilar su lenguaje de un modo tan completo que [el compositor] pueda olvidar todo lo que a él se refiere y utilizarlo como si fuese su lengua nativa”.
Es lo que hace el hispanovenezolano Pacho Flores en Cantos y revueltas. Formado en el Sistema de orquestas venezolano y convertido hoy, desde su residencia y nacionalidad españolas, en uno de los trompetistas más aclamados y solicitados del mundo, Flores parte de las raíces del folclore de su país natal, que utiliza como “una lengua nativa”, para escribir esta especie de fantasía concertante para trompeta, cuatro (un tipo de guitarra característico de la música popular venezolana) y orquesta sinfónica, en la que se integran elementos jazzísticos y de salsa caribeña. Los cantos del título aluden a cantos de trabajo ganaderos, mientras las revueltas son una variante del joropo, típica danza venezolana.
La obra se presenta en un solo movimiento dividido en tres secciones y formalmente tiene un indiscutible aire barroco, aunque los tiempos (Lento/Rápido/Lento) sean justos los contrarios del habitual concierto barroco. El maestro, también venezolano, también español, Manuel Hernández Silva lo comenta así en la grabación que en 2018 Deutsche Grammophon hizo de la obra: “Nuestra música tiene aires barrocos, por esa razón el acompañamiento magistral que hace Leo Rondón con el cuatro hace las veces de clavecín. No es posible imaginar la música venezolana, nuestros valses y joropos con todas sus variantes, sin el barroco y clasicismo. El clavecín es el instrumento que inspira a Pacho para agregarle el cuatro a su obra, decisión absolutamente genial que trasforma la pieza en una suerte de fantasía rapsódica, que recuerda la sonoridad de un concerto grosso”. Una sonoridad a concerto grosso con cadencias para los solistas que en el caso de la trompeta se beneficia del empleo por parte de Flores de una trompeta de cuatro pistones que amplía el registro del instrumento, especialmente por la zona de los graves.
Se integran así en esta obra singular los cantos de la tierra con las formas de la música académica occidental en un sincretismo que no nace de la yuxtaposición de elementos, sino de su concepción orgánica por alguien que, habiendo crecido y habiéndose formado con ellos, puede usarlos como si fuesen su lengua nativa.
© Pablo J. Vayón
Pablo J. Vayón ejerce la crítica musical en Diario de Sevilla desde la fundación del periódico en febrero de 1999. Fue coordinador del Suplemento Culturas. Desde septiembre de 2001 mantiene una página semanal dedicada a la actualidad musical en los diarios del Grupo Joly. Es redactor de la revista Scherzo desde 2000 y ha colaborado con revistas musicales y culturales de toda España. Es autor deLa música clásica en Andalucía (Fundación Lara, 2007), coordinador de 25 años de pasión (Páginas del Sur – Teatro de la Maestranza, 2017) y de ensayos para colecciones de libros-discos (Clásica, Mozart, La Ópera, Grandes compositores de EMI) difundidos a través de los periódicos del Grupo Prisa en España y de multitud de diarios internacionales. Como articulista y conferenciante colabora habitualmente con teatros, orquestas, festivales y otras entidades públicas y privadas.
Leo Rondón
Cuatrista, guitarrista, contrabajista, compositor-arreglista y productor, obtuvo en la Siembra del Cuatro 2007 el 3er lugar el 2° lugar en 2012 a nivel nacional, así como en 2011 el segundo lugar como cuatrista en los festivales el Silbon (Venezuela) y San Martin (Colombia).
Actualmente, es cuatrista, arreglista y productor del Ávila Quartet, cuarteto de música venezolana, al igual que cuatrista del Ensemble L’Arpeggiata dirigido por Christina Pluhar, Alexis Cárdenas y Recoveco, Venezuelan Roots y Joropo Jam, además de su proyecto como solista Leo Rondón Project.
Organiza, junto al maestro Cristóbal Soto, el Curso de Verano Música Criolla Venezolana, un campamento de enseñanza de la música venezolana en la ciudad de Mirecourt, Francia. Desde 2010.
