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Programa 10

Temporada de conciertos

2021-2022

Lo amargo tras la belleza

24 de marzo Badajoz
25 de marzo Mérida

Orquesta de Extremadura
María Dueñas
Andrés Salado

Programa

1.

Jean Sibelius. Concierto para violín en re menor, op.47 (1903)

Allegro moderato
Adagio di molto
Allegro, ma non tanto

María Dueñas, violín

2.

Johannes Brahms. Sinfonía nº 2 en re mayor, op.73 (1877)

Allegro non troppo
Adagio non troppo
Allegretto grazioso (quasi Andantino)
Allegro con Spirito

Andrés Salado, director

El hoy celebérrimo Concierto de violín de Sibelius no pudo salir peor parado de su estreno. El compositor, violinista tardío y frustrado, escribió su único concierto para su instrumento soñado. La Segunda de Brahms brotó de un solo impulso creativo veraniego inspirado por la naturaleza circundante. Contrariamente a su belleza y carácter bucólico, el propio compositor afirmaba íntimamente que era una música sumida en la melancolía y la pena.

Notas al programa

En este nuevo programa de la Orquesta de Extremadura podremos disfrutar de dos obras de bellísima factura que además están consideradas como dos de las páginas más inspiradas y representativas de sus respectivos autores: el Concierto para violín en Re menor de Jean Sibelius, y Segunda Sinfonía en Re mayor de Johannes Brahms. Junto a nuestra Orquesta de Extremadura y su maestro titular Andrés Salado, nos acompañará una invitada de primer nivel: la violinista granadina María Dueñas.

A sus 18 años, Dueñas está plenamente consolidada como una de las jóvenes solistas más destacadas del panorama internacional. Si le hubiéramos podido preguntar a Sibelius con esa misma edad que eligiese entre ser un compositor de renombre o ser la violinista en la que se está convirtiendo María, muy probablemente hubiera escogido esta segunda opción. Tras entrar en contacto con la música a través del piano, fue a los 14 años cuando el ya no tan joven Sibelius descubrió el violín y se entregó con gran ímpetu a la práctica del mismo durante la próxima década de su vida. Sin embargo, la realidad acabó cayendo por su propio peso y el haber empezado demasiado tarde con el instrumento acabó cerrando a Jean las puertas del estrellato violinístico. El propio músico fue consciente de esta realidad tras su estrepitoso fracaso al presentarse a las audiciones para acceder a las filas de la Orquesta Filarmónica de Viena. Incluso varios años después, una mañana dejó anotado en su diario que había soñado que era un niño de doce años con un dominio brillante del violín. Esta frustración permanecería a lo largo de su extensa vida en el interior del corazón de Sibelius, y muy posiblemente todos estos sentimientos encontrados le motivaran de alguna forma para dar a luz al único concierto que dejó escrito.

El primer testimonio sobre el Concierto para violín data de septiembre de 1902 (Sibelius tenía 36 años por aquel entonces), cuando escribió a su esposa Aino diciendo que «había tenido una maravillosa idea para dar comienzo a la escritura de su concierto”. Sin embargo, y como ha quedado expuesto en numerosos escritos, este optimismo inicial daría paso a un arduo proceso de composición, en el cual Sibelius no terminaba de encontrar la forma de ordenar todas las ideas que tenía en mente mientras escribía la primera versión de la obra. Un estreno frustrante por varios motivos le llevó a una amplia revisión del concierto, que sería reestrenado en una versión mucho más estructurada en las manos de Richard Strauss dirigiendo a la Filarmónica de Berlín, con Karl Halir como solista. Ni siquiera esta gran interpretación dio alas a la acogida popular del concierto, que solo se introduciría en el repertorio habitual de concierto cuando el legendario Jascha Heifetz llevase a cabo la primera grabación de la obra.

