Notas al programa
Belleza a contracorriente
Plutarco cuenta en sus Vidas paralelas lo que se ha venido a denominar como la «Paradoja de Teseo», un pequeño suceso alejado de las grandes epopeyas donde el héroe, tratando de volver a casa después de una de sus numerosas aventuras, hubo de convencer a los atenienses para que le permitieran atracar en el puerto griego. El argumento de los pensadores para oponerse a su regreso era sencillo y aterrador: «Una a una has ido cambiando las tablas y los remos de tu nave, hasta el punto de sustituirla por completo al través de los años. Es la misma pero nada queda de la que fue. Este que habitas ya no es tu barco, ni tú el Teseo al que quisimos». Plutarco citaba —no explícitamente— al propio Heráclito, que enunciara quinientos años antes una de las máximas más certeras respecto a la identidad personal y la oscuridad que comporta: «Ningún hombre puede cruzar dos veces el mismo río, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos».
A este río incontrolable del tiempo, a esta inercia irrenunciable del cambio es a la que se acoge toda la creación de la segunda mitad del siglo XVIII, donde la obsesión barroca por trasmitir las emociones claudica para abrazar el elogio a la forma, la arquitectura sonora como discurso y el mundo de la belleza estructural apolínea. Dentro de estas formas musicales una de las más atractivas es la de la sinfonía concertante, que aúna el arquetipo del concierto nacido en el Barroco con las nuevas formas evolutivas de la sinfonía. Esta sofisticación orquestal vivió sus años de gloria en las décadas inmediatamente posteriores al colapso de la ópera seria, poco después de 1750. La Sinfonía concertante para violín, viola y orquesta en Mi bemol mayor, K. 364 de W. A. Mozart es tal vez el ejemplo más evolucionado del género, capaz de trasladar las aguas antiguas a nuevas aspas de molino.
Mozart la compone en 1779, a la vuelta de sus viajes por Múnich, París y Mannheim, ciudad esta última sede de la mejor orquesta de la época. La experiencia le abrió los ojos y el genio salzburgués inició una frenética época de experimentación con nuevas formas y tímbricas más audaces, a pesar de que los compromisos laborales de su mecenas, el arzobispo Colloredo, lo empujaban a otros territorios menos atractivos. La obra se convierte en definitiva en una bisagra entre el Mozart que busca la estabilidad y el que se lanzará a Viena para cambiar el paradigma del músico como sirviente.
La Sinfonía concertante cuenta con unos medios orquestales realmente discretos —sin clarinete, flauta, fagot o percusión—, hecho que compensa con la extraversión de la escritura de las cuerdas, en algunas ocasiones desdobladas para crear un entramado armónico más rico. No hay jerarquía entre violín y viola, que comparten importancia melódica y plano tímbrico. Está organizada en tres movimientos, el primero de ellos entregado por completo a la sobreabundancia de temas melódicos, que aparecen apenas cada tres compases. Esa impaciencia melódica del Mozart de juventud es una de las características más reconocibles de la época.
En cualquier caso el mayor interés lo despierta el Andante, escrito no como una pieza de su época sino con melodías de lamento propias de la ópera seria barroca. No era habitual —ni aún en el rebelde Mozart— un momento expresivo tan extremo dentro de los códigos del clasicismo. Aquí encontramos la versión más doliente de un Mozart que acababa de perder a su madre y andaba a la búsqueda de un encaje nuevo en el mundo. Es una manifestación de belleza completamente a contracorriente, casi de mala educación si se tienen en cuenta los estrictos códigos sentimentales del Clasicismo. Todo volverá, en cierta forma, a su lugar con el alegre Presto final, pero en este caso la huella del movimiento lento es tan acusada que la alegría final se percibe como un disfraz, una forma de protección.
De un siglo más tarde, 1888, provine la siguiente pieza del programa, la Sinfonía en Re menor de César Franck, atravesada también por su propia dicotomía. El sur de Europa no profesaba la misma debilidad por el tejido sinfónico que mantienen hoy día las salas de concierto. A pesar de grandes títulos de maestros como Berlioz o Saint-Saëns, la tradición sinfónica de raigambre alemana no acababa de encajar, no sólo por posicionamiento estético sino también por un componente político insoslayable.
