Notas al programa
La intermitencia de los héroes
Ocho años transcurren desde el momento en el que Beethoven escribe la primera nota de su Concierto para piano y orquesta n.º 3, op.37 hasta que lo publica de manera íntegra. Ocho años en los que Europa aprende a mirar al arte y a la vida de una manera distinta, más personal e independiente por un lado pero también más atormentada. Pintores, músicos, poetas y filósofos van tomando conciencia de su propia identidad y de un nuevo sentido de la trascendencia: es la aparición del creador como héroe. Es en estos años cuando el descubrimiento de la piedra Roseta conmociona el mundo intelectual europeo abriendo nuevos mundos, mientras Goethe deja una marca indeleble en los jóvenes poetas con Las penas de Werther. Se cumple, poco a poco, aquello que Rousseau escribió años atrás: «El hombre ha nacido libre y, sin embargo, por todas partes se encuentra encadenado». El arte va a ser la libertad a esa esclavitud de lo cotidiano.
Intramuros, este tiempo marca el inicio del sentido trágico en la vida de Beethoven. Mientras propone un cambio de modelo, donde es el músico el que compone obras para ofrecerlas a un mecenas y no a la inversa, va a ser testigo de cómo lo personal fagocita lo profesional. Beethoven expurga en sus obras del recién estrenado siglo la miseria social que percibe, los desengaños amorosos (como el de Giuletta Guicciardi) y, por encima de todo, la aparición de los primeros síntomas serios de sordera. Esa búsqueda de libertad de las ataduras terrenales, aún inexperta en sus códigos, se traslada a las partituras de manera evidente, mezclando todos los elementos del pasado para fundar una nueva pequeña patria musical donde se busca la conmoción antes que la belleza.
El Concierto para piano y orquesta n.º 3 es el primero que da síntomas de este cambio, de este mirar hacia atrás para caminar hacia delante. Ya desde el principio elige una tonalidad poco común, la de Do menor, citando a Mozart en lo cercano —su Concierto para piano n.º 24— pero también a esa retórica barroca privilegiada donde las tonalidades se asociaban a sentimientos concretos. Para el mundo de medio siglo antes existía una carta de navegación emocional llamada “teoría de los afectos”, y en ella la tonalidad elegida por Beethoven era la representación del patetismo. Como ocurrirá también con su Quinta Sinfonía, Beethoven entiende la música como un contraveneno, un camino de migas de pan para evitar el extravío ante la debilidad cotidiana y las intermitencias del héroe que todos llevamos dentro. La tonalidad elegida, especialmente dolorosa, está ahí para superarla.
También juega con la estructura en sus tres movimientos, usando formas clásicas (forma sonata, rondó o lied) para desbordarlas con ideas extensas e independientes: es el reino del fondo imponiéndose a la apología de la forma. Las melodías, en particular la del Largo central, llevan una carga emocional inusual para la época. Aquello que el resto de los compositores consideraba cono un exceso es para Beethoven pertinente. Lo entiende como una reivindicación de la libertad del individuo, pero no por ello una libertad sencilla. El último movimiento del concierto es la concreción de aquel lema latino que tanto se ajustó a la peripecia vital del compositor, per aspera ad astra: “hasta las estrellas mediante el esfuerzo”.
La obra se estrenó para un acto benéfico en el Theatre an der Wien el 5 de abril de 1803 con el propio Beethoven como solista, en un maratoniano concierto acompañado por sus dos primeras sinfonías y el oratorio Cristo en el Monte de los Olivos. La interpretación estuvo lastrada por la falta de ensayos y por ser la orquesta, en realidad, una “segunda unidad”: la primera estaba haciéndose la competencia a sí misma interpretando esa misma noche La Creación, de J. Haydn. Su amigo Ignaz von Seyfried, pasador de las páginas de la partitura de Beethoven aquella noche, narró después con estupor: «En varias páginas no había más que unos pocos jeroglíficos, que parecían egipcios, que se me antojaban enteramente ininteligibles, pero que, al parecer, a él le daban las claves suficientes». El concierto estaba en la cabeza del compositor, no en el papel, y no será hasta 1804 cuando se decida a transcribir la pieza al completo para la puesta de largo de uno de sus alumnos, Ferdinand Ries.
