En colaboración con el Excmo. Ayuntamiento de Almendralejo, como acto enmarcado en el bicentenario Carolina Coronado.
Notas al programa
Tanto Wolfgang Amadeus Mozart primero como Ludwig van Beethoven más tarde, heredan del sabio y longevo Franz Joseph Haydn sus patrones sinfónicos. El autor de La Creación marca un antes y un después en varias formas musicales como son los cuartetos, las sonatas y las sinfonías, sin olvidarnos de las óperas y de los oratorios. El denominado como “padre del universo sinfónico”, F.J. Haydn, hace que sus alumnos aprendan una estructura y un sentido dinámico totalmente nuevos. La tonalidad en do mayor une a estos tres personajes: Haydn, Mozart y Beethoven. Andrés Salado y la Orquesta de Extremadura nos sumergirán en un mundo sonoro que nos hará conocer los porqués del Clasicismo y del Romanticismo. Algunas veces pensaremos que escuchamos a Haydn en lugar de a Mozart y otras a Beethoven en lugar del joven prodigio de la ciudad bañada por el Salzach.
Beethoven, el “sordo genial” de la Historia de la Música, rompe en parte con este modelo, dotando a su Primera Sinfonía de carácter y enjundia, sin faltar a la ligereza de su profesor. El autor dirigió su estreno en Viena, el 2 de abril de 1800, tras cinco años ideándola y cuya escritura se realizaría un año antes. La inicia con un pizzicato y la entrada de los instrumentos de madera y aportará al último movimiento una frescura y humor similares. Beethoven y Mozart cuidan la tradición vienesa y se anticipan a otras épocas, siendo unos innovadores. El genio de Salzburgo concluye una idea de tríptico sinfónico en el que su obra número 41, titulada Júpiter, será realmente su parte final, su momento cumbre a una especie de oratorio que comenzaría con su Sinfonía número 39. Para el experto director de orquesta Nikolaus Harnoncourt, “Mozart atrapa la vida en toda su plenitud, del dolor más profundo a la alegría más radiante. Y, en ocasiones, el espejo que nos presenta causa pavor. Su música es más que bella, es sublime, lo ve todo, lo sabe todo”.
Sinfonía número 1 de Ludwig van Beethoven (1770-1827)
Desde el inicio, con el pizzicato de las cuerdas y la entrada de las maderas y los metales notamos que algo magnífico se avecina, una sonoridad nunca antes escuchada y un carácter portentoso, incluida una disonancia. Los timbales irrumpen y ahí queda patente la personalidad de su autor, Ludwig van Beethoven. El lirismo de la cuerda se suma al de las maderas, recuerdan a Haydn, y los timbales le siguen con rotundidad como lo hacen los metales. “Una caricatura de Haydn llevada hasta el absurdo”, dijo un malintencionado crítico musical. El Adagio molto introductorio dará paso a un tempestuoso Allegro con brio. Se hace extraño no sentir su alegría, su fuerza y sus dinámicas. Todo va a más, como un motor en el que todo fluye, estructurado pero libre. Podemos presagiar su pasión por la naturaleza pastoral que veremos en su Sexta Sinfonía. Genio absoluto. Mozart está presente en la medida en que con él finaliza un periodo, el Clásico, y empieza una nueva era, el Romanticismo, con Beethoven cerrando el ciclo anterior y comenzando este como su mayor exponente o, al menos, uno de ellos.
Su segundo movimiento, el Adagio cantabile con molto, empieza delicado, sugerido como si de música de cámara se tratara. La cuerda y su estructura son claves, todo es puro detalle y mimo. A veces recurre a un estilo que podríamos denominar infantil, coqueto y de un cuidado extraordinario. Las trompetas y los timbales rompen esa sonoridad casi nostálgica y juguetona.
El tercer movimiento es un apoteósico Minueto, un rebosar constante, Beethoven en estado puro ya en su primera obra sinfónica. Contundente, mágico y creativo, con la pregunta y respuesta que se genera entre los clarinetes, los oboes, los fagots y la cuerda.