En la actualidad, el concierto sobresale indiscutiblemente como una de las obras cumbre del repertorio violinístico, encandilando a la audiencia por su refinada sensibilidad y por su virtuosismo. A través de toda la obra podemos percibir la grandiosidad y fuerza de la naturaleza escandinava, más fiera en el primer movimiento y más sublime en el segundo, mientras que el movimiento final nos sorprende con una polonesa en un marcado estilo rústico, lejos de la elegancia de las de Chopin o Tchaikovsky.

El hoy en día celebérrimo compositor Johannes Brahms era ya un artista bien querido en la Viena de finales del siglo XIX. Hace apenas un par de meses contábamos precisamente como su Segunda Sinfonía, estrenada en diciembre de 1877, había supuesto un éxito arrollador frente a la nefasta acogida que tuvo la Tercera de Bruckner tan solo dos semanas antes. Sin embargo, sus comienzos como compositor del género sinfónico fueron realmente complejos.

Tras despuntar como adolescente por sus dotes instrumentales y sus primeras composiciones para piano, el aclamado violinista Joseph Joachim y el ya consagrado Robert Schumann pronto detectarían que Brahms era uno de esos músicos llamado a ocupar un lugar destacado en la historia. Cuando Brahms tuviese tan solo veinte años de edad, Schumann no dudaría en declarar públicamente que «el día en que dirija su varita mágica hacia las sinfonías, cuando las fuerzas orquestales y corales le confieran su poder, nos serán revelados maravillosos destellos de un mundo mágico… ¡Que los grandes genios le concedan su fuerza!». Pero estos genios de los que hablaba Robert no le iban a tender a Brahms la ‘alfombra roja sinfónica’ tan fácilmente. Nacido en 1833 en Hamburgo, Johannes Brahms perteneció a esa primera generación de compositores que crecieron tras el reciente fallecimiento de Ludwig van Beethoven en 1827. Con su extenso ciclo sinfónico, poderosamente culminado con la Novena, Beethoven había revolucionado el género y había dejado el listón casi inalcanzable para los compositores venideros.       

Tras algunos intentos sinfónicos que derivaron en otras formas de composición (Concierto para piano nº 1 y Serenata nº 1) y tras al menos diez años trabajando infructuosamente en lo que acabaría siendo su Primera Sinfonía, Brahms escribiría desesperado a su amigo el director Hermann Levi que «no se podría imaginar lo que era sentir la sombra de un gigante como Beethoven cada vez que levantaba la pluma para componer» y que «nunca sería capaz de terminar una sinfonía».

Pero, aunque fuese tras casi veinte años de intentos… ¡sí sería capaz! Y tras el éxito de su Primera, liberándose así de la presión y de sus fantasmas, todo sería mucho más fácil para él. Así pues, su Segunda Sinfonía nació de un solo impulso creativo y se materializó en tan solo un verano. Mientras que en muchos aspectos la Primera nos evoca constantemente la influencia de Beethoven, esta Segunda (apodada por algunos como ‘Pastoral’ por el ambiente que recrea) muestra en mayor medida la voz propia ‘Brahmsiana’, repleta de un bellísimo lirismo, un entramado armónico mucho más cercano al Romanticismo, y una sensibilidad única que se codea constantemente con la nostalgia.

La Sinfonía fue compuesta en la tranquila localidad de Pörtschach am Wörthsee, un lugar de ensueño a las orillas de un precioso lago y situada en plenos Alpes austríacos. La magia y luz del lugar debió de influir sin duda en el carácter de esta sinfonía, escrita en un radiante Re Mayor especialmente contrastante con el Do menor de su obra anterior.