La sombra de Beethoven y de sus audacias sinfónicas amordazó a las generaciones posteriores durante varias décadas. La capacidad para entramar tejidos musicales complejos basándose en ideas radicalmente simples produjo una honda impresión en sus contemporáneos. Johannes Brahms, nacido poco después de la muerte de Beethoven, tardó más de cuarenta años en apartar esos fantasmas y dar a luz su primera obra sinfónica. Pero no fue hasta su Sinfonía n.º 3 en Fa mayor, op. 90, escrita en 1883, cuando el lenguaje personal del músico bohemio adquirió todo su esplendor. Y Brahms, en un momento de alegría vital poco común, decidió hacer de la sinfonía toda una reivindicación de la alegría en la madurez.
Brahms era en aquella época el involuntario representante de una corriente de pensamiento que defendía la independencia de la música del resto de las artes: no era necesaria la presencia de un poema, un mito o cualquier otra influencia externa para construir una realidad musical (lo que llamarán “música programática”); la música era un lenguaje absoluto que se explicaba a si mismo sin tener que representar nada ajeno. Irónicamente, es precisamente esta obra la más apegada a una idea concreta: la heroica persecución de la felicidad. La sinfonía se inicia con tres acordes, Fa – La bemol – Fa, que sus biógrafos y amigos consideraron una declaración de intenciones al coincidir su representación en letras (F, Ab, F, en notación alemana) con su lema personal: Frei Aber Froh, “Libre pero feliz”. Brahms vivió apegado a esta máxima, más reivindicativa que real, por oposición a la visión algo más pesimista de su amigo Joseph Joachim, que defendía el Frei aber einsam, “Libre pero solo”.
Esa sucesión de notas aparecerá en múltiples ocasiones durante la obra, proporcionando un magnífico sentido de la cohesión. Y es que la mejor manera de independizarse de Beethoven era, precisamente, hacer lo mismo que él sin asomo de duda: utilizar los motivos musicales más compactos para convertirlos en arquitecturas monumentales. De sus cuatro movimientos será el tercero el que mayor eco encontrase, a cuenta de un inusitado sentido melódico que se alterna con una orquestación más atmosférica de lo que acostumbraba el músico bohemio. A día de hoy sigue apareciendo asiduamente en películas y anuncios.
Popularidades aparte, resulta llamativa la celeridad de su composición: apenas cuatro meses de escritura febril mientras disfrutaba de su estancia en una casa de campo en Wiesbaden. Comparado con la génesis de su Sinfonía n.º 1, que se extendió por cerca de veinte años, la creación de la Tercera es fulgurante. Cuando Clara Schumann, la herida abierta de Brahms durante toda su vida, escuchó la obra, le escribió una carta fechada el 11 de febrero de 1884: «¡Qué obra, qué poesía, el estado de ánimo más armonioso gracias al todo, y los movimientos como un único latido del corazón […] Me cautiva el esplendor del día que despierta, cómo los rayos del sol brillan entre los árboles». El estreno fue un triunfo con reparos, a cuenta de un grupo de alborotadores seguidores de Wagner y Bruckner que manifestaron con abucheos su adhesión a la música programática.
No hay mejor manera de arropar un programa con tanta intensidad que con una obra como Brahmsiana, fanfarria para metales y timbales, de la compositora canaria Laura Vega. La obra extrae los fundamentos constructivos y los motivos musicales de la sinfonía de Brahms, para reinventar el concepto de libertad romántica desde una óptica mucho más contemporánea. Un programa, en definitiva, capaz de infundir sonrisa para los momentos de latencia en los que nuestros héroes cotidianos no vigilan por nosotros.
