Notas al programa
¡Bienvenidos sean todos ustedes a una nueva temporada (¡y una nueva era!) en su orquesta, la Orquesta de Extremadura!
Vaya por delante que quien suscribe estas líneas es un decidido amante de la música checa en toda su variedad y riqueza. Pocos folklores consiguen crear un ‘ADN musical’ tan personal a partir de unos elementos tan sencillos, embriagando al oyente de un irresistible entusiasmo y, siempre a la vuelta de la esquina, de esa melancolía tan sincera que uno no puede evitar sentir como propia. Durante años, el ya extinguido Imperio Austrohúngaro abarcaba una amplia gama de matices musicales bajo una identidad colectiva, siempre con la danza como elemento primordial. Con la separación territorial, Viena se quedó con un aroma más ‘de salón’, mientras que en la región checa se adueñó del espíritu rústico, campesino (en el mejor sentido de la palabra) como factor más palpable de su estilo. Algunos genios, como Gustav Mahler, quedaron profundamente empapados de ambas vertientes. Junto a Gustav y al archiconocido ‘rey’ Dvořák, también los no tan célebres Janáček, Smetana, Martinů o Suk fueron encargados de engrandecer progresivamente el arte autóctono de su tierra. En este concierto podremos disfrutar de la singular música de dos de ellos.
Fue precisamente Bedřich Smetana (1824-1884) el primero de esta cadena de compositores, y por tanto también el primero en sentir la responsabilidad de dotar a la región checa de un sentido artístico genuino. Tras cinco años abriéndose camino por Suecia, encontró finalmente una fuerte motivación en 1861 para regresar a ‘su’ Praga. En esa década de los 60, la región antiguamente denominada Bohemia atravesaba un movimiento social que apostaba fuerte por la búsqueda de un estilo nacional propio en el terreno musical. Smetana aprovechó este impulso, así como la apertura de un Teatro Provisional de ópera, para componer sus dos primeras óperas y apadrinar con ellas este ansiado nuevo estilo checo. En este mismo Teatro coincidiría poco después Smetana (en el rol de director) con otro de nuestros protagonistas, un joven Dvořák que se ganaba la vida como violista. Varios años más tarde, y ya totalmente sordo, Bedřich se coronará con la composición de seis bellísimos poemas sinfónicos bajo el título Má Vlast (Mi Patria), a modo de oda a la riqueza y esplendor de la tierra Bohemia.
De esas dos óperas mencionadas, la segunda (aunque la primera en el género cómico) sería La novia vendida, que enseguida enamoró nacional e internacionalmente al público de la época. Si bien la ópera completa no es demasiado representada hoy en día, la obertura forma parte del repertorio habitual de concierto. Altamente atractiva por su virtuosismo y su alegría contagiosa, la electricidad de la pieza enciende el entusiasmo del oyente desde el primer segundo. Una oportunidad fantástica para que los profesores de la Orquesta de Extremadura, mención especial a la sección de cuerdas, saquen todo su talento a relucir. ¡Qué mejor apuesta para dar el pistoletazo de salida a esta nueva etapa!
El Concierto para Cello de Edward Elgar (1857-1934) es por varias razones una joya única en su especie. A su manera, realmente el propio Edward también lo fue. De personalidad introvertida y ciertamente solitaria, el pequeño Elgar no encontró facilidades para construir una carrera como músico. Su mayor fracaso, ese frustrado sueño de estudiar en Leipzig, quién sabe si acabaría convirtiéndose en el germen de su triunfo. De padres músicos y condición económica humilde, el camino autodidacta privó a Edward de empaparse demasiado pronto de influencias externas. De esta forma, dejó espacio al progresivo afloramiento de su propia personalidad musical, particular aunque reconociblemente arraigada a la tradición británica. Si Edward hubiese fallecido a la edad de Mozart (¡y ni digamos a la de Schubert!) es muy probable que su nombre hubiera sido uno de tantos olvidados de entre jóvenes promesas.
Tras su paso como violinista, pianista, organista, fagotista, arreglista, profesor y director, el talentoso y ya maduro músico inglés abrazó con firmeza la vertiente compositiva a las puertas del s.XX, componiendo finalmente en 1899 su primer éxito unánime: las Variaciones Enigma. De esta manera comenzó su década gloriosa como compositor, que se cerraría en 1910 con su Concierto para Violín. Desde entonces y pese a la indudable calidad de las composiciones de Edward, su éxito fue decayendo hasta que, tras el inexplicable fracaso de su Concierto para Cello en 1919 y la trágica muerte de su mujer Alice apenas un año después, la carrera de Elgar se apagó casi por completo.