Ha actuado en diferentes e importantes sala de conciertos y festivales en Venezuela, Colombia, Portugal, España, Francia, Alemania, Italia, Luxemburgo, Suiza, Suecia, Reino Unido de Gran Bretaña, Bélgica, Holanda, Kazajistán y Marruecos, con diferentes agrupaciones y en colaboraciones con artistas como Rolando Villazón, Emiliano González Toro, Richard Galliano, Didier Lockwood, Cristóbal Soto, Ricardo Sandoval, Alexis Cárdenas, Simón Bolívar Big Band de Jazz, Omar Acosta, Roberto Koch, entre otros, y notoriamente como solista, junto a Alexis Cárdenas y Recoveco en el espectáculo El Fuego Latino organizado por la Orchestre National d’Île-de-France y bajo la batuta de la Maestra Alondra de la Parra, presentando siete conciertos en la región parisina, donde destaca la importante sala de conciertos Philharmonie de Paris.
Leo Rondón, utiliza un cuatro fabricado por Mathias Caron.
Pacho Flores
Pacho Flores es Primer Premio de los Concursos Maurice André, Philip Jones y Cittá di Porcia. Formado en “El Sistema”, ha ofrecido recitales en Carnegie Hall, Sala Pleyel de París o Opera City de Tokio. Como miembro fundador del Quinteto de Metales Simón Bolívar, ha participado en numerosas giras por Europa, Sudamérica, Estados Unidos, y Japón.
Actúa regularmente con orquestas como la Arctic Philharmonic, Philharmonie Salzburg, Sinfonieorchester Basel, Tucson Symphony, Royal Liverpool Philharmonic, Orquesta de Stavanger, Orquesta NHK de Japón, Nacional de México, Filarmónica de Buenos Aires, San Diego Symphony, Nacional de la Radio de Polonia, Sinfónica del Estado de São Paulo, ORTVE, Real Filharmonía de Galicia, Simón Bolívar de Venezuela, etc.
Trabajó con maestros como Claudio Abbado, Simon Rattle, Seiji Ozawa, Giuseppe Sinopoli, Frühbeck de Burgos, Gustavo Dudamel o Hernández-Silva.
Es director fundador de la Academia Latinoamericana de Trompeta e invitado frecuente de conservatorios de todo el mundo, así como como jurado invitado en concursos Internacionales.
Su repertorio incluye encargos y estrenos de obras de compositores como Roger Boutry, Alain Trudel, Giancarlo Castro, Santiago Báez, Juan Carlos Núñez o Sergio Bernal y en la actualidad está desarrollando un proyecto de encargos compartidos que implica a compositores como Arturo Márquez, Roberto Sierra, Paquito D’Rivera, Christian Lindberg y Efraín Oscher.
Su primer disco fue La trompeta Venezolana (Sello GUATACA); actualmente graba para Deutsche Grammophon con quien ha producido Cantar, Entropía, Fractales y Cantos y Revueltas. Artista de la Casa Stomvi, toca instrumentos fabricados exclusivamente para él por esta prestigiosa firma y participa activamente en los desarrollos e innovaciones de sus instrumentos.
Manuel Hernández Silva
El maestro Hernández Silva se graduó en el conservatorio superior de Viena, en la cátedra de los profesores Reinchard Schwarz y Georg Mark, con matrícula de honor, y ese mismo año ganó el concurso de dirección Forum Jünger Künstler de la Wiener KammerOrchester, a la que dirigió en la Konzerthaus de la capital austríaca. Ha sido director titular de la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia y de la Orquesta de Córdoba y principal invitado de la Orquesta Simón Bolívar de Caracas. En la actualidad es director titular y artístico de la Orquesta Filarmónica de Málaga y de la Orquesta Sinfónica de Navarra.
Ha actuado como director invitado con las orquestas sinfónicas de Viena, Israel, Radio de Praga, WDR de Colonia, Tucson, Nacionales de España, Puerto Rico, Chile, Venezuela y México, Municipal de Caracas, Simón Bolívar, Karlsbad, Wuppertal; Filarmónicas de Seúl, Bohuslav Martinu, Nord-Tchechische Philarmonie, Biel, Olomouc o Bogotá. En España ha dirigido a la Real Filharmonía de Galicia, sinfónicas de Bilbao, RTVE, Tenerife, Castilla y León, Principado de Asturias, Comunidad de Madrid, Navarra, Barcelona i Nacional de Catalunya, Ciudad de Granada, Filarmónica de Gran Canaria, y en importantes Festivales como la Quincena Musical Donostiarra, Festival Internacional de Música y Danza de Granada, Festival de Úbeda o Festival de Cemski-Krumlov en la República Checa.
Hernández Silva desarrolla también una intensa actividad docente, impartiendo cursos internacionales de dirección e interpretación, así como numerosas conferencias.