© Mario Muñoz Carrasco
Mario Muñoz Carrasco es musicólogo, gestor cultural y crítico musical. Cursa el Grado en Musicología en la Universidad Complutense de Madrid, finalizado primero de su promoción, así como el Máster en Música Española e Hispanoamericana. Desde el 2007 ejerce como crítico musical en distintos medios, tanto en radio como en prensa, colaborando con Ópera Actual, La Razón, Scherzo o ABC entre otros. En el campo de la gestión participa con las principales instituciones culturales (Teatro Real, Ayuntamiento de Madrid o Fundación Juan March) en actividades musicales de diversa índole relacionadas con la recuperación de patrimonio, la organización de conciertos o la coordinación técnica y artística de distintas orquestas. En el campo de la alta divulgación participa habitualmente con las más destacadas instituciones musicales como la Orquesta y Coro Nacionales de España, el Teatro Real, la Orquesta Sinfónica de Radio Televisión Española o el Centro Nacional de Difusión Musical, labor que compatibiliza con la docencia en distintas universidades.
Interpretaciones anteriores
El Concierto para piano y orquesta nº 3 de Beethoven se interpretó por primera vez el 6 de marzo de 2008 en Palacio de Congresos de Badajoz, bajo la dirección de Jesús Amigo y con Wonny Song como solista. La más reciente hasta esta fecha, también fue en el Palacio de Congresos de Badajoz, un 26 de marzo de 2015, con Álvaro Albiach a la batuta y Ángel Sanzo al piano.
La Sinfonía nº 3 de Brahms se interpretó por primera vez el 17 de febrero de 2006 en el Complejo Cultural San Francisco, Cáceres, con Jesús Amigo. La última el 19 de mayo de 2017 en el Palacio de Congresos de Badajoz, con Álvaro Albiach.
Mario Marzo
De familia de músicos, obtiene el Premio Extraordinario de Música de la Comunidad de Madrid y Matrícula de Honor en el Conservatorio Superior de Música de Madrid, finalizando con la máxima calificación su formación en la Hanns Eisler Hochschule für Musik de Berlín con Eldar Nebolsin.
Ha tocado con diferentes orquestas sinfónicas españolas y alemanas, interpretando el Concierto nº 1, de Brahms, Noches en los jardines de España, de Falla, Concierto nº 3 para piano y orquesta, de Beethoven, Concierto breve, de Montsalvatge, así como el Concierto en Sol de Ravel bajo la dirección del maestro Juanjo Mena.
Ha tocado en el Auditorio Nacional de Música, Teatro Real, Teatros de Canal y ha ofrecido recitales para el ciclo Jóvenes Intérpretes de la Fundación Scherzo, la Hammerklavier International Series de Barcelona, en el Steinway Hall de San Francisco y en Berlín.
Entre sus recientes compromisos destaca interpretación del Concierto para piano y orquesta nº 12 en la mayor de Mozart junto a la Orquestra de Cambra de Mallorca y esta colaboración con la Orquesta de Extremadura.
Ha grabado para la Rundfunk Berlin-Brandemburg junto a Thomas Quasthoff, así como recitales de piano y música de cámara para el ciclo “Jóvenes Intérpretes” de Radio Nacional de España y participado en la grabación del último disco de Alberto Iglesias.
Juanjo Mena
Juanjo Mena comenzó su carrera como director artístico de la Orquesta Sinfónica de Bilbao en 1999. Su extraordinario talento pronto fue reconocido internacionalmente con el nombramiento como Director Principal Invitado de la Filarmónica de Bergen, Director Principal Invitado de la Orquesta del Teatro Carlo Felice en Génova y Director Asociado de la Orquesta Nacional de España.
En 2011 fue nombrado Director Titular de la BBC Philharmonic, que dirigió durante siete temporadas, llevando a la orquesta en giras por Europa y Asia y dirigiendo conciertos televisados anuales en el Royal Albert Hall, como parte de los BBC Proms. Su trabajo en la BBC contó con conciertos particularmente “emocionantes” (The Guardian) de las Sinfonías de Bruckner o de un ciclo de Sinfonías de Schubert, y estableció nuevos estándares para la interpretación del repertorio español y sudamericano, tanto el más conocido como el menos interpretado.
Actualmente es Director Titular del May Festival de Cincinnati, el festival coral con más amplia trayectoria en Norteamérica, ampliando el alcance de esta legendaria organización con nuevas comisiones y mayor implicación comunitaria.