Parece complicado pensar que un evento de la terrorífica magnitud de la Primera Guerra Mundial (1914-18) pueda pasar inadvertido para una mente creadora y sensible. No fue una excepción el caso de Elgar, a quien, siendo Reino Unido miembro de la Triple Entente, la guerra tocó muy de cerca e influyó notablemente. Solo en contados momentos a lo largo del Concierto uno puede llegar a encontrar algo de positivismo en esta música, como si entre tanta ceniza aún asomase alguna flor indemne. La imagen tan ‘schubertiana’ del caminante (wanderer) que deambula sin rumbo se puede respirar en gran parte de la obra. En palabras del propio compositor, «todo lo agradable, limpio, fresco y dulce está ahora lejos, para nunca volver». Una nube de melancolía, confusión y cierta opresión se cierne sobre esta partitura de belleza sublime, consumada inequívocamente en los pentagramas de su Adagio. Años atrás Elgar había escuchado el Concierto para Cello de Schumann, calificando su movimiento lento como ‘su ideal’; esta influencia que queda patente comparando ambos movimientos.
El protagonismo del solista en este concierto es abrumador y sin precedentes, descansando de tocar apenas un minuto en media hora de música sucedida sin pausas entre movimientos. Mucha libertad en la forma, abundantes cadencias… todos los medios al servicio del solista, quien arrancará y cerrará la obra con un grito lleno de rabia e impotencia, dejando claro que la historia de este concierto la narraba el propio Elgar en primera persona. Se cuenta que este primer tema lo concibió nada más despertar de una delicada operación de amígdalas, siendo el primer impulso musical que le vino a la mente tras haber pasado cerca de la muerte.
Quizá precisamente por todo el peso que recae en el papel solista fuera tan abrumadora la conmoción causada en 1965 por la jovencísima genio británica Jacqueline du Pré, quien casi medio siglo después del estreno fuera capaz de redescubrir la belleza de este concierto a ojos de todo el ‘planeta música’. La tristemente efímera figura de Jacqueline quedará por siempre ligada a esta obra de forma indivisible, como si hubiese sido compuesta únicamente por y para ella.
Nuestra solista para abrir la temporada será Anastasia Kobekina, quien a sus 27 años ya es habitual en algunos de los escenarios más relevantes del panorama. Con tan solo 22 se presentó internacionalmente en la Enescu International Competition de Bucarest, alzándose como 2º Premio tras deslumbrar en la final con (adivinen…) una emocionante interpretación del Elgar. Anastasia, persona llena de optimismo, vitalidad y talento, a buen seguro evocará en la retina del público la indomable presencia de Du Pré poseída a merced de esta música inmortal.
Tras semejante viaje emocional británico, el concierto se cierra recurriendo de nuevo al idioma musical checo. La Octava Sinfonía de Antonín Dvořák (1841-1904) es una de sus obras más célebres y carismáticas. Si observamos su trilogía final sinfónica, podemos encontrarnos con tres universos musicales claramente diferenciados. La Séptima, nacida fruto de un encargo londinense y de la fuerte admiración de Antonín por el sinfonismo ‘brahmsiano’, deja en buena parte de lado el folklore bohemio para adentrarse en la tradición musical germánica de la Europa Occidental. Y la Novena (conocida por el gran público como Sinfonía del Nuevo Mundo) la compone un Dvořák ya asentado en Nueva York bajo la expectación popular de dar forma por fin al ‘estilo americano’. Así pues, la Octava es su último gran trabajo sinfónico inspirado puramente en la música tradicional bohemia.
Cuando Dvořák se lanzó a la composición de esta obra, estaba en un momento culmen de su carrera. Alcanzando la madurez de su estilo, maestro en el Conservatorio de Praga, respaldado por Brahms, colaborando con editores de prestigio y tras su gran éxito londinense, su reputación internacional empezaba a ser indiscutible. Afincado en la idílica localidad de Vysoká, la sinfonía fluyó de un solo impulso, impregnada de inspiración. En palabras del reputado biógrafo de Dvořák, Otakar Šourek: “Antonín tenía su propio jardín en Vysoká, que amaba ‘como el arte divino mismo’, y los campos y bosques por los que vagaba… Era un refugio que le traía no sólo paz y un nuevo vigor mental, sino también una feliz inspiración para nuevos trabajos creativos. Aquí absorbió impresiones y estados de ánimo poéticos, aquí se alegró de la vida y se afligió por su inevitable decadencia, aquí se entregó a reflexiones filosóficas sobre la sustancia y el significado de la interrelación entre la Naturaleza y la Vida”. El propio compositor declaró que aquí “las melodías parecían brotar solas de su interior”.
Es destacable la de elementos comunes que comparte esta obra (especialmente el primer movimiento) con la Primera Sinfonía del también checo Gustav Mahler, estando además ambas completadas en el año 1889: predominio del carácter bucólico, fanfarrias, constantes imitaciones de sonidos de la naturaleza (sobretodo pajaritos), evocación de una marcha fúnebre y un final ostentosamente triunfal. Sendos compositores, no en vano, provenían de familias humildes, habiendo crecido en un entorno campesino, rodeados de naturaleza y empapándose de melodías folklóricas en cada rincón de sus pueblos. Además, la figura de la muerte estuvo muy presente en la vida de los dos artistas, habiendo perdido Dvořák muchos de sus hermanos, a tres de sus hijos, y más recientemente a su madre. Quizá por esto, más allá de lo bucólico y positivo de la Octava, hay ciertos momentos que son decididamente dramáticos y algunos otros impregnados de melancolía, siendo por ejemplo el tema inicial del primer movimiento en la tonalidad de Sol Menor.