Sin embargo, el corazón de un artista muchas veces es indescifrable y un constante claroscuro, y todo este ambiente de positividad que se percibe en la obra no era tal para el compositor, quien afirmó (quizá exagerando) que «su nueva Sinfonía era tan melancólica que para el oyente sería difícil de soportar, puesto que nunca había escrito hasta la fecha algo tan triste y lleno de lamento». Asimismo, Brahms dejó explicado por carta que no era casualidad que esta sinfonía se hubiera concebido a la vez que su tenebroso motete ¿Por qué la luz le es concedida a los desdichados?, mostrando así ambas obras dos caras de una misma realidad emocional. Para quien escribe estas líneas, estas declaraciones fueron una sorpresa cuando las leyó por primera vez, pero desde entonces y a pesar de la evidente luminosidad que irradia gran parte de la obra, no ha podido dejar de percibir un cierto regusto agridulce detrás de muchos de los pasajes aparentemente optimistas de esta sinfonía. Es lo amargo tras la belleza. Disfruten del concierto y… déjense llevar por esta música (a donde quiera que sea).

© Jorge Yagüe

Jorge Yagüe (Madrid, 1996) es director titular de la Joven Orquesta Leonesa y del Ensemble Galilei. Se ha puesto al frente de agrupaciones de la talla de la Joven Orquesta Nacional de España, la Orquesta de Extremadura, la Janacek Philharmonic Ostrava o la Orchestra Senzaspine, actuando en escenarios como el Auditorio Nacional, el Teatro dei Rinnovati, el Auditorio Ciudad de León o el Palacio de Congresos de Badajoz.

Yagüe realizó sus estudios superiores en dirección de orquesta en el Centro Superior Katarina Gurska con el Maestro Borja Quintas, ampliándolos posteriormente en la Academia Chigiana (Siena) de la mano del Maestro Daniele Gatti.

María Dueñas

Nominada como artista del mes por Musical America, la revista más antigua especializada en música clásica de Estados Unidos, la joven violinista María Dueñas está causando un gran impacto a nivel internacional. En la temporada 2019-20 debutó con la Orquesta Sinfónica de San Francisco, bajo la dirección de Marek Janowski.

Dueñas se dio a conocer tras una sucesión de primeros premios en numerosos concursos internacionales, de entre los que destacan el Concurso Internacional Mozart en Zhuhai, China, el Concurso Leonid Kogan en Bruselas o, más recientemente, el Concurso de Violín Internacional de Vladimir Spivakov en Rusia. Nacida en Granada, María combina su formación académica y musical en Viena, en la clase del distinguido pedagogo Boris Kuschnir.

Debutó a los quince años en el Musikverein de Viena, y ha actuado en la sala Tchaikovsky de Moscú con la Orquesta Nacional Rusa, el Auditorio Nacional de Música de Madrid, la Elbphilharmonie de Hamburgo o el Davies Hall con la Orquesta Sinfónica de San Francisco.

El espíritu sediento de aprendizaje de María le lleva a adentrarse en el mundo de la composición y a formar el Hamamelis Quartett, premiado en el Concurso Fidelio de Música de Cámara de Viena. Igualmente, su obra para piano, Farewell, fue galardonada en el Concurso de Composición Robert Schumann y ha sido estrenada recientemente a modo de corto cinematográfico.

En la presente temporada pasada, además de su debut con la Orquesta Sinfónica RTVE, destaca su debut con Manfred Honeck con la Filarmónica de Oslo y la Sinfónica de Gotemburgo, la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo y Gustavo Gimeno, la Filarmónica de Dresde y Marek Janowski, y la Orquesta Filarmónica de Lucerna con Michael Sanderling.

En octubre de 2020 era distinguida con el Premio Ojo Crítico de RNE en la modalidad de Música Clásica. Y más recientes aún son sus premios en los concursos Yehudi Menuhin Richmond 2021, con el premio de la audiencia, y el internacional «Getting to Carnegie Hall 2021».

María Dueñas toca el Guarneri del Gesù Muntz 1736, generosamente cedido por la Nippon Music Foundation.

Programa 10

Temporada de conciertos

2021-2022

Sibelius. Concierto para violín
Brahms. Sinfonía nº 2

Lo amargo tras la belleza

24 de marzo Badajoz
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