Director invitado muy cotizado, Juanjo Mena ha dirigido las más prestigiosas formaciones de Europa, incluidas la Filarmónica de Berlín, la Orquesta de la Radio de Baviera, la Orquesta Gewandhaus de Leipzig, la Filarmónica de Londres, la Filarmónica de Oslo, la Filarmónica de Rotterdam, la Orquesta Sinfónica Nacional Danesa, la Orquesta Sinfónica de la Radio Sueca, la Orquesta Nacional de Francia, Orquesta Filarmónica della Scala, Tonhalle Orchestre Zürich, Orquesta Sinfónica de Bamberg y Filarmónica de Dresde, entre otras. Trabaja también asiduamente con las principales orquestas de España.
Tras su debut en Norteamérica con la Sinfónica de Baltimore en 2004, ha dirigido la mayoría de las principales orquestas del continente, incluyendo la Sinfónica de Chicago, la Sinfónica de Boston, la Orquesta de Cleveland, la Orquesta de Filadelfia, la Filarmónica de Nueva York, la Filarmónica de Los Ángeles, la Sinfónica de Pittsburgh, la Orquesta de Minnesota, la Sinfónica Nacional, la Sinfónica de Cincinnati, la Sinfónica de Detroit, las Orquestas Sinfónicas de Toronto y Montreal. En Asia, es un director invitado habitual de la NHK Symphony Orchestra en Tokio.
Durante la temporada 21/22, Juanjo Mena dirige a la Sinfónica de Pittsburgh, la Orquesta Sinfónica Nacional de Washington DC, la Sinfónica de Montreal, la Filarmónica de Oslo y la Filarmónica de Bergen y debuta con la Sinfónica de Atlanta, la Orquesta Gürzenich de Colonia y la Filarmónica de Japón. En la temporada 20/21, durante la pandemia, volvió a dirigir la Gewandhaus Orchestra Leipzig y la NHK Symphony, entre otras.
En junio de 2022 en el Teatro Real de Madrid, Mena dirige la nueva producción de Juana de Arco en la hoguera de Arthur Honegger junto con La damoiselle élue de Debussy.
Su trabajo operístico incluye El Holandés errante de Wagner, Salomé de Richard Strauss, Elektra, Ariadne auf Naxos, Duke Bluebeard’s Castle de Bartók y Erwartung de Schoenberg, así como producciones de Eugene Onegin de Chaikovski en Génova, Las bodas de Fígaro de Mozart en Lausana y Fidelio de Beethoven y Billy Budd de Britten en Bilbao.
El último trabajo discográfico de Juanjo Mena es la grabación de la Sinfonía nº 6 de Bruckner junto a la BBC Philharmonic, con el sello Chandos. The Classical Review lo elogió como “intensamente musical”, “impresionante” y con un sonido espectacular. La extensa discografía de Mena con la BBC Philharmonic en Chandos también incluye un aclamado lanzamiento de Gabriel Pierné, que fue seleccionado como Gramophone Editor’s Choice, las Sinfonías de Weber, las obras orquestales de Ginastera para conmemorar el centenario del compositor y nuevas grabaciones de referencia de un repertorio español en gran parte poco conocido, incluidas las obras orquestales de Arriaga y obras de Albéniz, Montsalvatge y Turina, así como tres discos de obras de Manuel de Falla, incluida su ópera La Vida Breve. En 2012, Juanjo Mena grabó la Sinfonía Turangalîla de Messiaen con la Filarmónica de Bergen para el sello Hyperion, un disco que «redefine por completo los términos bajo los cuales las Turangalîlas pasadas, presentes y futuras deben ser juzgadas» (Gramophone).
Juanjo Mena estudió dirección con Sergiu Celibidache tras su formación musical en el Real Conservatorio Superior de Madrid, donde tuvo a Carmelo Bernaola y Enrique García Asensio como mentores.
En 2017 fue galardonado con el Premio Nacional de Música de España.
Vive con su familia en su País Vasco natal.