Con la debacle francesa en la guerra franco-prusiana y la posterior pérdida de Alsacia y Lorena se dio lugar a una animadversión tipificada hacia todo lo alemán que caló en todos los estratos sociales. Este revanchisme o esprit de revanche tuvo su reflejo a nivel musical con la creación de la Société Nationales de Musique, que bajo el lema “Ars Gallica” buscó favorecer la creación patria.
A pesar de que César Franck había participado de todas las reivindicaciones, su realidad compositiva le fue llevando a otras orillas. Trabajó en la sinfonía entre 1886 y 1888, basculando el peso de su música entre dos polos: un lenguaje orquestal apegado al espíritu de Wagner y una organización temática cíclica más típicamente francesa. Formalmente, la sinfonía tiene sólo tres movimientos porque aúna el “Andante” y el “Scherzo”. Los aportes objetivos de Franck en su sinfonía van mucho más allá del choque entre estos dos modelos: consigue, mediante el uso atmosférico —casi organístico— de la orquesta que los motivos musicales ya expuestos se reelaboren como material temático nuevo, provocando en el espectador un sentido de nostalgia y de redescubrimiento de la patria lejana.
Franck, consciente de que el espíritu wagneriano de su obra era plenamente reconocible, tuvo que recurrir a la orquesta del Conservatorio de París —obligada a tocar las obras del profesorado— para poder estrenarla el 17 de febrero de 1889. Como no podía ser menos en un ambiente tan envenenado hacia todo lo alemán, fue un sonado fracaso, percibiéndose como una traición por parte de la Société y todo su entorno. Su magnífica apuesta por integrar dos mundos disímiles no fue entendida, tal vez por la natural dificultad que tiene el ser humano de cualquier época por conculcar la frontera estética de su propio tiempo.
Pero algo más de medio siglo después, el propio Departamento de Música de la Radiotelevisión Francesa quiso explicitar el respeto hacia ese mundo clásico sinfónico rechazado estrenando una obra que homenajease a Mozart. El encargo recaería en uno de los compositores que mejor evocan sobre la partitura las atmósferas luminosas y el elogio a la alegría: Jacques Ibert. Y todo a pesar de que la época de composición, los convulsos años centrales del siglo XX, no parece la más propicia para el optimismo y la mirada atrás. El estilo de Ibert, cercano conceptualmente a Milhaud y Honegger, busca un equilibrio entre la fantasía y la forma como si fuera la piedra filosofal para transformar lo cotidiano en emoción, alejado de cualquier deseo de trascendencia. En el Hommage à Mozart usa una de las formas preferidas de Mozart, el rondó, poblando la pieza de melodías joviales y giros irónicos, expuestos ya desde el propio tempo del movimiento, un Allegro giocoso. Fue estrenado en 1956 por la Orquesta Sinfónica de la Radiotelevisión Francesa, bajo la dirección de Eugène Bigot.
Así pues, este segundo programa posa su mirada en compositores que viven instantes vitales a contracorriente: con Mozart y su eclosión sentimental; con Franck y su enfrentamiento a la élite intelectual francesa; con Ibert mirando al pasado en tiempos de huir hacia el futuro. Las tres, formas lúcidas de hacer entender que aquello que nos conmueve por su belleza es independiente de la estética a poco que se le dé un poco de perspectiva.
© Mario Muñoz Carrasco
Mario Muñoz Carrasco es musicólogo, gestor cultural y crítico musical. Cursa el Grado en Musicología en la Universidad Complutense de Madrid, finalizado primero de su promoción, así como el Máster en Música Española e Hispanoamericana. Desde el 2007 ejerce como crítico musical en distintos medios, tanto en radio como en prensa, colaborando con Ópera Actual, La Razón, Scherzo o ABC entre otros. En el campo de la gestión participa con las principales instituciones culturales (Teatro Real, Ayuntamiento de Madrid o Fundación Juan March) en actividades musicales de diversa índole relacionadas con la recuperación de patrimonio, la organización de conciertos o la coordinación técnica y artística de distintas orquestas. En el campo de la alta divulgación participa habitualmente con las más destacadas instituciones musicales como la Orquesta y Coro Nacionales de España, el Teatro Real, la Orquesta Sinfónica de Radio Televisión Española o el Centro Nacional de Difusión Musical, labor que compatibiliza con la docencia en distintas universidades.