El segundo movimiento tiene un carácter casi más propio de un poema sinfónico, lleno de nuevos elementos y cambios de carácter ampliamente programáticos. El tercero, marcado como Allegreto grazioso (calcando la ruta trazada por su admirado Brahms en sus dos primeras sinfonías), está mucho más cerca de ser un Intermezzo que un Scherzo. De marcado sentido operístico, no en vano parte de su material fue tomado prestado de una opereta de juventud del propio compositor. Con un aroma especialmente folklórico, este movimiento está dotado de un lirismo y melancolía sin parangón.
Acerca de la fanfarria de trompetas que abre el cuarto movimiento, el aclamado director Rafael Kubelik (compatriota de Dvořák) dijo a la orquesta en uno de sus ensayos: “estimados músicos, recuerden que en Bohemia las trompetas nunca son llamadas a la guerra, sino… ¡llamadas a la danza!”. De esa fanfarria nacerá un maravilloso tema y variaciones que irá evolucionando hasta acabar la obra de la forma más entusiasta y extrovertida posible. Ante tal aluvión de vida, folklore y emociones, solo queda dejar volar la imaginación y disfrutar del concierto… ¡bienvenido a casa, Maestro Andrés Salado!
© Jorge Yagüe
Jorge Yagüe (Madrid, 1996) es director titular de la Joven Orquesta Leonesa y del Ensemble Galilei. Se ha puesto al frente de agrupaciones de la talla de la Joven Orquesta Nacional de España, la Orquesta de Extremadura, la Janacek Philharmonic Ostrava o la Orchestra Senzaspine, actuando en escenarios como el Auditorio Nacional, el Teatro dei Rinnovati, el Auditorio Ciudad de León o el Palacio de Congresos de Badajoz.
Yagüe realizó sus estudios superiores en dirección de orquesta en el Centro Superior Katarina Gurska con el Maestro Borja Quintas, ampliándolos posteriormente en la Academia Chigiana (Siena) de la mano del Maestro Daniele Gatti.
Anastasia Kobekina
Con un amplio repertorio que va desde el barroco hasta la música contemporánea, tocando tanto instrumentos modernos como de época, Anastasia Kobekina se ha establecido como una de las violonchelistas más emocionantes de la generación más joven.
Como solista, Anastasia ha actuado con orquestas de renombre mundial como Konzerthausorchester Berlin, Kammerphilharmonie Bremen, Wiener Symphoniker, BBC Philharmonic, Kremerata Baltica, Mariinsky Theatre Orchestra, Moscow Virtuosi, Tchaikovsky Symphony Orchestra Moscow y bajo la dirección de Penderecki, Valery Gergiev, Heinrich Schiff, Omer Meir Wellber, Vladimir Spivakov y Dmitrij Kitajenko.
Los aspectos más destacados de la temporada 2020/21 incluyen debuts con la Royal Liverpool Philharmonic Orchestra con Vasily Petrenko, la Orchestre National de Lille, la Barcelona Symphony Orchestra (OBC), la Yomiuri Nippon Symphony Orchestra, la Kanagawa Philharmonic, así como debuts en recitales en el Festival Verbier y Festival Gstaad Menuhin.
En junio de 2019, Anastasia ganó la medalla de bronce en el XVI Concurso Internacional Tchaikovsky en San Petersburgo. También fue galardonada con el Prix Thierry Scherz y el Prix André Hoffmann en el Festival de Música de Invierno de Suiza “Sommets musicaux de Gstaad”, premio que comprende una grabación con orquesta para el sello discográfico suizo Claves (lanzado en abril de 2019). Kobekina ha sido un Artista de nueva generación de la BBC de 2018-2021.
Anastasia ha participado en muchos festivales interpretando música de cámara junto a artistas como Gidon Kremer, Renaud Capuçon, Yuri Bashmet, Giovanni Sollima, Denis Matsuev, Fazil Say, Vladimir Spivakov y Andras Schiff.
Como recitalista, solista y músico de cámara, Anastasia Kobekina actúa en los principales lugares y festivales del mundo, incluido el Royal Concertgebouw Amsterdam, el Lincoln Center, Avery Fisher Hall, Konzerthaus Berlin, Tonhalle Zurich, el Mariinsky Theatre, Les Flâneries Musicales de Reims, Festival de violonchelo de Kronberg, Festival “Spannungen” Heimbach, Festival de Pascua de Aix-en-Provence, Festspiele Mecklenburg Vorpommern y Folle Journee Nentes.
Nacida en Rusia en una familia de músicos, recibió sus primeras lecciones de violonchelo a la edad de cuatro años. Tras completar sus estudios en Moscú, fue invitada a estudiar en la Academia Kronberg en Alemania. Continuó sus estudios en la Universidad de las Artes de Berlín. Actualmente es estudiante en el Conservatorio de París y en la Frankfurter Hochschule (clase de violonchelo barroco)
Anastasia toca normalmente un violonchelo de 1743 de Giovanni Battista Guadagnini, aunque en este concierto actuará con un Stradivarius.