Curioso resulta el final, comenzando con un Adagio y siguiendo poco después con un Allegro molto e vivace. Todo va a más, aparentemente sin freno, pero Beethoven posee un talento innato para imprimir ligereza y temperamento. Preciosa entrada de las trompas, hacia la conclusión de la obra, apoyándose después en la madera y la cuerda para cerrar todos juntos al unísono.
Para el director de orquesta George Solti, “la Primera Sinfonía de Beethoven es indiscutiblemente distinta de cualquier otra escrita en el tiempo de Haydn o en su misma tradición”. Añade diciendo que si consideramos el camino recorrido desde el inicio festivo de esta partitura hasta la conclusión de la Novena Sinfonía, es difícil creer que tal desarrollo quepa dentro de la esfera de la vida humana… En efecto, parece imposible haberse concebido.
Sinfonía número 41, «Júpiter», de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)
Mozart inicia la que fue su última sinfonía con la acentuación y energía de Beethoven, anticipándose a otras épocas y poniendo fin al periodo Clásico. Alguien que escribe en pocas semanas una obra del calibre de la denominada como Júpiter, pertenece a un ámbito celestial, alejado del planeta Tierra y con unas dotes superlativas, aportando luz, color y un carácter triunfal. Así como su anterior sinfonía estaba escrita en modo menor, en esta prevalece el modo mayor. Se concluyó el 10 de agosto de 1788 pero su autor no pudo escuchar su estreno.
Comienzan levemente los instrumentos cordófonos, para desarrollar un movimiento en el que los metales cobrarán mucha importancia y las maderas seguirán de cerca los violines. Atentos a los juegos de las cuerdas y de los momentos en los que estas quedan suspendidas. Precioso el tema de cierre. Dos palabras son claves en esta composición: armonía y contrapunto. Mozart establece una serie de repeticiones y nos hace vislumbrar la aparente simplicidad de su pieza maestra. Para los Massin, estudiosos del superdotado de Salzburgo, no deja de ser la prolongación de la sinfonía precedente, como reflexionaba Harnoncourt, desarrollando un modo de triunfante heroísmo.
Inicia con un Allegro vivace, el efecto llamada y respuesta nos seducirá desde el principio, usando exposiciones y reexposiciones, recurriendo al ritornello y explotando con el fortissimo. En uno de los últimos temas se remonta al aria “Un bacio di mano”, compuesta algunos meses antes. No deja de anticiparnos melodías y definirlas a medias, sin acabar de concluirlas, siempre como coqueteando con el oyente.
El intimismo y la contención parecen hacerse notar en su movimiento Andante cantábile, de manera evocadora y como si de una ensoñación se tratara. Podremos disfrutar de una de las codas más bellas que jamás se hayan escrito.
Ya se respira la pomposidad que define su final, con un Minuetto-Allegretto escrito en forma de una refinada sonata. Las maderas siempre resultan juveniles en manos de Mozart, destinando el peso del movimiento a los metales y a las maderas. Si su penúltimo movimiento resulta ser un Allegretto, el último será un Molto Allegro a modo de fuga. Wolfgang Amadeus puede descansar en paz después de dar sentido a su obra sinfónica, poniendo un sublime punto y final cuya estructura queda perfectamente delimitada y haciendo de su autor un ser universal…
Leyendo al maestro y estudioso Wilhelm Furtwängler, uno se detiene ante su opinión acerca de que Mozart incluye los contrastes de ritmo que Bach no conocía o deliberadamente no hacía uso de ellos, el conjunto camina sin trabas ni repliegues, no es tan épico como Bach ni tan dramático como Beethoven. Combina ambos elementos de una manera original. Haydn, al romper con la libertad del ritmo, suscita muchas preguntas que Beethoven intentará ir dando respuesta y Mozart contestará con su sentido de la elegancia.
Mozart y Beethoven fueron dos seres únicos que vivieron por y para la Música, dedicando cada una de sus notas a este Arte sublime.
© Jaime Arroyo Moya
Jaime Arroyo Moya es un comentarista musical que colabora habitualmente con publicaciones especializadas y como conferenciante. Trabaja en un departamento de Música y es un viajero difusor de la Cultura.