Interpretaciones anteriores
La Sinfonía concertante para violín, viola y orquesta, de Mozart, se interpretó por primera vez el 17 de mayo de 2012 en el Palacio de Congresos de Badajoz, dirigida por Rubén Gimeno y con los solistas Marco Scalvini, violín, y Entcho Klatev, viola. La última el 1 de febrero de 2019 en el Palacio de Congresos de Cáceres, bajo la batuta de Pablo González, de nuevo con Marco Scalvini y su hermano Pietro Scalvini.
La Sinfonía en re menor, de César Franck, se interpretó por primera vez el 24 de febrero de 2011 en el Palacio de Congresos de Badajoz, dirigida Amos Talmon. La más reciente fue el 18 de octubre de 2019 en el Palacio de Congresos de Cáceres, por Salvador Mas.
Sara Ferrández
La crítica destaca su calidez de sonido y su naturalidad.
Sara empezó directamente con la viola a los 3 años. Dada su madurez interpretativa se subió a los escenarios desde los 7 años. Nacida en Madrid en 1995 ingresó en la Escuela Superior de Música Reina Sofía a una edad muy temprana. Después de completar sus estudios en Madrid, ganó la beca de Juventudes Musicales para estudiar en la Humboldt Wardwell Stipendium y se trasladó a Berlín para estudiar con la prestigiosa solista Tabea Zimmermann en la Hochschule für Musik Hanns Eisler y en la Kronberg Academy con Nobuko Imai.
Amante de la música de cámara, Sara es frecuentemente invitada a tocar en festivales internaciones como Verbier Festival, Musika-Musica, Classische forme, Arezzo Festival, Bodrum Music Festival, Zagreb Chamber Music Festival o Rolandseck Festival. También ha sido invitada por la violinista Anne-Sophie Mutter para formar parte de su Ensemble “Mutter Virtuosi”.
A pesar de su juventud, ya ha tocado en algunas de las mejores salas, como el Auditorio Nacional en Madrid, L’Auditori de Barcelona, la Philharmonie de Berlín, Elbphilharmonie de Hamburgo, Victoria Hall en Suiza o el Festpielhaus de Salzburgo.
En la temporada 20/21 debutó con la Orquesta de Córdoba y ofreció 15 conciertos en las salas más importantes de Europa, formando parte de los “Echo Rising Stars” con Cristina Gómez Godoy al oboe, y Mario Häring al piano.
Sara es miembro de la Karajan Academy de la Filarmónica de Berlín desde diciembre de 2019, así como de la West Eastern Divan Orchestra bajo la dirección del Maestro Daniel Barenboim.
En octubre 2020 inauguró la temporada de la Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. La temporada 2021/22 incluye conciertos con la ORTVE en el Teatro Monumental de Madrid, con la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias y en esta con la Orquesta de Extremadura.
Toca una viola de David Tecchler y un arco Nicolàs Maire, prestados por Stephan Jansen.
Roberto González-Monjas
Muy solicitado como director de orquesta y violinista, Roberto González-Monjas se está haciendo notar rápidamente en la escena internacional. Líder musical natural con una fuerte visión y claridad, Roberto posee una mezcla única de notable carisma personal, abundancia de energía, entusiasmo y feroz inteligencia. Roberto es Director Principal y Asesor Artístico de Dalasinfoniettan en Suecia (desde la temporada 2019/20); Director Principal de Musikkollegium Winterthur en Suiza (desde la temporada 2021/22); Director Principal Invitado designado de la Orquesta Nacional de Bélgica (desde la temporada 2022/23) y Director Artístico de Iberacademy en Colombia.
El nombramiento de Roberto en Winterthur es un reconocimiento a su larga y fructífera colaboración con la orquesta como músico ecléctico, actuando como director de orquesta, director de obra, músico de cámara y solista. En los últimos años, Roberto y el Musikkollegium Winterthur realizaron una gira por Asia con el clarinetista Andreas Ottensamer, así como varias grabaciones con música de Mozart, Schoeck y Johann Christian Bach. Entre las obras más destacadas de la actual temporada, bajo el título «Enfants Terribles», se encuentran la Consagración de la Primavera de Stravinski, Weise von Liebe und Tod de Frank Martin y Sheherazade de Rimski-Korsakov. Como apasionado defensor de la música de los compositores vivos, la estrecha asociación de Roberto con el compositor Richard Dubugnon ha dado como resultado un nuevo Concierto para violín, que Roberto estrenó en mayo de 2018 con el Musikkollegium Winterthur.
Más allá de sus cargos titulados, Roberto también alimenta una fuerte relación con la Orquesta Sinfónica de Castilla y León en su ciudad natal, Valladolid. Tras las exitosas colaboraciones de las últimas temporadas, esta temporada Roberto vuelve a Valladolid en tres ocasiones en programas en los que participan el clarinetista Andreas Ottensamer, la violinista Hillary Hahn y el pianista Yeol Eum Son. El repertorio de Roberto en Valladolid está dedicado a los compositores de la época romántica rusa por ejemplo, Mussorgsky, Stravinsky y Rimsky-Korsakov.
Sus recientes debuts como director invitado y como director de orquesta, que han dado lugar a inmediatas re-invitaciones y a futuros debuts significativos, incluyen colaboraciones con la Mozarteumorchester de Salzburgo y la Camerata de Salzburgo, la Orchestre National Bordeaux Aquitaine, la Orchestre national d’Île-de-France, la Orquesta Sinfónica de Galicia, la Filarmónica de Luxemburgo, la Sinfónica de Lahti, la Orquesta Juvenil del Festival de Verbier, la Filarmónica de Hong Kong, la Music in PyeongChang y la Orchestra Ensemble Kanazawa, entre muchas otras.
Roberto comenzó su carrera como violinista solista y director y como tal colabora con la Orquesta de Cámara Mahler y los Solistas Barrocos de Berlín apareciendo en los Festivales de Salzburgo, Grafenegg, Lucerna, Verbier y Lockenhaus. Roberto colabora frecuentemente con cantantes e instrumentistas como Ian Bostridge, Yuja Wang, Janine Jansen, Alexander Lonquich, Lisa Batiashvili, Fazil Say, Reinhard Goebel, Thomas Quasthoff, András Schiff y Kit Armstrong.
Apasionado y dedicado a la educación y a nutrir a las nuevas generaciones de músicos con talento, Roberto cofundó Iberacademy (Academia Orquestal Iberoamericana) junto con el director de orquesta Alejandro Posada. Esta institución pretende crear un modelo eficiente y sostenible de educación musical en América Latina, centrándose en los segmentos vulnerables de la población y apoyando a jóvenes músicos de gran talento. Aunque tiene su sede en Medellín (Colombia), también opera en Bolivia, Perú, Chile y Cuba, proporcionando a sus estudiantes oportunidades que les cambian la vida. Recientemente, Roberto se embarcó en una gira europea con la Orquesta de la Iberacademy y el tenor estrella Rolando Villazón, con conciertos en el Festival de Pascua de Lucerna y el Mozarteum Stiftung de Salzburgo. Roberto también es profesor de violín en la Guildhall School of Music & Drama y dirige regularmente las orquestas de cámara y sinfónica de la Guildhall School en el Barbican Hall de Londres.
Con un repertorio impresionantemente ecléctico y amplio, la variedad de estilos e intereses de Roberto se muestra también en su reciente debut discográfico con Serenatas de W. A. Mozart y Othmar Schoeck, publicado en Claves Records. La revista Gramophone escribió:
"En sus 64 minutos de música, salvada de la exageración por el oído de Mozart, que siempre busca el efecto, uno de los más picantes es el pasaje en pizzicato hacia el final del Andante. Aquí se interpreta admirablemente, bajo la dirección del experimentado Roberto González-Monjas".
Colaborador habitual de los Solistas Barrocos de Berlín, Roberto contribuyó como solista en su edición de Sony Classical de los Conciertos de Brandemburgo de Bach dirigidos por Reinhard Goebel.
Roberto fue concertino de la Orchestra dell’Accademia Nazionale di Santa Cecilia durante seis años y director del Musikkollegium Winterthur hasta el verano de 2021.
Toca un violín Giuseppe Guarnieri ‘filius Andreae’ de 1710 que le han prestado amablemente cinco familias de Winterthur y la Rychenberg Stiftung.